lunes, 27 de enero de 2014

AMANTES

Sala: Teatro Valle-Inclán Autor: Álvaro del Amo (sobre el guión de C. Pérez Merinero, V. Aranda y A. del Amo para la película homónima) Director: Álvaro del Amo Intérpretes: Marta Belaustegui, Marc Clotet y Natalia Sánchez. Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Mis habituales recordarán quizá lo que decía el otro día a propósito de El gran favor. A veces, mete uno los ingredientes correctos en el caldero, y lo que sale nada tiene que ver con las lentejas de otros días. Es lo que le ocurre a mi madre con la bechamel. Verán, mi madre hace una exquisita bechamel, de ésas que uno se come con el dedo antes de que la convierta en croquetas. Siempre la hace igual. Nadie cambia su forma de hacer la bechamel. Sería como sonarse un día de repente con la mano izquierda (a no ser que sea usted zurdo, claro). He aquí que, muy de vez en cuando, la bechamel no le cuaja. Gran misterio, gran inquietud. Se analizan escrupulosamente todos y cada uno de los factores. La única hipótesis remotamente posible está ligada al revestimiento de tal cazuela, que difiere del de tal otra sartén. Se experimenta. Se desecha la hipótesis. Es consultada su cuñada, reconocida autoridad en asuntos culinarios. Ésta confirma que el cosmos no es cognoscible: a ella también se le estropea a veces la bechamel, no se sabe por qué.


No consigo achacar a ninguno de los ingredientes de Amantes la responsabilidad de que el resultado final sea, básicamente, tedioso. La escenografía de Paco Azorín, que tiene ahora mismo en cartel Julio César como director en el Bellas Artes, es simple, hermosa y funcional. Ahí la tienen, con los planos inclinados que parecen empujar a los tres protagonistas al mismo lugar una y otra vez. La iluminación de Fischtel, que no dio una en Los Cenci y que se pasó diez pueblos en El caballero de Olmedo (algo me dice que en, ambos casos, hizo lo que se le pedía), discreta, ajustada a la escenografía y eficaz. También discreto, y bonito, el vestuario de Juan Sebastián DOMÍNGUEZ (lo pongo en mayúsculas porque los créditos han olvidado consignar su apellido), con un par de piezas (la combinación de Trini y el traje del difunto marido de Luisa) que me gustaron especialmente. Hasta bolitas, me pareció verle al traje. La adaptación del guión tampoco tiene mucha pega. Iba a decir que quizá un poco larga, pero no veo por dónde meterle tijera para dejar la historia con el fuste necesario. 

Belaustegui, Clotet  y Sánchez.
Guapísimos en esta preciosa foto
de MarcosGfoto.
Los actores... pues qué quieren que les diga. Tampoco están tan mal. Al menos ellas. Marta Belaustegui tiene fondo suficiente para hacer esto, y yo creo que para desgarrarlo un poco si le dejan. Y Natalia Sánchez, que se las arregló para destacar en aquel pestiño de Los ochenta son nuestros allá por 2010, tiene el punto justo de candor y determinación que caracterizan al personaje. Contra lo que decía Javier Villán en El Mundo (no les puedo poner enlace, que es de pago), yo la veo madura. Si acaso, Clotet sí se queda corto. Al fin y al cabo, ellas son personajes unidireccionales: una obsesionada por casarse con él y vivir como Dios manda; la otra, obsesionada por acostarse con él y vivir como Dios no manda. Es él el que quiere una cosa y la otra a la vez. Y ya lo dice la canción, cómo querer a dos mujeres a la vez y no estar loco (ya saben que la canción popular es fundamentalmente conservadora). Así que el papel exige una cantidad de matices entre el quiero, pero no quiero, pero me vuelve loco, pero me vuelvo con la otra... que Clotet no alcanza a reflejar. Que no desespere. Ahí tiene a otro guapo, Martiño Rivas, al que di por imposible en La monja alférez y que, un año después, ha crecido bastante en Cuestión de altura.

¿Qué es lo que no va? Pues ya puesto en plan de revisar el revestimiento de la cazuela... ¿no será que la dirección se ha quedado un poco plana? Están pasando cosas bastante gordas en el escenario, y no parece que nadie les haya dicho a estos tres que se desmelenen un poco más aquí o allí. Sí, hay momentos de los que suelen calificarse como tórridos pero, ¿a quién le impresiona a estas alturas el sexo en un escenario? Quizá se ha confiado demasiado en la potencia de esas imágenes, dejando el resto tan moderado que, en hora y media, la cosa adormece. Mejor la peli.
P.J.L. Domínguez
           

miércoles, 22 de enero de 2014

CUESTIÓN DE ALTURA

Sala: Teatro Español Autor: Sandra García Nieto Director: Rubén Cano Intérpretes: Tomás Pozzi y Martiño Rivas. Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Pozzi y Rivas.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


  Entrar en un teatro es siempre una incógnita, pero unas veces más que otras. Me fui al Español como quien se iba de expedición al Orinoco: sin conocer ningún trabajo precedente ni de la autora ni del director. A Rivas lo vi en su día en La monja alférez, de donde no salió muy bien parado –nadie salió bien parado de aquello- así que, a priori, la única garantía era Pozzi. Ése sí, un valor que tengo contrastado.


  
Bingo. En Cuestión de altura se dan cita cuatro talentos de orden diverso que han casado felizmente. En primer lugar, el de la autora. Es un texto ágil, entretenido, que dura lo que debe durar (ochenta minutos) y se mantiene con habilidad durante un buen trecho en terreno pantanoso: ¿suceso paranormal, delirio sicótico, episodio onírico? En segundo lugar, el del director. No podía tener un mayor acierto de casting: la función parece escrita para estos dos. Pero ha sabido, además, dirigirla con garbo –no decae un segundo- y revestirla sencilla, pero eficazmente, con la escenografía de Valencia y la iluminación de Ariza. 

