jueves, 20 de diciembre de 2012

EL ÚLTIMO JINETE

Sala: Teatros del Canal Música: Albert Hammond y Barry Mason (colaboraciones de John Cameron y Chris Egan) Libreto: Ray Loriga Letras de las canciones: Hammond, Mason, Clark y Bolt (traducidas al castellano por Alicia Serrat) Director de escena: Víctor Conde Director musical: Julio Awad Intérpretes: Miquel Fernández, Julia Möller, Marta Ribera, Toni Viñals, etc. Duración: 2.10' (veinte minutos de entreacto)
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Ministros saudíes y españoles con Reina. Creo que 
es la foto más significativa de todo el asunto.
Menudo tomate, a ver por dónde empiezo. Detrás de esto hay nueve millones de euros de dinero saudí. Este pastizal termina en manos de Andrés Vicente Gómez, un conocido productor de cine del que se rumoreaba hace algún tiempo que se pasaba al teatro con armas y bagajes. En mi tierna ingenuidad, se me ocurre pensar que si yo fuera un productor de cine enfrentado a un reto semejante, saldría zumbando a buscar un compositor y un libretista que supieran de qué va la cosa. Pero ni he tenido ni tendré nunca cantidad semejante, así que supongo que se me escapan los cauces por los que el dinero se crea, se destruye o se transforma. Los elegidos fueron Albert Hammond y Ray Loriga, que no tienen la menor experiencia escénica (y si la tienen, que me perdonen, por más que busco no la encuentro). Esto abona la hipótesis de que este enorme barullo (escénico y de marketing) sea sólo una operación de imagen saudí, y que la hipotética recuperación de la inversión sea un parámetro despreciable. Desde luego, ni a teatro lleno en todas las funciones del Canal se pagarían siquiera los bigudíes. Digamos de paso que, en efecto, los saudíes están más que necesitados de operaciones de imagen. Pero ya se sabe: acaban de comprarnos un AVE, y hay que ponerles alfombra roja por donde pasen. El estreno convocó a la Reina y a los ministros de Defensa y de Educación y Cultura, muy populares ambos. En cualquier caso, si yo fuera el saudí que ha aflojado la mosca, estaría pidiendo explicaciones a voces.

Segundo acto. Algo se aprecia de las proyecciones. Bien puestas, algo infrecuente.
No hemos terminado con el preámbulo. Se supone que esto estaba destinado a Londres, y que el hábil Andrés Vicente ha conseguido que la versión española se adelante en Madrid. Sólo hay dos posibilidades de que termine en la capital europea del musical: o se llama a un libretista y un compositor para que arreglen el desaguisado y salven los muebles (literalmente: la escenografía y el vestuario); o seguimos con el talonario, y el pagano alquila un teatro a fondo perdido. Así que ya lo saben: si dentro de unos meses ven en el telediario que The last horseman triunfa en Londres, piensen que le han dado la vuelta como a un calcetín, o que la platea se llena con los invitados de las dos embajadas hermanas.

Vamos con el libreto. El trasfondo ideológico, mejor no menearlo mucho: en esta glorificación del sueño del beduino por conseguir un caballo el benéfico donante es nada menos que el creador del moderno (es un decir) estado saudí, Abdelaziz bin Saud. Un estado, como es bien sabido, ejemplo universal de democracia y derechos humanos. Sólo otro apunte: el protagonista quiere "caballo, espada y mujer", por ese orden (en otros momentos se sustituye "espada" por "gloria"). El papelón asignado al tercero de estos objetos es notable: vive con papá, está prometida a un chico bien, y... ¿creerán que termina con el prota por un arranque de voluntad o tras alguna gesta memorable? No. El rival renuncia elegantemente. El rival es varón, claro, ya se sabe que, en estas cosas, las mujeres deben ser adecuadamente guiadas por mentes más sensatas.

Me temo que no seré capaz de dar idea del gigantesco desaguisado de la trama. Tirad quiere un caballo. Una poetisa-maga del desierto le recomienda que libere a Abdul Aziz (es el mismo de antes, con otra grafía) de la prisión en que lo mantiene un amigo por motivaciones nunca desveladas. El amigo entrega al preso la llave con la que podrá huir. Llega Tirad, que debe abrirle la puerta. ¿Para qué, si ya tiene la llave? Llegados a este punto, existe un repertorio obligado de tópicos: tres pruebas, un objeto mágico, "sigue a tu corazón", "ábrete sésamo", "usa la fuerza...". En fin, desde la épica babilónica hasta los tebeos de Supermán, está todo inventado. Bueno, pues en un alarde de libertad creativa (que les den morcilla a los tópicos) Tirad llega y empuja la puerta, que se abre sin más problema. Normal, ¿no?; el preso ya tenía la llave, lo raro sería que no se abriera. Fin de la aventura. A cambio, el liberado le regala el soñado caballo. Aquí se cruza un malvado y, tras zarandajas varias, el caballo termina en poder de la señorita que enamora a Tirad. El chico se va Inglaterra detrás del caballo y de la dama (por ese orden, me temo). Allí no hace nada digno de mención. Termina en la cárcel, acusado de los crímenes de Jack el Destripador (sí, sí, han leído bien, y estoy sobrio: eso es lo que ocurre), mientras ella acude a su boda con el pijo. Y entonces.... Entonces no sé lo que ocurre. Ni yo, ni nadie. Tirad sale del circo en el que había entrado en la primera escena, escena de la que, a estas alturas, no se acuerda ni el libretista. Aquí todos pensamos: "ah, ¿pero es un sueño, o algo así?". Nadie responde a la pregunta. Entre la salida del circo, una tormenta de arena en pleno Londres y un cambio de actitud mental (no sé si en ese orden)... ¡ZAS! ¡PUM! Estamos en el desierto con chico, caballo y chica, todo ha terminado bien. Probablemente no se han enterado de nada. No se preocupe, nos ha pasado a todos. Eso que les he ahorrado las langostas bailonas, el camello cantante y a Phileas Fogg con su novia y Picaporte. Ah, todo esto se va contando a base de diálogos previsibles y carentes de gracia.

