lunes, 28 de enero de 2013

MARIDOS Y MUJERES

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Woody Allen (versión de A. Rigola; traducción de José Luis Guarner) Director: Àlex Rigola Intérpretes: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Miranda Gas, Elisabet Gelabert, Alberto Jiménez y Nuria Mencía. Duración: 1.25' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la obra ya no está en cartel)


Primero un telegrama, que me parece que esto va a ser largo:  NOTABLE TRABAJO DE DIRECCIÓN DE ACTORES stop NOTABLE TRABAJO DE INTERPRETACIÓN stop TEXTO QUE SE PRESTA POCO A ESTE TIPO DE REALISMO stop EXCESO DE AMANERAMIENTO EN LA PUESTA EN ESCENA stop.

Y ahora, al toro. Este espectáculo va a recibir críticas más que elogiosas por todas partes. Ya han empezado: la de Miguel Gabaldón o la reseña de todosalteatro.com, por ejemplo, que resalta la "maestría habitual" de Rigola. (Nota del día siguiente: ya van dos mas, García Garzón en ABC y Javier Vilán en El Mundo). No quiero ni pensar en lo que será la de Marcos Ordóñez. ¿Por qué es esto previsible? Porque, aparte de que hay aciertos notables, como decía en el telegrama, se dan todas las circunstancias extracualitativas, por así decir, a su alrededor. Para empezar, el prestigio acumulado de Rigola, que no es poco: su 2666 es quizá de lo mejorcito que he visto y que veré en toda mi vida. Además, el de Woody Allen. Y, desde luego, el de los actores: Israel Elejalde, por ejemplo, es un actor en la cresta de la ola del aprecio entre sus colegas. Pero hay más. La puesta en escena de Maridos y mujeres sigue un modelo identificado con el éxito desde La función por hacer de Miguel del Arco.  En todo hay modas, también en esto. Énfasis en el trabajo actoral, escenografía esencial, naturalismo, ubicación de los intérpretes entre el público... Incluso la expectación previa en el medio, que fue enorme en La función por hacer, no sé si de forma espontánea o planificada, se ha reproducido ahora en cierta medida. Todo eso dio excelente resultado en La función, y muy buen resultado en Veraneantes. Aquí, mucho menos.

Me parece, humildemente, que el texto no es para echar cohetes.  A veces pienso que debo de tener una incapacidad congénita para apreciar estas narraciones hechas de retazos de vida (Closer o Babel, por citar dos recientes). Pero luego me acuerdo de Chejov, y concluyo que la incapacidad no es mía, y que algo les falta. Aquí la diferencia es evidente: todo lo que Allen cuenta y recuenta, machaca y remachaca (cómo no van a verbalizar hasta la saciedad estos personajes, hijos del psicoanálisis) es en el ruso silencio, reticencia. Otra cosa es la combinación del texto con la dirección y la interpretación del propio Allen en la película, pero el cine y el teatro son artes tan complejas que es perfectamente posible parir una obrón con una base literaria endeble. Es ésta una discusión eterna que se repite constantemente a raíz de los Oscar, o de cualquier otro premio de esa naturaleza, en su forma "¿Cómo le pueden dar el premio al mejor director y a la mejor película, y no al mejor guión?" (con todas las combinaciones posibles en las cursivas). Yo soy de los que creen que tiene su lógica. Ahí están los guiones de Chaplin, incurriendo a veces en el melodrama más tópico, que dieron lugar a obras inolvidables e interpretaciones excepcionales. Y si nos metemos en el teatro musical , desde la ópera hasta el musical actual, los buenos textos son más bien la excepción. Podríamos amontonar docenas de ejemplos. En resumen: me parece mucho más valioso el Allen inicial, incluidos los relatos cortos de Sin plumas o Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, que parecen a primera vista una tontería, pero que descabezan hasta al Padre Eterno y tienen una prodigiosa capacidad de infectar la visión del mundo del incauto lector, convencido de estar pasando un ratillo agradable. Es lo que tiene el humor.

