lunes, 17 de junio de 2013

SERENA APOCALIPSIS

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Verónica Fernández Director: Antonio C. Guijosa Intérpretes: Quique Fernández, Lucía Fuengallego, Fael García, Elena González, Alberto Iglesias, Esosa Omo y Almudena Ramos Duración: 1.45'


Quique Fernández, Elena González, Almudena Ramos y Fael García.


Sí, el título parece un error de concordancia. ¿Por qué no Sereno Apocalipsis? Al final del texto parece entenderse el motivo, pero es un motivo excesivamente liviano como para justificar la extrañeza de una Apocalipsis así, en femenino. Quizá con una coma... Serena, Apocalipsis.



Para empezar, tengo algo que agradecer: la agradable sensación de no ser el único loco que habita el planeta. Me asaltan las visiones dantescas del futuro... iba a decir desde el comienzo de la crisis, pero empezaron mucho antes. Durante toda mi edad adulta, cada vez que he entrado en una vertiginosa terminal aérea, en un metro hipertecnológico o en un hotel de lujo, los he visto reducidos a escombros y convertidos en guarida de alimañas o refugio de supervivientes. No crean que por un exceso de ciencia-ficción, sino por la conciencia creciente de que nuestro bienestar económico (incluso lo de ahora se puede llamar así, si mira uno con perspectiva histórica) está abocado al desastre. Sólo espero que no me pille.


Pues bien, llega Verónica Fernández (la de la foto) y compruebo que estas cosas le pasan a más gente. Porque de esto va el asunto: como consecuencia de las convulsiones provocadas por la crisis, el horizonte de estos personajes -que tuvieron una vida normal- ha quedado reducido a un parque en el que sobreviven como pueden, cercados por la violencia, la miseria y unas extrañas bestias. Olviden que el tema es, en este caso, de política-ficción, de crítica sociopolítica o como quieran llamarlo. Es lo que menos importa del texto. Hemos visto historias de este corte a patadas: un grupo confinado en un pequeño espacio y rodeado por un entorno amenazador. Naves espaciales encalladas en planetas ignotos, submarinos detenidos en las profundidades abisales... Por muy brillante que sea el planteamiento inicial, y si quieren ser algo más que un videojuego o una novela de Agatha Christie, sólo se pueden sustentar en las relaciones dramáticas entre los personajes que la situación provoca. De eso va exactamente Serena Apocalipsis. No es sorprendente que una experimentada guionista como Verónica Fernández opte por un reto de este tipo: resolver satisfactoriamente una situación canónica.

La historia más tramposa jamás contada.

Durante su primera mitad, la función parece un galeón que se encamina con todas las velas desplegadas directamente al desastre. Mucho dato, mucha presentación, mucho precedente. Con algún detalle de inverosimilitud insuperable, como que los bichos de fuera se llamen jabalidogs. Todo parece indicar que nos encaminamos al efecto el-señor-de-los-anillos (más conocido como Deus ex-machina). El efecto el-señor-de-los-anillos es una de las peores cosas que un autor puede hacerle a un lector / espectador. Me explico. Gondwin, Baltrath y Reysnar se encuentran de espaldas al despeñadero de Agar-Montwon, a punto de ser engullidos por una multitud de aves Prokprok. Uno se pregunta si los tres protagonistas mueren y todo se termina ahí. De pronto, Gondwin recuerda que durante la luna llena de marzo los elfólidos acuden en masa a ayudar a cualquiera que frote la piedra Gurtrendlowr y tenga el corazón puro. Frota, acuden y se salvan (tenía el corazón puro). Ahora bien: NADIE nos había contado esto. Es como jugar al parchís con alguien que nos oculta reglas y que las proclama en el momento en que le conviene. El narrador se había metido en un charco de semejantes proporciones que, o llegan los elfólidos esos de los que nadie había oído hablar, o no tiene forma de encontrar un final. Esto último se llama el-efecto-perdidos

Tranquilos. Al contrario que el oso de Perdidos, el pato Barak tiene una plena 
justificación dramatúrgica.

Serena Apocalipsis nos va informando de que los jabalidogs salen de noche, de que el loco se relaciona sobre todo con un pato que se llama Barak, de que hay un barrio alto, de que existe un lejano mundo exterior donde la vida no es horrenda, de que la verja tiene puertas con candado, de que hay un tren que sale de esta ciudad infernal y lleva al paraíso... mientras uno se teme la llegada de los elfólidos o la aparición del oso polar de Perdidos en cualquier momento. Y... resulta que no. Resulta que a Fernández le cuesta un buen rato contarnos las reglas, pero que desarrolla después la partida sin saltárselas y llegando a un final coherente. El galeón arriba a puerto. Me parece que ya les conté respecto a La ceremonia de la confusión que esta modalidad de "Escritos para la escena" encierra al autor con los intérpretes en una especie de work-in-progress. Esto, que tiene un interés indudable, debe de acercarse bastante a una pesadilla para el autor, que tiene que arreglárselas como pueda con unos tiempos de trabajo determinados y, zas, estrenar. Mayor mérito de  Serena Apocalipsis que, quizá, deberíamos considerar como la primera versión de un texto que, me parece a mí, podría crecer concentrándolo un poco.

Al margen de algunos patinazos, la dirección deja fluir al texto. Patinazos: la escena de la muerte, canturreo imposible incluido; exceso de entradas y salidas con los actores que corren (además de gritar, una de las cosas más difíciles de hacer en un escenario es correr); pelín de exageración inicial (Aurorita hija, que todavía no ha pasado nada); quizá un poco justa la dirección de algunos actores (Almudena Ramos, por ejemplo). Pero tiene también momentos logrados, como el segundo monólogo de Gallego o toda la escena final, desde la llegada de Alfredo con algo que no desvelaré en brazos (que luego me acusan de spoiler, a pesar de mis esfuerzos en contra). Ya les dije respecto a Enrique VIII (que parece que continúa, a pesar del incendio, aprovechen) que me gusta mucho Elena González: le toca aquí otro personaje de carácter recio, como el de Catalina de Aragón. Está muy, pero que muy bien Quique Fernández (y mejor no digo ni pío de Tempestad, que se monta), en el personaje más complejo y que exige mayores matices. Lo tienen aquí arriba en una foto de El guante y la piedra. El Gallego de Alberto Iglesias corre paralelo a la función: empieza pareciendo que va a cargar, pero termina perfectamente encajado en la deriva dramática. 
P.J.L. Domínguez
           







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