Ni héroe, ni villano (hay un malo de tres al cuarto cuyo peso narrativo es nulo), ni trama comprensible. Intentaré, para rematar, un resumen de tres líneas: a un beduino le dan un caballo por abrir una puerta que ya estaba abierta, luego no pasa nada heroico, pero cuando todo va mal hay un cambio de escena, y el héroe se queda con el caballo y la chica. Sí, me parece que es un buen resumen. Lo único peor que recuerdo es A, aquello de Nacho Cano.

Julia Möller, Marta Ribera y Miquel Fernández. Guapos y buenos cantantes. Lástima de función.
Un musical de gran formato con libreto endeble se arregla con una buena música y una escenografía espectacular. Pero la música es poco mejor que el libreto. Hay dos canciones que podrían salvarse (Vuelve a soñar y Lo que lloré) y una, digamos, eficaz (El mundo en la pared). Lo demás es un puré como para salir del paso. Con algún agravante. A la salida del espectáculo, y en el andén del metro, oigo decir a una jovencita: "a mí me sonaba todo como a Rocío Jurado". Con razón. La célula inicial del tema de amor, una de las que más suenan durante las dos horas largas, es (transportada a Do) Sol-Do-Si-Re-Do. Mis lectores músicos ya la habrán reconocido: Como una ola. El fantasma de la más grande recorre el teatro creando un notable efecto de contraste alucinógeno. Sinceramente, no llegué a apreciar la mano de John Cameron más que, quizá, en Él jamás llegará a ser inglés, que, con otro tratamiento escénico (ver más abajo) daría más rendimiento.

Morgan Large, el escenógrafo, y uno de los
pocos implicados que salen airosos.
¿Un libreto incompresible y una música sin atractivo pueden redimirse? No. En esas condiciones, ya no hay quien salve nada. Pero es que la cosa no termina ahí. La coreografía es ramplona (menos mal que venía avalada por una coreógrafa de cierto curriculum): sólo alcanza el aprobadillo en el número en que se agarra a los códigos estandarizados del claqué (tap dance) con cuerpo de baile y chistera (El mundo en la pared). La iluminación tiene considerables errores de bulto: el crimen del destripador por el que Tirad termina en la cárcel se produce sobre una plataforma giratoria (están de moda) y, al menos en mi función, le puede tocar quedar perfectamente a oscuras. Yo no lo vi, me lo contó JM, sentado a mi lado, y que miraba en esa dirección por pura casualidad. La sonorización no ha hecho el menor esfuerzo por proporcionar al oído del espectador la referencia del punto de procedencia de las voces: la escena del boxeo, por ejemplo, que ya es un caos infernal de por sí, es incomprensible, no hay manera de saber quién abre la boca. La dirección pasa al lado de bocados tan apetitosos como la escena de Él jamás va a ser inglés, en la que un coro de doncellas asiste a los intentos de Tirad por vestirse british... y en vez de aprovechar la ocasión pintada para que le pongan y quiten prendas, las dejan cantar solas con el protagonista cambiándose... detrás de un baúl abierto. El esfuerzo de disponer una linterna mágica, un dispositivo óptico que, bien usado, provoca efectos maravillosos, se derrocha en dos minutos y con caballo mal ajustado a la escala del actor: un caballo enano, vamos. Desastre sobre desastre.

Todo lo desmesurado se resume en un símbolo supremo. París en la Torre Eiffel. El comunismo en la hoz y el martillo. La Disney en las orejas de Mickey. El último jinete encuentra su síntesis en el horrendo engendro inventado para tener un caballo en escena. Cabeza de caballo de utilería que no se sabe si da más pena o más miedo, encajada en el brazo de un bailarín al que sigue, agarrada a sus caderas, otra bailarina. Ambos vestidos y coreografiados por su peor enemigo, pobres. Ahora que me fijo, el resultado tiene un inquietante parecido con Loco Mia. Para mi pasmo, el texto introductorio de la web del musical se atreve a mencionar el mayor prodigio equino de la historia del teatro. ¿Se puede uno gastar nueve millones de euros después de War Horse y terminar sacando a escena semejante cosa? 