Tomás Pozzi luce… ¿qué digo, luce? Alardea de su talento de histrión. Y Martiño Rivas ha sabido lo que hacía: lo vi en esta pequeña pieza de cámara a la vez que se estrenaba su última producción mediática. Encauzar la carrera, y saber dónde se aprende, es también otro tipo de talento. Sale airoso, y eso es mucho decir si tu compañero de escenario es Pozzi.

Y lo que no cabía allí:


¿Saben lo que le falta a la función? Un desnudo. Nunca pensé que recomendaría esto, pero ya ven, todo llega. Además, me parece que casi todo el que la haya visto estará de acuerdo conmigo. Cuando este tipo que todo lo tiene, y que por eso mismo es perfectamente imbécil, vuelve a casa borracho y tan satisfecho de sí mismo como siempre, se abre la camisa y se observa en el espejo. Vale, no basta. Esta autocomplacencia tiene también un aspecto sexual, el texto nos pone al corriente de sus andanzas. Y aunque no fuera así, ¿quién lo duda? ¿Quién duda de que los que se sientan en la cima consideran el derecho a hacer lo que quieran con quien quieran uno de los atractivos fundamentales de su estatus? No me hagan hablarles de Sarkozy, de Strauss-Kahn, de Berlusconi, de Hollande...

Así que en ese pletórico y etílico regreso a casa, la gran fiesta de la autocelebración debería incluir el desnudo completo. La admiración de sí mismo, incluido ese nodo en el que se cruzan tantas líneas de la autopercepción masculina como son los genitales. Ya, ya sé que el muchacho es mediatico y que eso podría acarrear consecuencias indeseables. Pero el que debe verse como vino al mundo es él, si algún artificio escénico ocultara a los espectadores los puntos clave, la cosa funcionaría exactamente igual.

Les debo Julio César, Una vida robada y Locos por el té, que ya las he visto. Y espero ver estos días El policía de las ratas y Escriba su nombre aquí. Qué estrés. 
P.J.L. Domínguez
           

lunes, 20 de enero de 2014

EL HUERTO DE GUINDOS

Sala: La Casa de la Portera Autor: Anton Chejov (versión de R. Tejón) Director: Raúl Tejón Intérpretes: Felipe G. Vélez, Nacho Fresneda, Alicia González, David González Sabrina Praga, Consuelo Trujillo, Bárbara Santa-Cruz, Germán Torres y Carles Francino. Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Nacho Fresneda y Carles Francino.

Nada, parece que no hay remedio. Está definitivamente de moda cambiar los títulos. Me fui al Huerto de guindos convencido de que iba a ser una parodia de El jardín de los cerezos, y ni parodia ni nada (para parodia, involuntaria, parece que tenemos suficiente con Los áspides de Cleopatra). Como les decía a propósito de MBIG, ¿qué estarán haciendo los pobres documentalistas que tengan que archivar los programas de mano, la información en prensa...? Porque, aunque no lo crean, hay gente que se dedica a eso a jornada completa. 

La Casa de la Portera está íntimamente unida a Chejov: el exitazo de su apertura fue un Ivan-off (hala, otro título alterado) dirigido por Martret. Tejón recibió entonces numerosos elogios por su papel protagonista, y es el director ahora. No es de extrañar que se perciba un cierto aire de familia entre ambos montajes. ¿Estaremos asistiendo al nacimiento de una escuela? Nunca se sabe, el espíritu sopla donde le apetece. No me consta que haya dirigido antes. Si es su primer intento es, desde luego, notable. 


Además, tenía estilo el tío.
También la versión es suya. Ha eliminado algunos papeles menores y la ha dejado en cien minutos. Además de eso, hay un intento de ubicar la acción en nuestro país. Un intento inocuo, ni aporta ni molesta. Da exactamente igual que Lopakhin se llame López y que el diccionario se convierta en el Espasa-Calpe. Estos personajes son rusos hasta de perfil. Y, como bien saben, hay un tópico que asegura que nos resultan especialmente cercanos. Toda una ristra de afirmaciones por el estilo desde el siglo XIX sobre la supuesta vecindad del alma rusa a la del otro extremo del continente. Es posible, pero me pregunto si todos los demás europeos que quedan en medio no sienten a esta gente igual de próxima, por mucho que hoy pueda chocar tanta efusión sentimental o el promiscuo amontonamiento en el que ricos y pobres viven mezclados (y en el que el siervo besa a su señorito antes de acostarlo). ¿Chejov, a la vez, el último de los antiguos y el primero de los modernos? 


Repitan conmigo: Freud,
Marx y Marcuse... etc,
no eran completamente
idiotas.
Lo que no choca en absoluto es esa asfixiante atmósfera de fin de ciclo: él no lo sabía, pero nosotros sí, que cuando escribió esta obra faltaban diez años para que el mundo reventara en pedazos y se llevara por delante todos estos conflictos neurasténicos de sus personajes. ¿No notan una parecida sensación ominosa en el ambiente? Serán cosas de mi mal carácter, pero cada vez veo más gente alrededor que no sabe cómo disimularse a sí misma que no le gusta nada de lo que tiene, nada de lo que hace. Semejante abundancia sólo puede deberse, como en tiempos de Anton Pavlovich, a una contradicción (anda por Dios, perdón, se me ha escapado un término marxista, ya debo de tener a Echelon encima) cada vez más violenta entre nuestras necesidades y la vida que la corporación (digo, perdón otra vez, la sociedad quería decir) nos impone. Quién sabe. Lo peor de todo es, quizá, que, como Tropimov (que en la version de Tejón se llama Pedro y es Carles Francino), todo el mundo parece saber en el fondo lo que debería hacer para estar-en-el-mundo mucho mejor (si lo pongo así, con guiones, es como si entendiera de filosofía alemana), pero que casi nadie lo hace. Yo lo llamaría "surplús de represión", si no fuera porque Marcuse es otro apestado; si lo citas pareces idiota, y se ríen de ti hasta los que nunca han leído ni la voz correspondiente en la enciclopedia.

