lunes, 29 de julio de 2013

FRANKENSTEIN EL MUSICAL

Sala: Teatro Nuevo Apolo Música: Santiago Martín Arnedo Libreto: Myriam Carrascosa Vega Directora: Myriam Carrascosa Vega Intérpretes: Julián Salguero Peregrina, Samuel González Rubio, Allende Blanco Uranga, Cristina Carrascosa Vega, Anasun Carmona Bravo, etc. (no se fíen mucho;me dejé el programa de mano literalmente a miles de kilómetros y estoy consultando una foto que saqué al cartel de la entrada) Duración: 2.30' (15 minutos de entreacto)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Excelente imagen gráfica, quizá lo mejor.
Efectivamente, es una historia que parece pedir un musical a gritos. Hay varios: Frankenstein a new musical, Frankenstein el musical de un alma perdidaDr. Frankenstein (ópera rock), Young Frankenstein the musical (basado en la sin par película de Mel Brooks y, claro está, de cachondeo)... Éste que se representa ahora en el Nuevo Apolo es una curiosa, y loable, iniciativa. No es habitual que un espectáculo de esta envergadura, con un porrón de gente sobre el escenario que va cambiando de vestuario cada dos por tres, no tenga detrás una empresa de dimensión equivalente. Da la sensación de que esto se ha puesto en pie a base, sobre todo, de entusiasmo. 

Pero el entusiasmo, ay, no garantiza nada. Y a este musical le falla lo único que no podía fallarle: la música. No va, no viene, se queda en ninguna parte. Con un escaso par de excepciones: No quiero decirte adiós y otro número anterior que se me ha esfumado de la memoria (lo siento, escribo desde un remoto confín del planeta y con el cerebro zarandeado por un huracán que va a poner patas arriba toda mi vida, espero que para bien). La irrelevancia musical y un nivel interpretativo general bastante escasito (está mucho mejor cantada que actuada) lastran irremediablemente la función. 


Ahora bien: algo que podría ser perfectamente insoportable con esas taras, se termina sobrellevando sin excesiva modorra. Sobre todo, porque el libreto está, en líneas generales, bastante conseguido. Del relato original falta sólo el largo aprendizaje de los mecanismos de la sociedad humana que el mostruo realiza observando a escondidas a una familia. Queda un poco confuso el presente: no sé si termina de entender que conocemos la historia porque Victor Frankenstein la relata al capitán del barco que lo recoge en los confines del Ártico, hasta donde ha perseguido a su criatura.

Mary Shelley. ¿No se parece a...
¡Angélica Liddell!?
Hay también un cierto nivel de dignidad en el aspecto visual. La catástrofe acecha constantemente a un par de centímetros (cruces y niebla son, a estas alturas, dificilísimas de colar en un teatro; por no hablar de las máquinas del gabinete de los horrores), pero el conjunto se salva, y la cosa tiene un peso fundamental en la salvación general de la función, por una adecuada iluminación de Miguel Fernández. Mucha gente en el escenario, muchos cambios de vestuario... esas cosas ayudan siempre a no aburrir. Alguna escena (el juicio de Justine) se defiende bien plásticamente, y alguna otra (el momento del despertar del monstruo, que Samuel González Rubio consigue revestir del horror necesario) alcanza una cierta densidad emotiva.

Frankenstein o el moderno Prometeo es una novela maravillosa. Oscurecida por el éxito posterior del monstruo, elevado a mito de nuestra cultura popular y, en este aspecto, prima hermana del Drácula de Bram Stoker. Mary Shelley escribió a la sorprendente edad de veintiún años una obra que refleja de forma paradigmática las obsesiones y el estilo literario del romanticismo temprano (una época de matices delicados que ofrece enormes posibilidades de deleite al observador) enmarcándolos, parecería que paradójicamente, en una historia que hunde las raíces de su éxito en el recurso a arquetipos inconscientes atemporales y universales. Léanla si no lo lo han hecho todavía. Y, para situarse en el ambiente en el que se gestó Frankenstein, vean la extrañísima Remando al viento de Gonzalo Suarez (digo extrañísima por su alejamiento de los estándares más habituales del cine español). 