Marta Ribera
Y ahora salvemos a quienes debemos salvar. La escenografía de Morgan Large se adapta como anillo al dedo al kitsch arábigo-victoriano que la historia demandaba, da mucho juego, y tiene la rara virtud de colocar bien las proyecciones, que no se comen al resto como suele ser habitual. Contiene, además, un par de pequeños artefactos (el bar del camello, el carromato del cinematógrafo ambulante) muy resultones. El vestuario de Ivonne Blake (con algunas excepciones en semejante océano de trajes: los bailarines-caballo, el coro de langostas, el camello...) es en líneas generales fastuoso, con alguna pieza de antología, como la capa de la maga, el personaje mejor vestido. También los intérpretes salen bien parados. Todos vocalmente irreprochables, y muy bien en su papel todos los que tienen un papel con alguna consistencia dramática: o sea, Marta Ribera. El único personaje con algún atractivo es el de Al Khansa, la poetisa del desierto, y le saca partido. El coro también se porta, pero en su aspecto de cuerpo de baile estaba, al menos en mi función, evidentemente falto de ensayos.

Miquel Fernández como Tirad.
Si alguien cree que he exagerado un poco, puede leer la crítica de Nacho Gay en Vanitatis. Más destroyer.
P.J.L. Domínguez

martes, 18 de diciembre de 2012

LÚCIDO

Sala: Teatro Valle-Inclán (sala Francisco Nieva) Autor: Rafael Spregelburd Directora: Amelia Ochandiano Intérpretes: Alberto Amarilla, Tomás del Estal, Itziar Miranda e Isabel Ordaz Duración: 1.45'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)

Qué bueno, qué bueno, qué bueno. Confieso que no conocía a Rafael Spregelburd (no, no llego a todo), pero vistos los antecedentes más recientes (Tolcachir, Veronese, Zorzoli), me tiro como un enajenado sobre cualquier cosa que llegue de Argentina.


Lúcido es complicado de definir. En primer lugar, porque no se deja colgar etiqueta de género: "una comedia casi policiaca que se convierte en melodrama" según la Ochandiano. Bueno, después de verlo se puede entender lo que quiere decir, pero como nota aclaratoria no es muy potente. Ella no tiene la culpa, es que el artefacto se las trae. Difícil también, porque no hay manera de orientar  al lector sin destriparle el asunto. Tiene suspense y giro, cosas que nos entusiasman al menos desde Esquilo. Todos sabemos que algo pasa, que en la sucesión de escenas deberíamos estar discriminando lo real de lo soñado, o de lo imaginado, y al principio nos va bien, porque el texto lo explica. Pero van aumentando las grietas irreales en la zona realista, y además -creo no desvelar demasiado- la falsa pista nos despista (mira qué bonito). Hasta el giro (el SUPERgiro), que nos deja estupefactos: satisfecha el alma de investigador privado de todo espectador ante una trama compleja, y maltrecha el alma, así en general. Vi la función sentado junto a AL, la inteligencia más lagarta de las que me rodean, y ni se olió por dónde iba a saltar el desenlace. Si no pudo ella, no puede nadie. 
 
No creo estar inventándomelo: hay un parentesco de técnica de escritura con el Veronese de Mujeres soñaron caballos Teatro para pájaros, y con el Tolcachir de la sublime trilogía (La omisión de la familia Coleman, El viento en un violín, Tercer cuerpo). En los tres casos, tramas familiares en las que el espectador tiene que reconstruir el jarrón roto a base de juntar piezas que se le van entregando con maestría en las dosis. Y un fondo -esto ya no es técnica, es estética- de dramatismo pudorosamente oculto hasta el desenlace. En fin, tengo que leer más cosas de este hombre.


Alberto Amarilla
Qué buena Amelia Ochandiano. Citaré solo Mi mapa de Madrid, Las bribonas y El caso de la mujer asesinadita. Qué capacidad de amontonar sensibilidad en la comedia. Tiene además una rara habilidad para la selección de actores, que Lúcido confirma. Están los cuatro como nacidos para los respectivos papeles. Tomás del Estal, poniendo todo el rato las caras más convincentes ante sucesos poco menos que marcianos (incluso marcianos, ahora que lo pienso). Itziar Miranda (ay, ¿es que no se va a reponer Dani y Roberta?) con esa tierna hondura que juzgaríamos natural, si no supiéramos que nada es natural en un escenario. Alberto Amarilla jugando su mejor baza: el entusiasmo, la capacidad de convicción que tiene cuando parece que todo lo dice desde las tripas (hay un alegato político en youtube que ilustra bien esto). ¿Y la Ordaz? ¿En qué lotería nos tocó la Ordaz? La de la Mujer asesinadita de Mihura, la de los Días felices de Beckett, la de Lúcido de Spregelburd. Esto que hace ahora es titánico. Y además verosímil, que es ya la repera. Tan verosímil que parece mi tía Juanita. Otra vez intentaré no destripar nada, pero cuando vayan a verla (que irán, más les vale) atentos a la gradual deriva del personaje durante los últimos quince minutos de función. Es el elemento clave que permite digerir el final: si no, no habría manera. Me pareció que termina física y moralmente (como diría Chiquito) exhausta. No es para menos. Pagaría por cenar un día con esta mujer y que me contara sus cosas.
P.J.L. Domínguez
Itziar Miranda en Dani y Roberta

EL DICCIONARIO

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Manuel Calzada Pérez Director: José Carlos Plaza Intérpretes: Helio Pedregal, Vicky Peña y Lander Iglesias Duración: 1.40'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Ya la primera vez que uno se asoma al María Moliner, no puede sino asombrarse de que una sola persona fuera capaz de sacar adelante tan magna obra. No es sorprendente que haya llegado el momento de que su figura alcance el lugar que le corresponde en el imaginario colectivo: leo por ahí que hay en marcha hasta una ópera.

