domingo, 30 de junio de 2013

LOS MISERABLES

Sala: Teatro Victoria Autor: Víctor Hugo (versión dramática de Paloma Mejía) Directora: Paloma Mejía Intérpretes: No constan Duración: 1.50' (entreacto de cinco minutos)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Mis lectores asiduos quizá recuerden que andaba yo leyendo Los miserables. Lo que no saben es que llevaba un par de años buscando hueco para ir a verla al Teatro Victoria, donde está en ubicación y horario complicados para mis costumbres. Es una sala peculiar, tanto de configuración arquitectónica (poco más que un salón de actos) como de programación: una vez salí corriendo de un Jardiel imposible. También la compañía Máscara Laroye es peculiar: además de Los miserables, ha tenido en cartel hasta hace poco un Cyrano de Bergerac, como las antiguas compañías de repertorio. Pero entre que la función lleva más de dos años representándose -"algo tendrá" se dice uno- y que estoy un poco obsesionado con Hugo últimamente, allá que me fui.



Allá que me fui, y allá que me encontré con una de las cosas más difíciles de reseñar que me he encontrado nunca. Vamos por partes. Casi todo está mal (este "casi" es importante, como veremos más abajo). En primer lugar, las enormes diferencias de capacidad entre actores y actrices, que van de la dignidad profesional a lo bochornoso. Pero sumen también una iluminación azul y roja casi a piñón fijo, un vestuario imposible a ratos, una caracterización más propia de fiesta de disfraces... y se preguntarán qué hago escribiendo sobre eso. Efectivamente, uno se aplica como crítico en cosas que superan un determinado umbral de profesionalidad. Sería absurdo, como les he dicho alguna vez, irse a la función de fin de curso de un colegio de primaria y publicar una crítica en el mismo lugar en el que la víspera ha aparecido la crítica de La Zaranda. Dicho de otro modo: por malísima que sea la crítica que un espectáculo recibe, el hecho de recibirla supone ya su aceptación en un determinado estándar de criticabilidad, llamémoslo así. 



Pues bien, la sucinta descripción que he esbozado más arriba de Los miserables de Máscara Laroye podría hacer pensar que estamos ante algo por debajo del nivel de criticabilidad. Sin embargo, ya les he dicho que pocas veces me he encontrado con algo más difícil de comentar. El adjetivo para muchas de las cosas que se ven en el escenario sería bochornoso tomadas aisladamente. Pero, ¡oh, sorpresa!, resulta que el conjunto avanza con cierta dignidad. Vi la función hace tres días. Llevo ese tiempo preguntándome cómo es posible que, a pesar de tanto obstáculo, enganche la atención y mantenga el interés durante los ciento diez minutos que dura. Tengo sólo una hipótesis: por una parte, es una excelente versión dramática de una excelentísima trama de novela; por otra, las cosas van que vuelan sobre el escenario. O sea: pasan cosas muy interesantes y pasan muy rápido. No hay forma de aburrirse.


Tanto lo primero como lo segundo se debe a Paloma Mejía, autora de la versión y directora. Es sorprendente, pero no falta prácticamente nada de lo que ocurre en dos mil páginas de novela. Lo que no se representa, se resume con habilidad en los diálogos (dialogando, no narrando, les recuerdo La monja alférez). Donde ha hecho falta, se ha  sumado un personaje: era la única manera de representar la bajada a los infiernos de Fantine. Donde no hacían falta, se han podado. Donde el efecto escenográfico era difícil de plantear, se ha cambiado (Marius se esconde en un baúl en vez de mirar por un agujero de la pared) o se ha estilizado la acción (el eventual realismo de la barricada se sustituye por movimientos estilizados de actores). En la gigantesca operación de reducción del texto se salva prácticamente todo lo indispensable, exceptuados, claro está, los enorme excursos que Hugo (en la foto) inserta en la novela. Mejía tiene el acierto -y esto es lo que puso alerta mi atención- de arrancar la función con los que, a mi juicio, son los párrafos centrales de la obra: los que plantean la enorme desproporción entre la culpa de Valjean y la culpa de la sociedad que lo ha empujado al abismo (aquí tienen una traducción). Yo la hubiera rematado repitiéndolos. Pero yo no soy director de escena, por suerte para todos.

En fin, lo principal es que el respetable parece divertirse, y eso explica el prolongadísimo período en cartel. Puesto que estoy terminando la novela ahora mismo y no soy, por tanto, válido como prueba del algodón, pregunté a cinco personas que salían conmigo del teatro si creían haber entendido la trama: respuesta unánimente afirmativa. Lo dicho: la adaptación funciona.

La sala no proporciona programa de mano, y me temo que el elenco reflejado en la página web de la compañía no es el actual. He hecho lo que he podido para identificar a los actores de mi función, pero no lo he logrado con todos. Tengo que decir que me gustaron algunos. Fantine, bien instalada en el melodrama, que es su sitio, por Silvia García (me dicen que así se llama, si alguien me detecta errores, que me avise si es tan amable). También eficaz quien se encargó de Fauchelevent (el jardinero del Petit-Picpus) y de Gillenormand, pero no doy con su nombre. Bien el Enjolras de Fidel Betancourt, energético como debe ser. Bien Cosette, que tampoco sé cómo se llama. Y, decididamente lo mejor de la función, el Marius de Carlos Alté: ingenuo, voluntarioso, lleno de encanto. Este chico tiene un físico que puede ayudarle, y también estorbarle mucho si quiere convertirse en actor. A mí me pareció que tiene madera. Es joven, que estudie. Les he puesto una foto un poco absurda, pero es la única que encuentro (¡parece mentira que haya actores de esta edad sin presencia virtual en condiciones!). Se salva algún secundario más; los papeles principales restantes, francamente mejorables.

Si tengo un rato estos días, algo añadiré sobre Hugo, que me tiene abducido últimamente.
P.J.L. Domínguez
           

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