En fin, volvamos a lo nuestro. El Chejov de Tejón está bastante bien, tirando a muy bien. Pegas, lo que se dice pegas, no le encuentro ninguna, para ser excelente le falta sólo ese no-sé-qué que no se deja explicar con palabras. Quizá algo de tensión sostenida, más malestar, más... "egonezina". ¿Saben lo que es eso? Una fantástica palabra en vascuence para la que no conozco equivalente en otras lenguas: no-poder-estar. Desazón, podríamos decir. El jardín de los cerezos tiene que contagiar la neurastenia, la íntima inquietud que las falsas situaciones superpuestas provocan en los personajes.


Empezando por la última fila: González y Francino; González, Fresneda y Vélez; Santa-Cruz, Trujillo, Torres y Praga.
Algo que está superlativamente bien: todo el off que acompaña a las escenas. La Casa de la Portera casi impone la ficción de que el espectador está en el mismo lugar en el que se desarrolla la historia. En este caso, la casa de Liubov Andréievna Ranévskaya. El escenario no termina en la puerta del salón en el que uno está sentado, se prolonga por el pasillo, el otro salón, la puerta de entrada... Por tanto, pueden llegar ecos de todo lo que ocurre por ahí, o los personajes pueden atravesar el pasillo. Tejón ha explotado esto muy bien. Especialmente -pero no sólo- durante el tercer acto: la música y las risotadas de la fiesta suenan fuera, produciendo una fuerte sensación de ambiente real.


Bárbara Santa-Cruz
Los intérpretes bien; bien individualmente y bien en conjunto. Algunos, como si no hubieran abandonado el planeta Ivan-off desde que los vimos hace meses (ya les he dicho que el estilo de dirección está muy cercano). Es una sensación curiosa: parece que, mientras el tiempo pasaba, estos señores seguían viviendo en la Rusia prerrevolucionaria, pero en plena calle Abades. Me ha gustado mucho, pero mucho, Bárbara Santa-Cruz (Valeria / Varia), un mar en calma que todo lo lleva por dentro. Pero también Alicia González (Dunia / Duniasha), deliciosamente escandalosa, y Sabrina Praga (Ania). Consuelo Trujillo consigue sobrevolar la realidad sin parecer boba o hacerse odiosa, como pasa a veces con estas antiheroínas de Chejov (yo lo llamo el síndrome Melania). A Nacho Fresneda no lo había visto nunca en teatro, y el tipo es impresionante: qué aplomo. Sólo eché de menos algún matiz en Firs / Fer y en Piotr / Pedro, que van un poco a piñón fijo.

Nota final: fíjense en el fantástico repertorio de voces. 
P.J.L. Domínguez
           

sábado, 18 de enero de 2014

TIERRA DE NADIE

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Harold Pinter (versión de Joan Sellent) Director: Xavier Albertí Intérpretes: Lluís Homar, Josep Maria Pou, Ramón Pujol y David Selvas. Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Selvas, Pujol, Pou y Homar.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Tierra de nadie es una de las obras cumbre de Pinter y, por tanto, de todo el teatro europeo del siglo XX. Dicho resumida y toscamente, una especie de puerto de llegada de los Ionesco, los Beckett y otras vanguardias. El espectador encuentra en ella una trama más o menos lógica, más o menos aprehensible, pero es mayor el peso de los juegos del lenguaje y la memoria que, con sus vacilaciones e incoherencias, dominan la pieza. Sin que falten tampoco los fragmentos de altura poética, el sarcasmo o el chiste. En suma, un texto denso y complejo que no se puede ir a ver como quien va de paseo.

  Albertí la ha dirigido con pulso de orfebre y la ha engarzado en una joya escenográfica de Lluc Castells. Excelente versión castellana de Joan Sellent, aunque me gustaría oír el catalán original de la producción. Los actores tienden a un cierto amaneramiento, cada uno al suyo, medido, adaptado al papel. Se puede hacer Pinter con extremo naturalismo, pero aquí se ha optado por esta otra vía. El resultado es un calculado equilibrio. Pou no cede ni un segundo de tensión interpretando a un tipo con el cerebro disuelto en alcohol, que se entiende y no se entiende a sí mismo. Homar, espectacular en su pedantería sumisa. Selvas y Pujol, cada uno con sus calculadas tiranteces, a la altura de ambos maestros. Para públicos valientes.

Y lo que no cabía allí:
(las frases en negrita son los enganches entre los dos textos)

1.- Albertí la ha dirigido con pulso de orfebre... Estas cosas, o van medidas al milímetro o no hay manera de que se tengan en pie. Últimamente hemos visto varias puestas en escena notables de Pinter: Cenizas a las cenizas en La Puerta Estrecha dirigida por Rodolfo Cortizo, Viejos tiempos de Ricardo Moya en el Español y Traición, también en el Español, por María Fernández Ache. Sé que me estoy dejando alguna, pero no caigo ahora y no tengo el archivo a mano. Desde luego, y por si estaban pensando en eso, no es El montaplatos de Lima, que no daba una en su sitio. Esto de Albertí funciona como un reloj, da la sensación de que las funciones deben de salir idénticas todos los días.


2.- ...y la ha engarzado en una joya escenográfica de Lluc Castells. Castells trabaja sobre todo en Cataluña, creo que le he visto sólo una minúscula maravilla que se titulaba Product y otra función de Albertí -El dúo de La Africana- que también era escenográficamente notable. Aquí se han embarcado los dos en un reto considerable. El escenario es una franja más bien estrecha con público a los dos lados. Una disposición que funciona bien en el Matadero: así montó Lluis Pasqual la memorable Casa de Bernarda Alba con Nuria Espert y Rosa María Sardá. Pero se les ha ocurrido nada menos que plantar un enorme mueble (entre estantería y vitrina) en la misma mitad del medio. Lo ven en la foto de más arriba, y más en detalle en la de este párrafo. No encuentro otra que abarque la totalidad del escenario, pero háganse a la idea de que ocupa el lugar privilegiado por excelencia. Ése donde en primero de dirección le explican a uno que debe colocar a la protagonista cuando exclama "Cielos, mi marido" (perdonen, es que estuve viendo ayer Locos por el té, ya les contaré). Así que toda la función puede leerse como un pulso entre el director y el mueble, como si fuera una apuesta: ¿qué os apostais a que dirijo con esto en medio y no se nota? Director uno, mueble cero: gana Albertí. Hay escenas a un lado, escenas al otro lado... pero también escenas en las que uno habla desde aquí y el otro desde allá. Miren, tengo una foto que lo ilustra. 