Vicky Peña, del glamour de 
Follies...
Este tipo de pieza, que reivindica un personaje histórico, es difícil de enfocar sin caer en el didactismo o la hagiografía. Recuerdo una reciente que caía de bruces, pero recibió tantos elogios que mejor me callo. El principal mérito de Calzada es que soslaya las dos trampas: construye un personaje verosímil, y no nos entierra bajo una montaña de datos. Sin embargo, me parece discutible que, de toda una vida, lo que más claro quede sea el deterioro final y la consecuente relación con el neurólogo. El espectador sale con la imagen de una mujer que pierde sus facultades mentales y zurce calcetines. La labor inicial para la administración republicana pasa fugaz, el trato con figuras como Dámaso Alonso o Laín Entralgo se ventila en una llamada telefónica o en una mención…

...a la rebequita de El diccionario
La puesta en escena, a pesar de no perder la corrección en ningún momento, tiene un aire convencional, como de salir del paso. La función se salva a golpe de interpretación. Helio Pedregal y Lander Iglesias están muy bien en los respectivos papeles, pero lo de Vicky Peña es prodigioso. En algo que casi podríamos llamar transfiguración, nada queda de la actriz, perfectamente sustituida por el personaje. Acaba dándonos lo mismo que pierda la cabeza o zurza calcetines, uno sólo quiere que la lección no termine.
P.J.L. Domínguez
Crítica de Javier Vallejo                            

           





sábado, 15 de diciembre de 2012

CYRANO DE BERGERAC

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Edmond Rostand (versión de Xavier Bru de Sala) Director: Oriol Broggi Intérpretes: Pere Arquillué, Marta Betriu, Jordi Figueras, Bernat Quintana, Ramón Vila, etc. Duración: 2.35' (veinte minutos de entreacto)
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Edmond Rostand.
Querer definir normas para la creación es como pretender que un caballo distinga los cubiertos de pescado. El Cyrano (texto completo en francés) de Rostand era, en el momento de su creación, un estrambótico anacronismo. Algo así como La venganza de Don Mendo (santa patrona de este blog), pero sin rechifla. Y, contra cualquier pronóstico que hubiera podido hacer una mente sensata (incluida la de Rostand), el exitazo llega hasta nuestros días. Marcos Ordóñez ha publicado un interesante resumen de la historia de este bombazo que invito a consultar. (Por cierto, para ilustrar la expresión "estrambótico anacronismo", véase aquí al lado la foto del autor). Ahora es un clásico que conmueve hasta las lágrimas a cualquiera que no sea de piedra pómez.

Empecemos. La versión de Bru de Sala parece estar, por todo lo que he podido leer, basada en la que elaboró en catalán hace veinticinco años, y que fue unánimente elogiada (Premio Josep Maria de Segarra). Aquélla fue la que interpretó Flotats, y la que lo lanzó a la fama de la que disfruta. No sé qué habrá ocurrido por el camino, pero estamos ahora muy lejos de poder justificar un elogio (aunque los ha habido, y más adelante volveré sobre esto). Lo que se oye en el Valle-Inclán no resiste la menor comparación con el original francés, que es, sobre todo, elegante. Aquí hay profusión de ripio, de chistecillo, y de vocablos que suenan como una corneta en un cuarteto de Brahms ("soy un crac", por ejemplo). Ya que estamos en la cuestión: ¿es normal que en un país plurilingüe haya que realizar el gigantesco esfuerzo de remontar la función en castellano para representarla en la capital? Vemos teatro en ruso con sobretítulos. Pero si está en catalán, una lengua de la que cualquier hablante culto de castellano entiende una buena parte, hay que someter a los actores a este trance. Yo no lo entiendo.

Vamos con la escenografía. Las cortinillas de abre y cierra, entre cosa antigua y función escolar. Sé que resulta especialmente odioso establecer comparaciones, pero vayan a ver Por los ojos de Raquel Meller en la Sala Tribueñe (donde lleva siete años) y comprenderán lo que se puede hacer con cuatro trapos. El balcón (¡el mágico balcón de la mágica escena!) en el quinto pino, lo suficientemente lejos y lo suficientemente mal iluminado como para que el respetable se pierda de la misa los tres cuartos. El extraño artefacto de la izquierda (del espectador), un banco corrido y unas ventanas (?), no se sabe para lo que está, y encima es feo. Y, por si fuera poco, el estrecho paso entre sus dos cuerpos hace que la precipitada salida al campo de batalla obligue a los actores a realizar, uno tras otro, una complicada contorsión. Hay proyecciones, tampoco se sabe para qué: La luna de Méliès con el cohete en un ojo, que Dios sabrá qué pinta en todo esto (hablando de lunas, hay dos más, como en un catálogo); y una vista de lo que creo que era la torre de Nesle, citada en el texto. Digo "creo", porque, al menos en mi función, la proyección duró menos de treinta segundos, perdida allá al fondo, bien arriba. Algo que raya con lo absurdo.