Yo creo que la intención de Rigola es abiertamente realista. Digo "creo", porque mi habitual JM sostiene que, por el contrario, hay una pretensión de alejamiento brechtiano con la ruptura de la cuarta pared, los parlamentos al público, y todo ese blabla que ustedes conocen. A mí me parece que no. Si no es realismo esto de sentar a los actores en unos sofás en los que también hay público, y hacerles hablar exactamente como uno habla en su casa, que venga Dios y que lo vea. Y aquí viene una paradoja: en teatro, el realismo no siempre se consigue con un texto realista y una interpretación naturalista. El cine es otra cosa. Pero en el teatro, todos sabemos todo el tiempo que el vino es agua, o que la supuesta puerta de la calle da al vestíbulo de la sala. Esta verdad de Perogrullo tiene una consecuencia brutal: la sensación de realidad (más bien debería decir la sensación de verdad) no está garantizada, por mucho que los elementos sean realistas. Pocos momentos de esos cacé yo: el foco no concentra la mirada del espectador sobre la verdad de la historia, sino más bien sobre la pericia en su interpretación. (Por cierto, la inversa es cierta también: la sensación de realidad se produce a menudo a partir de la combinación de elementos no realistas. Para no aburrir con ejemplos, me basta el que el azar me ha puesto a mano: el mismo fin de semana he visto el monólogo de Marta Fernández Muro en La Casa de la Portera, cuya crítica el amable lector puede consultar en este enlace).

Álex Rigola
Y ahora diré algo a primera vista contradictorio (lo siento, el teatro es así). Si la opción realista se hubiera mantenido de forma sostenida, quizá la sensación de verdad sería mayor. Pero está entreverada de detalles que parecen boutades de dirección o, casi peor, opciones de taller de actores. (Por cierto: toda la función está impregnada de ese aire de taller, algo que será otro motivo para su éxito entre la profesión). Por ejemplo: los paseos entre las filas de butacas (¿para qué?); el largo silencio con la música del móvil (¿para qué?); la escena en la que, con Álex de pie detrás de Carlota inclinada, ambos intercambian frases como puñales sin parar de reír (¿para qué?); el monólogo de Álex subido a una mesa (¿para qué?). Es como si alguien hubiera dicho: "A ver, ahora repetid la escena pero sin parar de reír, y vemos qué sale". Insisto, aire de taller de interpretación. Me gustaría ver la misma función, en teatro a la italiana y sin esas escapadas tangentes.

Mencía y Bermejo en la mejor escena de la función
Los actores están bien, desde luego. A ratos muy bien. Luis Bermejo, excelente. Pero, en conjunto, esta sucesión de frases que cualquiera se oye pronunciar a sí mismo o escucha decir a sus amigos en las cenas de fin de semana, servidas en un contexto de interpretación naturalista salpimentada con las licencias mencionadas, se hace larga. Si por mi fuera, veinte minutos menos irían de perlas. Una observación final: la prueba de que la función podría ser mucho mejor está dentro de la misma función. La escena de la ruptura entre Bermejo y Nuria Mencía es realmente antológica. Durante unos minutos, zas, se produce un pico de tensión e irrumpe potente esa sensación de verosimilitud que, al menos yo, no fui capaz de percibir con intensidad el resto del tiempo. Si no la han visto todavía, agudicen la atención en ese momento. En conjunto, y con todas las pegas expresadas, la visión de Maridos y mujeres es interesante.


 
Julia Caba Alba
José Luis López Vázquez
Reminiscencias: ¿Se han dado cuenta de que la dicción y prosodia de Nuria Mencía se parecen extraordinaramente a las de la gran Julia Caba Alba? Otra: cuando a José Luis le preguntan qué tal va el sexo en su matrimonio, Elejalde debe mostrarse incómodo. Me pareció ver al no menos grande José Luis López Vázquez. No se me va la olla, fíjense bien. Que conste que esto son elogios.

Nota del 4 de febrero: ¿Recuerdan? Lo dije, está ahí arriba: Este espectáculo va a recibir críticas más que elogiosas por todas partes. Por fin salió la de Marcos Ordóñez, aquí la tienen.Para que nadie diga que no difundo opiniones con las que no comulgo.


P.J.L. Domínguez
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