Le ocurre a esta versión un poco lo mismo que a Los miserables del Teatro Victoria. Respeta lo suficiente la fuerza de la historia original como para que las evidentes deficiencias no la destrocen.
P.J.L. Domínguez
           











sábado, 20 de julio de 2013

MARIBEL Y LA EXTRAÑA FAMILIA

Sala: Teatro Infanta Isabel Autor: Miguel Mihura Director: Gerardo Vera  Intérpretes: Alicia Hermida, Abel Vitón, Chiqui Fernández, Sonsoles Benedicto, Markos Marín, Lucía Quintana, Javier Lara, Elisabet Gelabert y Macarena Sanz. Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Lucía Quintana, Macarena Sanz, Elisabet Gelabert y Chiqui Fernández. Excelente foto de Antonio Castro.


Estaba yo a punto de dar el blog por suspendido hasta la rentrée (vaya palabreja cursi, ¿eh?), cuando caí en la cuenta de que me quedaba un fin de semana que exprimir, si le echaba ganas. Y se las estoy echando: el jueves Frankenstein, el viernes Maribel, y me quedan los renovados Sofocos y la de Washington y Díaz-Aroca en el Calderón. Cuelgo primero a Mihura, porque... ¿qué les voy a explicar? Lo que yo tengo por este hombre es veneración. Así, de memoria, creo que los dos últimos Mihuras que he visto son El caso de la mujer asesinadita (de la Ochandiano, con la Ordaz) y La decente (de Pérez Puig, con Victoria Vera). Me gustaron los dos, ya saben que soy de gustos amplios. Les adelanto, sin más suspense, que esta Maribel de Gerardo Vera está muy, muy bien.



Todo el mundo sabe que el texto es una joya. Hasta tal punto que, después de que la historiografía teatral haya derramado durante decenios torrentes de lágrimas por el vanguardista perdido de Tres sombreros de copa, se pregunta uno si no mereció la pena lo que perdimos de vanguardia por lo que ganamos de género. Recurramos a ese tópico que tanto me gusta: si Mihura hubiera nacido en Wisconsin, Elisabeth and the strange family tendría una versión cinematográfica de 1962 con Shirley MacLaine y Jack Lemmon y, por lo menos, un remake de 2001 con Nicole Kidman y Ewan McGregor. Siendo su autor madrileño, tampoco le ha ido mal. Ha conocido versiones de cine y televisión, y el público teatral le guarda fidelidad: mi función de ayer estaba a reventar. Pero cualquier día pasará algo -por ejemplo, una versión americana- y el mundo se pondrá de rodillas ante Maribel.  Es una pura maravilla. Una fábula atemporal y universal sobre la posibilidad de redención y la fuerza de la bondad y la ilusión. Con eso que nos gusta tanto tantísimo a los seres humanos de sufrir durante tres actos el suspense relativo a si la protagonista saldrá de la vida infame que aspira a superar. Y con los mejores personajes secundarios jamás vistos sobre las tablas: las tres pilinguis amigas de Isabel y las dos inefables, inmensas ancianas. 

Las ancianas se las traen. Primer apunte: les aseguro que esto es puro realismo. JM me decía "pero si son tus tías". En efecto, lo son. Sólo que mis tías son TRES. Me pregunto siempre si Mihura pudo cruzárselas alguna vez, porque el grado de coincidencia es realmente asombroso. Por supuesto, Mihura no se las cruzó, ni siquiera eran ancianas cuando él escribía, pero la cosa no deja de ser sorprendente. Para lo que aquí nos interesa, la conclusión es que estos personajes son reales y bien reales. Ahí a la izquierda tienen a Julia Caba Alba y Guadalupe Muñoz Sampedro en la versión de José María Forqué (1960). Si ahora les digo que la Caba Alba se parece notablemente a mi abuela, van a pensar que se me va la olla. En fin.


Este humor de las ancianas, este humor de Mihura hecho de la cotidianeidad más llana, y en el que la comicidad brota de la propia llaneza (me estoy acordando del cerrajero de Ponferrada en La decente), no es nada fácil de decir. Si no se suelta con la intención justa, lo que puede ser hilarante pasa perfectamente desapercibido. Sonsoles Benedicto y Alicia Hermida son el primer acierto de la función. No dan punto sin puntada, si están en escena uno no puede mirar a otra parte. Es como si hubieran nacido así, en ese escenario, y llevaran toda la vida soltando esas perlas por la boca. El público las adora sin remisión, y desea -por Dios- que Hermida siga hablando.