Iluminación: baste decir que, en la citada escena del balcón, apenas vimos una cara. O que, en la otra escena cumbre, la de la muerte de Cyrano, Roxana se pasa un buen rato a oscuras. ¡Cuando es en su rostro donde debemos leer la dolorosísima comprensión progresiva del drama! ¡De una vida desperdiciada! Vestuario: simplemente anodino en general y, con cierta frecuencia, francamente entorpecedor del movimiento de los actores. Aunque no soy capaz de decir si por culpa de lo uno o de los otros. Y ya que estamos con el movimiento de actores: confuso cada vez que hay más de cuatro o cinco en escena.  Música: extraída en su mayor parte de "los 20 grandes éxitos de la música clásica": trillada y, lo que es peor, mal puesta, con entradas y salidas abruptas que no son propias de un montaje de estas pretensiones.

Pere Arquillué (foto: Bito Cels)
 ¿Algo bueno? Sí, algo bueno. Arquillué está fantástico, y me pregunto cómo lo logra, rodeado por este guirigay. Muy por encima de lo último que le vimos (¿Quién teme a Virginia Woolf?, alejada en general del nivel habitual de su director, Veronese). Marta Betriu cumple también. Su primera entrada es como una ráfaga de oxígeno en algo que, hasta ese momento, es una farsa mal montada. También en su sitio Ramón Vila como Lebret. Y un par de frases de Cecilia Valencia, que menciono para no olvidar nada decente. Los demás me dejaron pasmado: rozan lo bochornoso.

Nadie duda del talento de Oriol Broggi. Me cautivó con Rosencrantz i Gilderstern son morts de Stoppard (2005), donde también estaba estupendo Babou Cham, que aquí no da una. Pero esto es un soberbio patinazo. Extensos fragmentos (el arranque, las escenas militares), parecen teatro de aficionados; se abusa del tono de farsa colocando a los actores en registros imposibles; las escenas fundamentales se desaprovechan. Hay quien me ha dicho que el original en catalán poco tiene que ver con el desastre que narramos. Quizás: no sería la primera vez que remontar en otro idioma suponga desbaratar.

Si el curioso lector ha seguido el vínculo a la crítica de Marcos Ordóñez, habrá visto que no puede ser más divergente. Le daré más información: no conozco una sola que no haya puesto la función por las nubes. ¿Cómo es posible?, se preguntarán, como me pregunto yo. Puedo asegurar que del Valle-Inclán ha salido bufando gente de criterio probado, pero esa opinión no ha dejado más traza, que yo sepa, que estas líneas. Al margen de la elemental explicación de la divergencia en gustos, tengo para mí que hay mucho factores que explican estas cosas. Hay corrientes de opinión sobre determinadas personas o colectivos que tienen tal capacidad de arrastre que hacen dificilísimo confesarse a sí mismo que se acaba de asistir a una pésima representación.  Sobre todo si hay vínculos de amistad. No porque uno traicione a posta su conciencia elogiando al amigo, sino porque la objetividad es una condición frágil que cae herida de muerte ante el menor cruce con los afectos. Ojo: no estoy acusando a nadie de amiguismo en este caso concreto, es una observación general. Y hay también algo muy común en cualquier ámbito de opinión: a menudo todo el mundo espera al primer trompetazo para seguir por ahí, y a ver quién es el guapo capaz de torcer después el curso del torrente. Quizá me pase de listo, pero algo me consuela el contar sólo cuatro líneas de opinión en el extenso artículo de Ordóñez, que es el más culto, el más sagaz y el mejor prosista de la crítica teatral española. Cada vez que no estoy de acuerdo con él, me entra una desazón...
P.J.L. Domínguez

THE BEST OF LEO BASSI

Sala: Teatro Alfil Autor, director e intérprete: Leo Bassi Duración: 1.45'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Hay artistas que son una sola cosa con su obra, y éste es el caso de Leo Bassi. Gran payaso, gran actor, gran autor, gran conferenciante, gran bufón. Es todas esas cosas, pero lo es de una sola pieza, y todo a la vez. Se ha tenido que buscar un género propio que, aunque tiene antecedentes (por ejemplo, en Dario Fo), lleva años desarrollando: yo lo llamo conferencia escénica. Es un género en el que la proporción de conferencia y espectáculo teatral oscila. Su espectáculo anterior (Utopía) era más teatral. A mí me gustó más, pero éste no es manco. Hay que ser muy (pero que muy) bueno para estar solo en un escenario durante setenta y cinco minutos, y tener al público bien atento a todo lo que largas. Y no voy a decir más: si no lo ha visto nunca en vivo, no lo dude, vaya. Aunque si es de mentalidad conservadora, le aconsejo que se tome antes un Orfidal. Si es de izquierdas, va a salir del teatro respirando mucho más a gusto que cuando entró. Ah, y otra cosa: el espectáculo no es una recopilación de sus mejores momentos, el título también va de cachondeo.
P.J.L. Domínguez

Quien tenga curiosidad por ver a este volcán creativo a las órdenes de otro, puede ver la sorprendente Illuminata (John Turturro, 1998).