Esto último quizá sería imposible de plantear en disposición convencional (no sé cómo se ha hecho en Barcelona), con un foro cerrado detrás, pero así, con público a los dos lados, parece de lo más natural que se hablen esquivando el mueble. 

Gana Albertí también en otro sentido: el mueble es una preciosidad, ahí en medio, con los cristales brillando bajo los focos. Como metáfora visual -esto parece obvio y lo ha dicho todo el mundo- de la gran cantidad de alcohol que corre por las venas de los protagonistas.


3.- Los actores tienden a un cierto amaneramiento, cada uno al suyo, medido, adaptado al papel. Pues sí, esto era otra apuesta arriesgada. Primero, porque entre la impostación de la interpretación y las incoherencias del texto, se corre el riesgo de terminar en una especie de guiñol enloquecido. Pero también porque el contraste entre el realismo y la irrealidad del texto es uno de los motores que pueden llevar hacia adelante una función de estas características. Aquí, en cambio, se han estilizado los personajes. Lo de Pou se entiende prácticamente viendo esta foto, que con razón se ha reproducido por todas partes. Ahí es nada, pasarse la mayor parte del tiempo que está en escena perdido entre los vapores del alcohol, escuchando parlamentos en los que se pierde. Cosas como mi línea favorita, de Homar: "Perdone mi sinceridad. No es método, es locura". (Do forgive me my candour. It is not method but madness)


Ramón Pujol
De estos dos, y de David Selvas, presente también, y brillante, en la citada Product podía esperarse un gran resultado, pero Ramón Pujol era, al menos para mí, una incógnita. No lo vi en Los chicos de historia, que dirigió Pou. Muy bien, con un aplomo digno de actores que le sacan una generación. Selvas es un mayordomo más o menos irreal con dosis de macarra, y él un macarra más o menos irreal con dosis de criado, todo enrarecido por un extraño subtexto más o menos gay, que Pujol me pareció que subraya, precisamente exagerando una virilidad impostada un poco a lo Querelle, un poco a lo camorrista de película antigua. Le ayuda mucho el vestuario de María Araujo: pantalones de campana y cintura alta, jersey ceñido metido bajo el pantalón. Todos están muy bien vestidos, con matices que quizá no se perciben al primer vistazo, pero ese traje de Pujol está clavado.
P.J.L. Domínguez
           

EMILIA

Sala: Teatros del Canal Autor y director: Claudio Tolcachir Intérpretes: Gloria Muñoz, Malena Alterio, Alfonso Lara, Daniel Grao y David Castillo. Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Muñoz, Alterio, Lara y Castillo.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Tolcachir deslumbró, en La omisión de la familia Coleman, con su maestría en el manejo de un complicado procedimiento constructivo: la sensación inicial de confusión se desvanecía una vez que el espectador armaba el rompecabezas con la información completa. Retrospectivamente, todo lo ocurrido era perfectamente realista, por bizarro que hubiera parecido. Emilia es un paso adelante respecto a la trilogía entonces iniciada. Casi desaparecen los chispazos de comedia y en el drama / melodrama de esta nueva familia desestructurada abundan las licencias: diálogos y actitudes que se desvían del realismo, subrayados por la fantasía escenográfica.


  La fuerza de impacto de este doble creador, que perdió empuje en Todos eran mis hijos, su primer montaje con actores españoles, se recupera tanto en el texto como en la puesta en escena, en la que brilla la mayor virtud que puede poseer un director: el sentido del ritmo. Ha sabido dar también con un elenco que casi me atrevería a calificar de inmejorable. Los cuatro papeles centrales son complicadísimos, forzosamente intensos pero obligados a detener su intensidad a un centímetro de pasarse de vueltas. Los cuatro están soberbios, aunque no puedo dejar de decir que Gloria Muñoz demuestra, otra vez, que es una de nuestras mejores actrices. El quinto, Grao, cuyo papel es el más natural, no desmerece. Gran función.

Y lo que no cabía allí:

1.- Si no las vieron, recuerden los títulos, por si alguna vez les pasan cerca: La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo, El viento en un violín. Si no las vieron, lo siento por ustedes. Produjeron en Madrid una violenta conmoción y enorme admiración por Tolcachir. Desde luego, no todo el mundo compartió mi opinión sobre Todos eran mis hijos (estuvo nominada al Max al mejor espectáculo, aunque a menudo eso quiera decir bastante poco, como pasa con cualquier premio), pero a mí me pareció que la radical diferencia de estilo entre sus habituales de Timbre 4 y los actores españoles -y eran dos monstruos de la categoría de Gloria Muñoz y Carlos Hipólito- pudo con su capacidad de adaptación. No era una mala función, desde luego, pero estaba muy lejos de la trilogía. Emilia recupera mucho de esa energía que nos maravilló.


2.- Lo que en la Guía del Ocio he llamado "fantasía escenográfica" es una preciosidad cuya autoría los créditos reparten entre Elisa Sanz y Gonzalo Córdoba Estévez. No encuentro fotos que muestren con claridad los dos amasijos de muebles colgados sobre el escenario. En ésta aprecian algo, pero el resultado no es tan hermoso como en el teatro, pinchen y la verán más grande. El efecto es, además, perfectamente coherente con la atmósfera levemente inquietante e incomprensible que domina la pieza.