Alicia Hermida y Sonsoles Benedicto.

Las pilinguis: otro bombazo. Retratadas con derroche de ternura por este hombre al que le encantaba frecuentar prostitutas. En las antípodas del glamour de la perdición o el abismo: tres muchachas lisa y llanamente normales, con un oficio que tiene sus peculiaridades. Chiqui Fernández es una Pili fantástica ("¿No es muy raro..?"), lamento no haberla visto antes en teatro, seguro que me he perdido cosas interesantes. En mi función salió airosa -con  habilidad circense y el capote de la Hermida- de uno de esos lances que la suerte depara a veces al espectador: se rompió una silla. Elisabet Gelabert estaba bien en Maridos y mujeres, y muy bien en Veraneantes. Completa con Macarena Sanz (la maravillosa revelación de Munchausen) un trío al que Vera ha otorgado perfecta homogeneidad. 

Markos Marín y Lucía Quintana.

Lucía Quintana, que hasta ahora me había parecido que rendía más dirigida por Sanzol que por Vera, compone una Maribel cercana, como de andar por casa en zapatillas, con apenas unos minutos iniciales en pose de fulana. Se lleva la empatía del espectador, que mataría al vecino de butaca por que a esta chica le salgan bien las cosas. Muy eficaz en la contención: pierde los nervios casi una única vez ("lo raro sería que salieran hombres del piano", cita aproximada), con el consiguiente efecto hilarante. Me recuerda muchísimo a alguien, pero no caigo. Ya les contaré si consigo dar con el parecido. Marín hizo un personaje alejadísimo de éste en el Agosto de Vera, y funcionó igual de bien allí que aquí. Éste de Marcelino -siempre les digo las mismas cosas- tiene el peligro de parecer tonto del bote, pero Marín sortea el peligro estupendamente. 

Ahora, pónganse a sumar lo que funciona. Andújar ha conseguido, yo diría que con el menor gasto posible, una escenografía muy resultona. Firma también un vestuario irreprochable. Los modelitos de las señoritas deben de haberle divertido tanto a él cuando los diseñaba, como a las actrices cuando se los ponen. Todo bien y discretamente iluminado. Muy bien traída a cuento la proyección. La música justa. En resumen: que a Vera, que venía del dramón de Agosto, le ha quedado esto muy atractivo, muy en Mihura y lo necesariamente cómico para que tengamos Maribel para meses. Eso espero. No dejen de llevar a sus madres y tías.
P.J. L. Domínguez
           



viernes, 5 de julio de 2013

EL HIJOPUTA DEL SOMBRERO

Sala: Teatro Príncipe Gran Vía Autor: Stephen Adly Guirguis (versión de Miguel Hermoso) Director: Juan José Afonso  Intérpretes: Juan Díaz, Alberto Jo Lee, Bárbara Merlo, Raquel Meroño y Juan Carlos Vellido Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



Celebro que la obra pueda titularse en Madrid El hijoputa del sombrero. El original -The motherfucker with the hatha sido censurado en ocasiones en los EE.UU. hasta quedarse en The motherf**ker with the hat The mother with the hat. Cualquier día empieza a pasar aquí, ya verán, inundados como estamos de memez por todas partes. Hoy he recibido un mensaje de correo que me proponía "una call" -o sea, una llamada- para el jueves. Sin comillas ni nada, se lo juro. 

J**n P**l S**tre
Me pregunto qué van a hacer en el futuro allende los mares con, por ejemplo, La puta respetuosa, tradicionalmente titulada en inglés The respectful prostitute. Quizá les guste The respectful p**stitute. Aunque es posible que las fuerzas bobas de la moral encuentren más peligrosa en este sintagma la palabra "respetable" y prefieran The resp**tful prostitute. The resp**tful p**stitute comenzaría ya a salir del terreno de la censura para pisar abiertamente el de la vanguardia, y llevaría con la fuerza de un torbellino hasta T** resp**tful p**stitute. Leo en la wikipedia que la censura del título de Guirguis dio problemas al plantear el marketing. Se me ocurre, tras este descuartizamiento de la puta de Sartre, que algo así como T** m**herf**ker **th th* h*t podría ser un excelente cebo de publicidad viral. "Dos entradas gratis a quien acierte...". Etcétera.