AGONÍA Y ÉXTASIS DE STEVE JOBS

Sala: Teatro Maravillas Autor: Mike Daisey (versión de Nacho Artime) Director: David Serrano Intérprete: Daniel Muriel Dúración: 1.20'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

El texto ha conocido un éxito universal, y lo cierto es que es hábil y entretenido. Aunque a mí me recuerda una noticia leída hace tiempo: no sé qué universidad anglosajona había demostrado, vaya usted a saber con qué coste, que la siesta era una cosa estupenda. ¿Alguien lo dudaba? Desde luego, el cacharraje de Apple ha logrado un aura de modernidad y glamour, una capacidad de convencer a sus usuarios de que son lo más cool del barrio, que debe de hacer rechinar los dientes a Nescafé, a McDonalds y a todo lo que se les ocurra. Es como si tuviera que darnos vergüenza aparecer con un smartphone de la competencia, qué cosa más vulgar. Y puede que ese prestigio intangible ayude a difuminar algo que nadie ignora: que tras cualquier multinacional se esconde una cantidad de basura proporcional a su tamaño. Actualización de la conocida máxima de Balzac:  "detrás de cada gran fortuna se esconde un gran crimen". Se quedó corto al dejarlo en uno. De eso va Agonía y Éxtasis: de sacar a la luz las miserias de la producción en China de esos mágicos aparatitos. Echo de menos un epílogo con la candente cuestión de los impuestos que Apple aporta al bien común. Ops, perdón: al desastre común. Al bien ya no se lo encuentra por ninguna parte.

Daniel Muriel, Daniel Ortiz y Helio 
Pedregal en "La mecedora"
La función está dirigida con corrección y, aunque es evidente que el texto podía rendir más, el público se divierte. Aparte de sacar los colores a la empresa de la manzanita, me parece que su mayor virtud radica en que es otro pasito para ir ubicando a Daniel Muriel, ese chico que se hizo popular con Escenas de matrimonio (serie que todo el mundo execraba, pero que todo el mundo veía), en el lugar que parece merecer. Lo vi en La mecedora (Le fauteuil à bascule, de Brisville, nada menos) dirigido por Flotats y haciendo de joven amante de un tipo con más conchas que un galápago: estaba suelto, fresco, convincente y, sobre todo, medido. Aquí la cosa es más coloquial, hay un menor riesgo de excesiva impostación, pero le he visto las mismas cualidades. Le acompaña el físico, es un rato guapo, y está en buena edad para ir construyendo una carrera. 
P.J.L. Domínguez
 


DOÑA PERFECTA


Sala: Teatro María Guerrero Autor: Benito Pérez Galdós (versión de E. Caballero) Director: Ernesto Caballero Intérpretes: José Luis Alcobendas, Diana Bernedo, Lola Casamayor, Israel Elejalde, Karina Garantivá, Miranda Gas, Alberto Jiménez, Jorge Machín, Toni Márquez, Paco Ochoa, Belén Ponce de León, Vanessa Vega Duración: 1.40'

Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)  


Galdós, por Sorolla.

No desvelamos nada a estas alturas al decir que Doña Perfecta es un pedazo de novela, en la que quizá lo más atractivo reside en la habilidad con que se le dosifica al lector una desazón que va creciendo a medida que se acerca el inevitable final. Vamos, que lo pasa uno de pena. Con un trasfondo ideológico de crítica al caciquismo y el clericalismo de una España hundida en un lodazal. Hablamos de 1876, pero es sorprendente lo viva que sigue la actualidad de la primera, en estos tiempos de la segunda Restauración. Por ejemplo: en ese año se funda la Institución Libre de Enseñanza, y en 2012 seguimos discutiendo el modo en el que la religión católica debe ser impartida en las escuelas. Qué cansina sensación de vivir en un país en el que los problemas de fondo no se superan nunca. Así que a la pregunta “¿tiene sentido representar Doña Perfecta?” hay que responder que sí.

Galdós dejó una versión escénica que no conozco, pero que se tiene por demasiado lastrada por convenciones teatrales que el público no soportaría ahora. Caballero ha hecho su propia versión, y no sé yo si para este viaje se justificaban las alforjas. El conjunto queda irremediablamente lastrado por la machacona reiteración de escenas destinadas a mostrar que el joven Pepe Rey es progresista y atolondrado, y que, desde su llegada, crecen sus enemigos cada vez que abre la boca en la polvorienta Orbajosa. Bueno, ya: a los veinte minutos del comienzo todo el mundo lo ha entendido perfectamente, no hacía falta seguir machacando. La función no levanta el vuelo después de ese rodillo adormecedor, y pierde pie del todo en el confuso momento de la invasión de la localidad por tropas gubernamentales.


