martes, 15 de abril de 2014

BLACK EL PAYASO / I PAGLIACCI

Sala: Teatro de la Zarzuela Autores: Francisco Serrano Anguita y Pablo Sorozábal (Black) Ruggero Leoncavallo (Pagliacci) Director de escena: Ignacio García Intérpretes: Fabián Veloz, María Rey-Joly, Albert Montserrat, etc. Duración: 1.25' (Black) y 1.20' (Pagliacci), con 40' de entreacto (provocados en mi función por un problema técnico, creo que habitualmente son menos).
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)





Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

I pagliacci ha generado mares de tinta desde su estreno, así que, con permiso, dedicaré este espacio a Black el payaso. Representarlas juntas es una idea brillante.
    Cada vez que se programa a Sorozábal aplaudo con las orejas. Yo, y cualquier aficionado al género lírico. Black está más cerca de ser una opereta que cualquier otra cosa, pero es una obra interesante ya desde su mismo etiquetado de género: musicalmente es opereta, ópera, zarzuela e incluso musical americano a ratos. No en vano su autor estaba haciendo juegos malabares para ver por dónde salvar el teatro cantado en castellano, que tenía los días contados. El libreto tiene mucho drama y mucha reflexión para una opereta. Y una cantidad insólita de retranca para una pieza estrenada en 1942. Nada menos que un payaso convertido en jefe del estado.

    La producción es una auténtica preciosidad sin pegas, escenográficamente hermosísima. Los pocos y atinados elementos surgen de la oscuridad para converger en un territorio mitad ensoñado, mitad pista de circo, en el que la iluminación lo puede todo. Fastuoso vestuario. El elenco de mi función, impecable. La orquesta, impecable. Hay que llevarse esto a dar vueltas por Europa. Y, por favor, estrenen Juan José, programen Las golondrinas y, ya puestos, saquen el Gernika de Escudero del cajón en el que duerme. Y háganlo igual de bien.

Y lo que no cabía allí:


(Si sólo le interesa la crítica de la función, sáltese los primeros párrafos, en los que me dedico a lloriquear)

A los no excesivamente interesados en el género lírico quizá les haya resultado críptica la frase final. Me explico. Juan José es la que Sorozábal consideraba su mejor obra. Se hizo hace poco en versión concierto, y con esa sola escucha me pareció que es posible que tuviera razón. Asómbrense: aquí en Tanganika, perdón, en España, aún no se ha estrenado en versión escénica, veintiséis años después de la muerte de su autor. Las golondrinas, de José María Usandizaga, ya recogía el testigo de I pagliacci en 1914, cosechando un enorme éxito. Gernika es, a su vez, el legado de Francisco Escudero, cuya otra ópera, Zigor, se estrenó precisamente en el Teatro de la Zarzuela. Gernika tampoco está estrenada (!), y es una marcianada (ver aquí la definición de marcianada) vanguardista que bien lo merece. Me pregunto cómo es posible, después de la sucesión de gobiernos nacionalistas en Euskadi, comunidad melómana donde las haya, durante las vacas gordas. Falta una cosa en la enumeración de la Guía: La llama. La útima obra de Usandizaga, sin representar –que yo sepa- desde 1932.

I pagliacci, está también muy bonita, pero voy a dedicar la crítica a Black, no
llego a todo.
¿Por qué digo estas cosas? Porque si no son la Zarzuela y Pinamonti -los dioses nos lo conserven- quienes pongan en escena nuestro patrimonio escondido, vamos listos. Si seguimos esperando al Teatro Real, moriremos todos celebrando como gran novedad que se represente a Wagner. En esto, el Teatro de la Zarzuela es ejemplo a seguir. No así la Orquesta Nacional, a la que el adjetivo “Nacional” no parece sugerirle nada relacionado con el sinfonismo español que duerme en los anaqueles. ¿Que si existe? Sí, claro que existe, no se sorprendan. He vuelto a hacer un ejercicio que practico de vez en cuando, y que me deja siempre de pésimo humor: repasar la programación de la ONE. ¿Quieren saber cuáles son los compositores programados en abono en 2013-2014? Voy:

Britten / Messiaen / Brahms (2 obras) / Prokofiev (2) / Bartok / Rimsky-Korsakov / Shankar / Strauss (2) / Liszt (3) / Tchaikovsky (3) / Schubert (3) / Orff / Schoenberg / Mahler (2) / Wagner / Berlioz / Dvorak / Saint-Saens (2) / Grieg / Sibelius / Mussorgsky / Ravel / Scchedrin / Adams (2) / Beethoven (2) / Bruckner (2) / Say (2) / Mozart (4) / De Felice / Glazunov / Schumann / Haydn / Mendelssohn / Verdi / Ginastera

Marco / Albéniz / Jurado / Falla / Sánchez Verdú / Arriaga

O lo que es lo mismo: un 11% de obras de autor español. Hay más obra de autor ruso. Sería comprensible en un país con menor tradición musical, pero, como los musicólogos españoles (sí, claro que existen, no se sorprendan) se hartan de gritar, España es una potencia, también en este aspecto de la cultura. ¿Imaginan la que se armaría si el Centro Dramático Nacional programara un 11% de obras de autor español? ¿Si la Compañía Nacional de Teatro Clásico programara un 11% de obras de autor español? ¿Acaso Shakespeare, Molière o Strindberg tienen menor relevancia en nuestra cultura que Schubert o Tchaikovsky, y por eso hay que destinar nuestros recursos a éstos y no a aquéllos? En fin. 