3.- Leo por ahí a Tolcachir que su primera intención era, con Emilia, reflejar el más incondicional de los amores. Estoy de acuerdo con él: el de cuidar a un niño sin ninguna garantía de mantener la relación en el tiempo es el amor gratuito por excelencia, el que no espera nada a cambio. Recuerdo a una señora que me daba piedras de Lourdes (unos caramelos que quizá alguno de ustedes recuerde) en la que, ya de niño, advertía la excepcionalidad de su interés por mí. Todos hemos conocido alguna de esas maestras entregadas a cientos de niños, conscientes de que serían olvidadas en cuanto llegara la pubertad. Y la historia de amor más triste del mundo (al menos de mi mundo) va de esto. En el pueblo de mis abuelos, una señora soltera se quedó dos huérfanos, calculo que allá a principios del siglo XX. Dedicó su vida a criarlos. Se mató a trabajar para sacarlos adelante. Se hicieron mayores y se fueron a América, prometiendo escribir, volver... Nunca volvió a saber nada. Nada de nada, ni una sola carta. Tengo que preguntar a mis tías cómo se llamaba esa mujer para dejar aquí, al menos, memoria de su nombre. Snif. Así es el amor de Emilia: ella está dispuesta a dar cualquier cosa a Walter, aunque él no le dé ni un vaso de agua.

4.- Malena Alterio. ¿Alguien la ha visto mal alguna vez? Yo no. La recuerdo prácticamente perfecta, y muda, en la Madre coraje de Vera. O en Los hijos se han dormido (La gaviota) de Veronese. Aquí había que estar ida sin estar zumbada, un matiz delicado conseguido con virtuosismo. Alfonso Lara. A su personaje, y al niño, les pasa algo que a todos nos pasa en mayor o menor medida. Quiere mantener a toda costa lo mantenible y lo no mantenible, el dolor del amor lo lleva hasta la violencia. Otra de matices: hay que estar intenso sin sobreactuar. Prueba superada. David Castillo. Hizo de un niño de muy corta edad en la fantástica Munchhausen de Salva Bolta, salvando admirablemente ese horrendo peligro de terminar como en El chapulín colorado. Aquí hace también de un chico de menor edad de la que tiene. Está anunciando a voces el gran actor que va a ser un día, me parece que hay pocas dudas. Y esto habla bien de mucha gente. En primer lugar, de él mismo. Pero también del entorno familiar de este niño que hizo millones de capítulos de Aída en edad escolar, y del entorno profesional de la serie, que le ha hecho amar en serio la profesión. En otros lugares, ya son ex-toxicómanos a esta edad. Daniel Grao tiene la única escena contrastante, con Castillo, y un papel más realista. A Javier Vallejo le ha parecido un soplo de aire fresco y de tensión verdadera. A mí, por el contrario, me pareció la más complicada, precisamente porque se sale del registro general de la función. Se salva porque ambos mantienen la convicción, si no el patinazo estaba a centímetros. Respecto a Gloria Muñoz, no hace falta que diga nada más: denle el Nacional de Teatro o algo parecido.

En fin. Vean Emilia. Angustiosa, ¿eh? Pero preciosa.
P.J.L. Domínguez
           

miércoles, 15 de enero de 2014

LOS ÁSPIDES DE CLEOPATRA

Sala: Teatro Pavón Autor: Francisco de Rojas Zorrila (versión de G. Heras) Director: Guillermo Heras Intérpretes:  Anahí Gadda, Mariano Mazzei, Federico Howard, Marina Pomeraniec, Mariano Mandetta, Gustavo Pardi, Julián Pucheta, Belén Pasqualini, Carlos Sims e Íride Mockert. Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)





Tras un despliegue mediático digno de mejor causa, ya que lo mejor que podría ocurrirle a esta producción es que pasara desapercibida, se estrenó Los áspides de Cleopatra. Les aseguro que voy a intentar ser breve y, para eso, iremos por partes.

Espantosa la música. Cada vez que entra, parece que un rayo cósmico va a introducir elementos paranormales en la trama. Como verán más abajo, al comienzo de la función este efecto se combina con unos trajes de ciencia-ficción sesentera, así que imaginen el pasmo del respetable. Primera pregunta sin respuesta: ¿No había para el técnico de sonido un sitio un pelín más discreto que el proscenio, a altura de escenario?

Espantosa la escenografía. Si sólo fuera el feo, pero útil, practicable que ven en la foto, pase. Si sólo fuera la enorme pantalla de vídeo del foro (o sea, de atrás del todo, que algunos me andan un poco flojillos de vocabulario), pase, aunque sirva para lo que sirve, que luego lo diremos. Pero, ¿qué me dicen de poner otras tres más pequeñas delante y... rodearlas de jerogíficos? Es de tan mal gusto que no creo que colara en una fiesta egipcia de Pachá. Sobre todo... ¿para qué? Segunda pregunta sin respuesta: ¿Es que la grande no basta, o es para despistar la atención de la acción principal?

Espantoso el vídeo. Espantoso e innecesario. Estilo vídeo-juego peplum.


Espantoso el vestuario. Y esto nos daría para una entrada completa. El primer y último cuadro, en los que toda la compañía sale en ropa de hacer ejercicio (camisetas, pantalones de chándal...) son en sí mismos perfectamente prescindibles (¿qué aportan?), pero quizá su gratuidad podría haberse disimulado un poco... no sé..., ¿vistiéndolos bien, por ejemplo? Van horrorosos. Luego viene ya lo de ponerlos de romanos, y aparecen las túnicas, togas o lo que sean, porque es realmente arduo remitir el despropósito a una tipología. Vean la foto y díganme si han visto alguna vez que el traje de romano (es un decir) le siente peor a alguien.


Les copio aquí al lado a Brando, no para hacer trampa (Brando es mucho Brando), sino para que recuerden gráficamente cuántas veces han visto a un noble romano con esos cortes de cuello y manga. Esperen, que les ahorro el trabajo: nunca. Claro que en el teatro pueden ir como le apetezca al figurinista de turno. Pero sólo hay dos: o haces arqueología, o la sustituyes por algo que funcione, no por estos trapos. No encuentro fotos de las faldillas del traje de soldado romano, asi que tendrán que creerme bajo palabra: mal cortadas. Una prenda que no le está mal a nadie que tenga unas piernas presentables y que han logrado que les esté mal a estos pobres muchachos. Sigamos. Como ya hemos mencionado al principio, hay unos acróbatas que dan vueltas por el escenario de vez en cuando. Tercera pregunta sin respuesta: ¿Para qué? ¿También para distraer la atención de la acción principal? En cualquier caso, sepan (lo juro por la memoria de Lope) que en las primeras intervenciones van vestidos con unos ceñidos trajes plateados, como si se hubieran equivocado y llegaran al ensayo de Perdidos en el espacio. Luego ya, no. Luego van igual de mal que el resto, pero al menos están en la misma función. ¿Por qué? Misterios de la creación.