No ayuda toda una serie de elementos que se acumulan sin que se entienda muy bien para qué. Me pasé media función esperando que la escenografía terminara sirviendo para algo. Pero no, no sirve para nada, sólo afea. Despiste también con el contraste entre el espantoso loro de utilería exhibido en escena, y el hiperrealismo de un loro gigantesco proyectado sobre las baldosas (por no hablar de los ajos, también proyectados). Un pelín cursi el trenecito que avanza solo por el proscenio. Y ya lo del vestuario… Resulta que los trajes (y el mobiliario) abarcan todo el período comprendido entre el XIX y la actualidad. Algo se habrá querido transmitir, pero sólo se provoca (más) confusión.

Israel Elejalde y Lola Casamayor
En cuanto a interpretación, se salvan Elejalde y Casamayor: Los únicos momentos con enganche de la función son los de sus duelos. El primero pone la vehemencia justa, y ella compone una señorona de provincias tan verosímil que salí con la sensación de haber conocido varias clavadas. No obstante, y esto es ya una simple opción de gusto, eché de menos al personaje original: más beaturrón, más falso, más cruel. Los demás salen muy tocados por opciones de dirección erradas. Las Troyas se ven en el brete de escenas absurdas, como la del incomprensible canturreo ante las máquinas de coser, y es una pena, porque las tres echan el resto. Alberto Jiménez, un excelente actor, ofrece una caricatura de cura atrabiliario emboscado tras un disfraz de adulación que crítica y público han apreciado, y con razón. El problema es que parece deambular por una función que no es la suya: está en otro registro. Toni Márquez, el esbirro violento, está mejor ubicado en el conjunto. En cuanto a la joven enamorada, recita y masca las palabras de una manera tan chocante que desbarata todos y cada uno de los momentos en los que tiene papel. La peor parada es la magnífica escena del crucifijo, que podía ser el momento cumbre, y acaba en menos que nada. A Alcobendas se le hace declamar un monólogo en un tono que poquísimo tiene que ver con la banalidad de lo que está diciendo.
P.J.L. Domínguez



lunes, 10 de diciembre de 2012

SONRISAS Y LÁGRIMAS

Sala: Teatro Coliseum Autores: Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II (adaptación de Miguel Antelo) Director de escena: Jaime Azpilicueta Director musical: Julio Awad Intérpretes: Silvia Luchetti, Carlos Hipólito, Noemí Mazoy, Jorge Lucas, Yolanda García, Paris Martín, etc. Duración: 2.45' (entreacto de 15 minutos).
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Cada vez que veo Sonrisas y lágrimas experimento un deseo violento de estrangular a los niños con las dichosas cortinas: mi sensibilidad tiene contraindicados los excesos de buen rollo. Pero algo tendrá el agua cuando la bendicen, y éste es un musical que lleva decenios encandilando a millones de personas. Probablemente, por una música excelente que salva el, a mi modesto entender, endeble libreto. Los malos malos (la baronesa debería ser pérfida y no pasa de torcidilla en algún momento aislado) aparecen demasiado tarde: lo prueba el subidón que experimenta el Coliseum cuando se despliegan las esvásticas. No es grave, buena parte del mejor teatro musical, incluidas algunas excelentes óperas del repertorio italiano, tiene libretos peores. Pero ahí está la música de Rodgers para justificarlo todo: desde My favorite things (una de las canciones más versionadas de la historia) hasta Climb every mountain, pasando por Maria o Sixteen going on seventeen, no hay desperdicio. Bueno, sí: la más popular (Do, Re, Mi) a mí me resulta insoportable, sobre todo con la psicotrópica letra de en castellano de la película, que supongo que se ha respetado porque el público se la sabe.

Silvia Luchetti
La versión de Azpilicueta aprueba con nota las materias imprescindibles del género: interpretación musical y aparato escenográfico. Luchetti canta de maravilla, aunque es una actriz un poco fría. Ahora que Hipólito también canta (desde Follies), hay que empezar a pensar que todo lo hace bien. Yolanda García es un pelín mayor para el papel, pero está estupenda, bien acompañada por Paris Martín y Jorge Galaz. Notable el coro de monjas, con Noemi Mazoy de abadesa. Como siempre, Trinidad Iglesias se adueña del escenario cada vez que lo pisa. El resto cumple sobradamente.

Me fijo siempre en los niños: los de mi función parecían pasarlo en grande. Con la que tenemos encima, quizá no sobren en la cartelera espectáculos blancos, con gente simplemente buena.
                                               P.J.L. Domínguez

BABEL

Sala: Teatro Marquina Autor: Andrew Bovell (versión de Pedro Costa) Directora: Tamzin Towsend Intérpretes: Jorge Bosch, Pedro Casablanc, Pilar Castro, Aitana Sánchez-Gijón Duración: 1.25'
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
 
Speaking in tongues (1996) fue premiada y llevada al cine (Lantana, 2001). Llega, por tanto, con avales. Y a mí me asalta una perplejidad parecida a la que me produjo Closer. Los personajes van y vienen, pero no veo que lleguen a ninguna parte. No hay desenlace (el público tarda un rato largo en entender que debe aplaudir). La leve trama de intriga no es, desde luego, el motor de la pieza (creo que lo es un poco más en la película). Así que estamos ante ese tipo de narración que entreteje historias diversas, dibujando, sobre todo, personajes y marcos de relaciones. Un poco a la manera de Magnolia. Esto no es ninguna tara de origen, podríamos decir casi lo mismo de Chejov. Es mucho más fácil de articular en el cine, por motivos largos de explicar, pero se sustenta en el teatro sólo con un delicadísimo trabajo de orfebrería. Siguiendo con el símil, una Ratonera mediocre puede hasta entretener, pero un Chejov poco sutil aburre hasta a las piedras.