Estas cosas me recuerdan siempre el comentario de "una madre" que, cuando el escándalo de Like a virgin, declaraba horrorizada que, tras oír la canción en la radio, su hija le había preguntado qué era una virgen. ¿Esperaba que su hija muriera feliz algún día sin conocer el significado de la palabra? ¿O prefería que se enterase en el patio del colegio? Me moriré queriendo habérselo preguntado a la desconocida. Hace unas semanas, Madrid vivió un escándalo en el Teatro de la Zarzuela: parte del público protestaba y abandonaba airado la platea por los desnudos en una escena orgiástica. Con los tiempos que corren, semejante reserva de ingenuidad me parece digna de admiración. ¿La gente se indigna por ver una persona desnuda en un escenario? Deberían vender entradas para ver eso. Para ver al indignado, no al desnudo. Yo pagaría.


Juan Díaz (de muchacho encantador, no cuadra) y Bárbara Merlo.
Estábamos en que en Madrid la obra puede titularse El hijoputa del sombrero, al menos de momento. Casi terminan aquí las buenas noticias. El texto de Guirguis... ¿qué quieren que les diga? Yo no le veo nada. Diré, para ser honesto, que reconocer un buen texto en una versión escénica mediocre es más difícil de lo que parece. Puede ser que no tenga yo la necesaria habilidad. Diré también que, siendo quizá estupendo, pertenezca a ese grupo de obras aclamadas por aquí y por allá, a las que, por algún ignoto motivo, yo no soy capaz de ver el atractivo (siempre les pongo a Closer como ejemplo). Como siempre que mi sensación choca con la opinión general, someto a mi sensación a todo tipo de torturas: por ejemplo, a imaginarme El hijoputa interpretado por Al Pacino y Colin Farrell (la pareja de La prueba). Y entonces me digo: "sí, sería estupendo". Y luego me redigo: "¿hay algo que no quede estupendo si lo dicen esos dos?". Y concluyo que sólo puedo quedarme con mi sensación. Por mucho riesgo que suponga, no tengo otra cosa: El hijoputa del sombrero no me parece un texto para echar cohetes.


Con mirada de zumbado. Así, cuadraba.
La versión que se puede ver en el Príncipe Gran Vía nace, a mi modesto entender, lastrada por un error de casting. Juan Díaz da perfectamente el aspecto de angelote de melena rubia (a lo Vidal Sassoon, como decía la canción), del muchacho que toda madre querría que fuera amigo de su hijo. Pero resulta que hace falta un exconvicto y (más o menos) exadicto creíble, que soporte media función sobre sus hombros. ¿Tiene Juan Díaz culpa de tener el físico que tiene? No. ¿Se podría haber superado el escollo? Claro. Todo es posible, después de ver a Paco Martínez Soria salir airoso del trance de convertirse en la tía de Carlos. ¿Se intenta superar? No. Afonso mantiene a Díaz -y Díaz se deja mantener- en el escenario casi a piñón fijo, luciendo sonrisa y melena. No hay quien se lo trague. Vean que, sin embargo, esto lo entendió perfectamente quien hizo las fotos promocionales (Paco Navarro): la mirada turbia de Díaz ahí (tienen la foto embutida en este párrafo) tiene poco que ver con el aspecto del actor en la función (foto de más arriba).


Raquel Meroño
Mejor Juan Carlos Vellido y Bárbara Merlo (ya saben que no se puede ser argentina y mala actriz, además se parece a Ann Baxter), aunque dan la sensación de andar un poco buscándose la vida por el escenario como pueden, o como les han dejado. De Alberto Jo Lee, mejor no digo nada. Descubrimiento de la noche: Raquel Meroño, aunque el papel sea breve. Durante los primeros minutos, me pareció otro error de casting: demasiado alta, demasiado guapa y... demasiado photocall (disculpen mis prejuicios) para el ambiente que se pretende retratar. Pero luego abre la boca y no da una fuera de sitio. A tenerla en cuenta.
P.J.L. Domínguez