Pero lo mejor está por llegar. Demos paso a la imagen.



Les supongo boquiabiertos, como el público del teatro. Sí, visir y trono leopardati; sí, ceñidor de oro sobre el inenarrable soutien (creo que es el término argentino) que... eso, que sostiene el ubérrimo pecho; ombligo al aire; esclava con espantamoscas polícromo; corona... Es una pena que la corona no se aprecie: una versión dorada de la corona del Alto Egipto (que le den morcilla al Bajo), con serpiente ondulante incluida. En fin, le destrozaría la imagen incluso a la mujer más hermosa del mundo. La foto podría pertenecer perfectamente a una Corte de faraón o a un Dúo de La Africana, ¿verdad? Claro, que ambas son comedias desternillantes, y resulta que esto tenía que parecer una tragedia. Una tragedia escénica, no una tragedia de vestuario. 

Espantosa la protagonista. Sí, y siento tener que decirlo. Rara vez soy tan rotundo, pero no hay manera de soslayar que Cleopatra sale a escena todas y cada una de las veces a cargarse la obra. Es bruta. No intensa, o energética, o cruel, o ambiciosa. No. Bruta, lo que se dice bruta, de gestos, de voces. Lanza un "¡Ea!" con el que el público pega un respingo. Por no hablar del verso y el acento. Esta mujer debe de ser argentina, pero se ha hecho un lío espantoso con los acentos y su verso produce un extrañísimo efecto entre Huesca y Guanajuato. Me pareció durante toda la función que iba a aparecer con dos pistolas y gritar "Pos que viva Pancho Villa", en medio de una cantilena a ratos jotesca. Tiene un cierto curriculum, así que es posible que algo le haya pasado en este montaje, nadie es perfecto.

El resto del elenco, como suele suceder en las compañías jóvenes, muy desigual. Octaviano y Lelio, al nivel de Cleopatra; algo mejor Pardi; mejor Gadda y Mazzei; a Julián Pucheta, le toca el personaje de gracioso (Caimán) que saca adelante muy bien, con tanto mayor mérito en medio de este completo desastre. También destaca Belén Pasqualini en un brevísimo papel. 

Espantosa la versión. He visto por ahí que el texto no se representaba desde el siglo XVIII. Si es así, no me extraña. Claro que por momentos brillan los fulgores del verso de Rojas Zorrila, aunque para representarse ahora precisaría arreglos de todo tipo. Recortes de pasajes reiterativos, sin duda. Pero también apaños -sean de texto, sean de tratamiento escénico- de giros de la trama que hoy en día provocan la risa del respetable. Les pongo dos ejemplos. Por un golpe de suerte, Cleopatra se entera de que el santo y seña del campo enemigo es "Octaviano". Si están un poco peces en historia, les diré que es Octavio Augusto, el fascista avant la lettre que terminó llevándose el gato al agua (como habrán visto Roma en la tele, el adolescente insoportable que les toca a todos las narices). Puede cruzar las líneas con esa contraseña, pero como aborrece a Octaviano, en vez de decir su nombre dice el de su amado Marco Antonio. Y, claro, muy mal. Pero... ¿tú estás tonta, nena? ¿Te estás jugando la vida y te confundes de santo y seña como una quinceañera? Segundo ejemplo. Cleopatra se tira al mar. Llega Antonio, se encuentra el puñal que ella ha dejado, y va y se suicida, convencido de que su amada ha muerto. Y ahora va y la tía vuelve; se lo encuentra muerto, y se suicida a su vez. No, nada que decir contra una trama santificada nada menos que en Romeo y Julieta. Pero, ¿ustedes creen que el asunto puede solventarse con UN verso? El regreso de Cleopatra se explica con "fingí que al mar me arrojaba" (cito de memoria), y hala, ya está, deje usted suspendida su incredulidad. El público de mi función se tronchó, porque además el verso se suelta mientras la faraona se sube, bruta ella, al practicable desde atrás, como si volviera del mar a gatas. En 2014 esto no se puede representar así.

¿Se salva algo? Sí: UNA escena. La de Pucheta y Pasqualini, en la que una egipcia con los instintos desatados tras la abstinencia impuesta por las leyes de Cleopatra, da con Caimán en su paroxística búsqueda de hombres. Están muy graciosos, los tienen aquí abajo (Pucheta vestido por su peor enemigo).




No les digo que no vayan. Yo lo pasé pipa. Basta entrar pensando que van a ver una parodia del teatro clásico, y se mueren de risa.
P.J.L. Domínguez
           

sábado, 11 de enero de 2014

EL COJO DE INISHMAAN

Sala: Teatro Español Autor: Martin McDonagh (versión de José Luis Collado) Director: Gerardo Vera Intérpretes: Marisa Paredes, Terele Pávez, Enric Benavent, Ferrán Vilajosana, Adam Jezierski, Irene Escolar, Marcial Álvarez, Ricardo Joven y Teresa LozanoDuración: 2.15' (diez minutos de entreacto)
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)

Pávez, Paredes, Escolar, Jezierski, Benavent, Lozano y Álvarez.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:
  McDonagh es conocido aquí por la película Perdidos en Brujas y por las obras de teatro La reina de la belleza de Leenane y El hombre almohada: un tipo complejo. El cojo de Inishmaan es de una escritura redonda, formalmente impecable, con temas y contratemas que se repiten y varían de manera sinfónica. El relato toma cuerpo a medida que avanza, y termina por revelar un tapiz en el que la violencia y la ternura son trama y urdimbre.