La versión de Townsend se sostiene, pero no impacta. Tarda en enganchar: no lo hace hasta los monólogos que introducen historias divergentes en lo que, hasta ese momento, sólo es un relato de infidelidades. 


Pilar Castro
El comienzo, con escenas simultáneas y parlamentos dichos al unísono por parejas de  actores, es, desde luego, fruto de un formidable trabajo, pero el efecto casi no pasa de la sorpresa. Ellas están mejor que ellos, parece que se creen más los papeles. Pilar Castro, estupenda,  sobre todo como la mujer despegada de los afectos, y en el relato del zapato y el vecino. En pocas palabras: no es para echar cohetes, pero acaba resultando interesante.
P.J.L Domínguez

SHIRLEY VALENTINE

Sala: Teatro Maravillas Autor: Willy Russell (versión de Nacho Artime) Director: Manuel Iborra Intérprete: Verónica Forqué Duración: 1.55' (entreacto de 15 minutos)
Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Todo a favor. El texto original es tan inteligente, tan medido, tan equilibrado, que produce esa sensación de extrema simplicidad que, prácticamente siempre, es fruto de mucho trabajo. Demuestra una vez más, y por si hiciera alguna falta, que el realismo siempre está de moda: es de 1986 y se conserva fresco como una lechuga. A la versión de Nacho Artime sólo le veo virtudes: un castellano natural y fluido, sin un anglicismo (parece una tontería, pero es algo excepcional), con el punto justo entre un lenguaje teatral culto y el registro popular del personaje, y que salta con desparpajo sobre las dificultades de traducción repartidas aquí y allá. Afortunadamente, a nadie se le ha ocurrido inventarse la menor modernidad en la puesta en escena: se nos sirve la función con lo que precisa, y punto

Verónica Forqué
Y, dicho todo esto, ahora llegan el director y la actriz. La Forqué ha cultivado durante años un personaje que el público conoce y adora. Ojo, esto no es un reproche: hay grandísimos actores que se pasan toda una vida puliendo el mismo registro. Pero al espectador le queda siempre la duda de si está viendo al personaje, o a la persona, as herself. Shirley Valentine viene a dejar claro que no es el caso: la Forqué es una apisonadora de la interpretación con un oficio y una capacidad de interiorización del papel realmente formidables, y durante cerca de dos horas lleva al teatro de la carcajada a las lágrimas como le da la gana. Es evidente que el mérito debe de estar compartido con Iborra, pero la dirección es tan buena que no se nota. Algo que es el mayor elogio que cabe hacer a un director de escena. Estuve fijándome en las caras de disfrute a mi alrededor: auguran mucha vida por delante al espectáculo. Para no perdérselo.
P.J.L. Domínguez

LA CENA DE LOS IDIOTAS

Sala: Teatro Reina Victoria Autor: Francis Veber Director: Juan José Afonso Intérpretes: Agustín Jiménez, Josema Yuste, Félix Ávarez “Felisuco”, etc. Duración: 1.55' Información completa (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
ATENCIÓN: Esta crítica se escribió en 2010. La producción ha sufrido variaciones, por ejemplo de elenco.   

Comedia de éxito universal, no parece que el tiempo haga perder a La cena de los idiotas el favor del público: mi función estaba abarrotada. No hay peligro, a estas alturas, de desvelar a nadie la trama, así que puedo contar que un individuo culto, acomodado y con pocos escrúpulos, pesca a un idiota al que quiere convertir en el objeto de burla de un grupo de amigos dedicados a esta actividad poco edificante. Olvidando una de las leyes fundamentales de la estupidez humana de Carlo Maria Cipolla (irrefutables y definitivas, cuya consulta recomiendo a quien no las conozca): las personas inteligentes subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Aun señalando que el tipo de idiota de la función no se corresponde exactamente con el “estúpido” que define Cipolla.

Felisuco, David Fernández y 
Josema Yuste.
La brillantez del texto estriba en que, naturalmente, todo el mundo se identifica con el idiota (excepto, supongo, algún sicópata). Por muy listo que se crea uno, ahí en el fondo sabe cuántas veces en la vida ha hecho el canelo. Y, además, este idiota bonachón y encantador no se merece la que le están jugando. El conflicto no se pierde de vista un segundo en una obra que, además, está escrita con enorme sabiduría teatral. Un bombón para quien sepa aprovecharla.

Afortunadamente, está Agustín Jiménez para soportar con brío todo el peso de la función. Yuste y Felisuco son más humoristas que actores. Es una opción legítima y ambos cumplen: Yuste contenido, dejando juego al idiota, y Felisuco apayasado, con momentos felices. El potencial del texto daría para mucho más pero, a pesar del grave lastre del resto de secundarios, y de que se echa de menos un pulso de dirección más firme, el resultado es agradable y todo el mundo pasa un buen rato.
  P.J.L. Domínguez