  Vera ha subido al escenario un elenco formidable, lo ha arropado con mimo –escenografía y vestuario de Andújar, luces de Gómez Cornejo- y lo ha dirigido con amplio aliento, entendiendo que la pieza necesita su tiempo para respirar y cuajar en el espectador. Por una vez, tengo que citarlos a todos. Paredes y Pávez son dos hermanas espectaculares, ¿alguien podía dudarlo? Vilajosana, un discapacitado que uno adora desde el primer vistazo. Escolar, una muchacha arrogante que uno odia desde el primer vistazo y que desea adorar al menor pretexto. Jezierski hace de niño y no repele, que ya es mérito. Marcial Álvarez, Teresa Lozano y Ricardo Joven revalidan el tópico de que no hay papeles pequeños. Benavent… Benavent está para comérselo y darle un premio. Las dos horas se pasan volando.

Y lo que no cabía allí:

1.- Empiezo hoy la ampliación de la crítica, cualquiera sabe cuándo la terminaré. ¿Recuerda alguien aquello que dije acerca de Kathie y el hipopótamo? ¿Que el teatro público parece preocupado, no como antes, por hacer taquilla? Éste parece un ejemplo más: Paredes y Pávez en el mismo escenario, ahí es nada. ¿Saben quién las sustituirá en el Español? Concha Velasco haciendo Hécuba. Ana Belén sigue en el Matadero. Eso, en los municipales. En los estatales, hoy 11 de enero, Carmen Maura está haciendo un Mihura en el María Guerrero y Caballero dirigiendo a Valle-Inclán -valor seguro donde los haya- en el teatro del mismo nombre, mientras en la Zarzuela suena La del manojo de rosas, uno de los títulos más populares de Sorozabal (en vascuence es así, sin acento). La Compañía Nacional de Teatro Clásico acaba de programar un Ron-Lalá que abarrotaba el teatro y pronto repondrá La vida es sueño de la Pimenta, que rompio todos los récords. La Comunidad estrena a Tolcachir en el Canal (adelanto de mi crítica: ¡vayan!), con Gloria Muñoz, quizá no tan mediática como las anteriores, pero sin duda una de nuestras mejores actrices, y con dos mediáticos: Malena Alterio y David Castillo. Taquilla. 

2.- Gerardo Vera... ¿tocado por las musas? Tiene en cartel en Madrid, además de esto, Maribel y la extraña familia y El crédito. No sé si llegué a ver todo lo que Vera dirigió en el Centro Dramático Nacional, pero lo único que recuerdo a la altura de estas tres funciones, tan distintas entre sí, es Madre coraje (que, además, creo que sólo me gustó a mí). ¿Será que, liberado de la carga de la gestión, la creación le resulta más ligera? En cualquier caso, es muy poco habitual tener tres obras en cartel que estén bien (El crédito), muy bien (Maribel y la extraña familia) o extraordinariamente bien (El cojo de Inishmaan). 

3.- El 99% de las veces que se menciona el ritmo en una crítica es para recordar que las cosas van mejor, en general, rapiditas. Aquí no van rapiditas, todo el mundo se toma su tiempo. Era arriesgado tirar por ahí, porque en una de ésas vas y aburres a las piedras, pero la historia necesitaba de todo ese tiempo. Si algún minutillo se les hace pesado, no teman: en cuanto se revelen al final tanto los hechos como las intenciones de cada personaje, les va a parecer todo perfecto, como tocado a posteriori por uno de esos rayos de luz que se cuelan por una ventana para iluminar las motas de polvo en suspensión.

Terele Pávez y Marisa Paredes.

4.- Otra elección que, a priori, podía poner a prueba el arrojo de cualquiera: Marisa Paredes y Terele Pávez no sólo juntas, sino completamente revueltas. Dos hermanas solteras con toda una vida en común. A un director de casting podría parecerle una locura dejarlas en el mismo plano: quizá Paredes de marquesa y Pávez de su cocinera, pero así... Pues nada de eso: merecería ver la función otra vez sólo para asistir a las escenas que se bordan estas dos. Una metida para adentro -habla a las piedras cuando su capacidad de sufrimiento está colmada- y la otra intentando arreglarlo todo a empujones. Vayan, vayan.
 
Ferrán VIlajosana y Clara Lago en Shopping and fucking

5.- Mis habituales saben de mi adoración por Irene Escolar. Está muy bien integrada en el conjunto (mérito suyo, de Vera, y de los demás). En La chunga o en El mal de la juventud sobresalía varios cuerpos. En De ratones y hombres el propio papel proyectaba sobre su talento un foco deslumbrante en todo momento. Aquí forma parte del efecto coral. A Ferrán Vilajosana dan ganas de llevárselo a casa (y mira que es difícil no acabar cargando cuando uno hace de discapacitado, algún día me explayaré sobre eso). No lo había visto nunca (hizo el Shopping and fucking de Oriol Rovira), pero algo me dice que lo veremos a menudo. 

6.- Marcial Álvarez realiza un ejercicio de contención que se aprecia, sobre todo, cuando al final le hace lo que le hace a Vilajosana (algo que no debo revelar). O sea, a posteriori, algo siempre delicioso; igual que, como les decía antes, se agradece el ritmo pausado. De Teresa Lozano estoy enamorado desde En la jubilación de Carme Portaceli. Borda aquí una vieja deslenguada y de mala leche. El elenco podría haberlo seleccionado yo: tengo también debilidad por Ricardo Joven, al menos desde Yo mono libre (Informe para una academia) y Einstein y el dodo (ha hecho mil cosas más). Todo el tiempo en su sitio en La loba de Vera, todo el tiempo en su sitio aquí. Uno de esos actores que saben hacer maravillas con la voz. Lo digo a menudo, pero Jezierski es otro de esos ejemplos de que uno puede empezar en la tele y no estar afectado por una maldición bíblica.

7.- A Enric Benavent denle un Max por esto y, de paso, denme una alegría a mí. Porfa.

8- Visualmente, muy elegante. Tanto la escenografía como la iluminación y el vídeo. Y basta, que tengo muchas más cosas que escribir. 

Por ejemplo, algo sobre el estupendo Chejov de La Casa de la Portera o sobre las bochornosas Áspides de Cleopatra que se pueden ver en el Pavón. A ver si sigo mañana...
P.J.L. Domínguez
           

jueves, 9 de enero de 2014

BAILE DE HUESOS

Sala: Estudio 2 Autor: Elena Belmonte Director: Manuel Galiana Intérpretes: Manuel Galiana, Óscar Olmeda, Pilar Ávila, Jesús Ganuza y Myriam Gas. Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Óscar Olmeda y Jesús Ganuza.
Nuevo (relativamente) espacio, nacido en medio de esta crisis que azuza la iniciativa de las gentes del teatro. Manuel Galiana enseña, dirige y actúa en Estudio 2, y a todos nos parece de perlas que un actor de tal nivel multiplique sus actividades. Como director, tiene en cartel Como si fuera esta noche, de Gracia Morales, y Clara sin burla y Baile de huesos -premio Lázaro Carreter-, ambas de Elena Belmonte

Alejandro Casona, lo tenemos
un poco en el aparcadero.
Un texto con sus más y sus menos. Le pillo yo un aroma como a Casona, aunque es mejor que no me presten mucha atención en estas cosas. También encuentro parecidos físicos que los demás juzgan disparatados. Pero se me queda dentro como un runrún que me hace mirar en detalle el currículum de Galiana... y me aparece (¡en primer lugar!) La casa de los siete balcones. Sí, ya lo sé, es una casualidad: tiene un curriculum en el que no falta nada. Serán mis manías, que son siempre un dulce sustituto de la felicidad perfecta y no hacen daño a nadie, pero en el resto de la lista veo otros muchos títulos que mi sistema nervioso conecta con el estilo de Belmonte. Y no los digo, porque de repente me salta cualquier académico a explicarme que tengo los cajones de la clasificación revueltos. En fin: un teatro con un pie en los diálogos plausibles más o menos poéticos y otro en la irreal o improbable situación.

Elena Belmonte
A lo nuestro: al texto le sobran sus buenos veinte minutos. Iba yo con A., que tiene mucho olfato para estas cosas y, en cuanto se encendió la luz, la sentencia (sus opiniones caen siempre rotundas como el hacha del carnicero) fue la siguiente: "Con unas buenas tijeras le queda redonda". Las tijeras son un instrumento extremadamente doloroso, pero igual de extremadamente necesario, para un autor. Y hay aquí cosas muy logradas -como la larga explicación del personaje que sufre las comidas familiares del domingo- y otras bastante más flojas -la de la mujer que no se adapta a la vida-. Por otra parte, estas obras que enseñan pronto su estructura son muy peligrosas. En este caso, el espectador entiende en seguida que cada uno de los cuatro personajes le va a revelar su historia. Descendiendo al detalle, es como aquel comienzo del horroroso Tito Andrónico de Lima en el Matadero, con un individuo que tenía que dar una vuelta ENORME a una escenografía ENORME moviéndose como un robot. A los cuatro pasos, todo el mundo deseaba que acabara de una vez. Pasa mucho en las performances: que si abro todas las cajas, que si me cuelgo por el cuerpo todos los papelitos. Por Dios que termine con las veinte cajas o los treinta papeles.

Este efecto de "por Dios que termine, que ya sé lo que viene" no es especialmente exagerado en Baile de huesos, pero tiene su peso respecto a esos veinte minutos que, modestamente, opino que sobran. El contraste entre lo real y lo poético, que es la mayor baza de la obra, sería más efectivo con una menor duración. Se llevó, ya lo he dicho, un premio. Pero fíjense en lo que he encontrado por ahí: ¡la motivación del jurado! Atentos. 

"Según el acta que recoge el fallo del jurado, de 'Baile de huesos' se ha valorado especialmente "que su planteamiento tiene originalidad, capta el interés y está bien resuelta su estructura dramática". El jurado también señala que "los personajes están bien definidos y las relaciones que se establecen entre ellos se muestran con claridad" y subraya que "los diálogos están bien ordenados, estructurados y son verosímiles". Además, se han tenido en cuenta las cualidades que tiene con vistas a su posible puesta en escena". 

Pobre jurado, y lo digo completamente en serio, que me he visto en parecidas situaciones. Las frases en negrita me recuerdan muchísimo a una que la profa de lengua nos ordenó que pusiéramos sin falta en el comentario de texto de la selectividad: "Hay muchas preposiciones, que denotan una prosa bien articulada". Se me grabó de tal forma que es posible que la repita en mi lecho de muerte. Tener que redactar argumentos para un premio es una de las peores cosas que le pueden pasar a uno. Busquen por ahí los de música contemporánea, anclados casi siempre en la caverna vanguardista, que van a pasar un buen rato. Y sigamos, que hoy estoy bastante tangencial. Debe de ser la vuelta al cole.

Manuel Galiana
Éste es puro teatro de interpretación, no hay manera de hacer trampa; los intérpretes tienen que decir su texto y poco más. Galiana muestra una enorme generosidad subiéndose al escenario con dos actores y dos actrices de trayectoria notablemente más modesta que la suya. Ni siquiera me atrevo a juzgarlos con demasiada severidad: los papeles son unidimensionales, más arquetípicos que naturales. Cada personaje trabaja una única actitud a piñón fijo: la inadaptada es patológicamente insegura; el pobre hombre, débil; el enfadado con la vida, faltón. La trepa, dura y casi agresiva durante toda la función, es la única que tiene un atisbo de cambio. En estas circunstancias, no es fácil ver las capacidades de un intérprete. Están flojitos en general, aunque me gustaron algunos gestos de Ganuza y de Ávila (en el papel seguramente más feo). Tomen todo esto como provisional.

Claro está, que luego Galiana abre la boca, y ya le parece a uno que el viaje está perfectamente justificado. Este hombre ha depurado con los años una prodigiosa forma de estar y hablar en escena. Se ha quedado con un papel retorcidamente difícil de plantear -nada menos que el de la Muerte, y esto no es un spoiler, porque en seguida se sabe- que enfoca con una bonhomía tranquila y resignada que la hace creíble y, lo que es más, que hace creíble lo que los demás le dicen. Vaya manera de escuchar, para mí la quisiera en la vida real. 
P.J.L. Domínguez