Como casi todo, es cuestión de proporción. Ya hemos comparado los recursos que se llevan los compositores rusos y los españoles. Podríamos también comparar los que se destinan a Verdi y a la ópera en castellano (sí, claro que existe, no se sorprendan). Además, llámenme ingenuo si quieren, pero creo que el mundo de la producción operística –que se ha trillado el repertorio a fondo- acogería con entusiasmo las eventuales propuestas de coproducción que aportaran algo de la enorme cantidad de patrimonio que guardamos acumulando polvo y que el mundo -y nosotros mismos- ignora. De pronto (2008), la Zarzuela programa durante cinco días La Celestina de Nin-Culmell y flipamos como vacas.

La celestina de Nin-Culmell, en el Teatro de la Zarzuela.
Todo esto, sin hablar de la formación. Si indagan cuántos alumnos terminan los estudios superiores de violín al año y comparan el dato con las plazas de violinista en las orquestas españolas, les va a dar un ataque de nervios. ¿Quién planifica todo esto? Nadie. ¿Saben cuántos conservatorios superiores de música hay en Andalucía? Creo que seis. ¿Alguien habrá estudiado cuántos de sus titulados consiguen vivir de la música? Lo dudo. Por eso, soy de los que pensaron que las crisis traen un poco de cordura cuando se desechó recientemente la creación de una compañía nacional de ballet clásico. Por Dios. Cuando sólo los ballets españoles compuestos en las primeras décadas del siglo XX darían para alimentar un teatro destinado exclusivamente a ese repertorio. ¿Ustedes han visto representado algún ballet español de la primera mitad del siglo XX? Si es así, les felicito. No hay mucha gente.

FIN DE LA JEREMIADA / VUELTA A BLACK

LIBRETO. Fenomenal. Como decía en la crítica escrita, se parece bastante a una opereta (países imaginarios, aristocracia de perifollo, jaleo en plan príncipe o mendigo) pero tiene bastante más tomate que una opereta estándar. En primer lugar, por esta pirueta de amontonar elementos y caer de pie. I pagliacci es un buen término de comparación. Ambiente circense, punto. Black: ambiente circense, ambiente de corte de opereta, fondo narrativo de revolución-exiliados-restauración… Bastante tomate, no me digan que no. Y, lo más curioso, un tomate rarísimo en 1942. Diré más: un tomate cuyos ingredientes salen directamente de la cultura –popular y elevada- de los primeros decenios del siglo XX y que –incomprensiblemente- se pudo estrenar en la España del puro fascismo terrorista. Los estereotipos sobre la Europa del este y la revolución –como en Katiuska- o el circo como fuente de inspiración de las vanguardias – o del verismo de las citadas Golondrinas- estaban no sólo pasados de moda, sino directamente colocados bajo el foco de la sospecha de un régimen cuyas aspiraciones estéticas oscilaban entre albas en América, lunas de miel en El Cairo y novedades en el Alcázar (en el Alcázar de Toledo, no en el Teatro Alcázar). 

Además, y por si todo esto fuera poco, la trama central (¿Ama ella a Black por sí mismo o sólo porque cree que es un príncipe?) mantiene viva la incógnita en el espectador hasta el último momento. Esto es muy infrecuente en el género (todo el mundo sabe desde el arranque que el gitano es un barón, que la viuda se enamorará, que la corista enamorará al príncipe), pero aquí la duda subsiste por los consistentes ingredientes dramáticos. (ATENCIÓN: ESPOILER) Vamos, que la cosa podría terminar mal perfectamente. En cuanto a las connotaciones políticas ya mencionadas en la crítica publicada, tengo que reseñar que la mención en escena al payaso convertido en rey provocó en mi función cuchicheos y risitas. Estos recursos simples nunca pierden garra.

Emilio Gavira, un actor enorme metido en un hombre pequeño.

MÚSICA. Fenomenal. Siempre que uno no haga trampa. Me explico: la trampa de gran parte del inveterado desdén por la zarzuela –desdén que empieza a pasar de moda, afortunadamente- suele consistir en comparar churras con merinas. Sí, en una escala absoluta Cosí fan tutte es mejor que Black el payaso. Lástima que esa escala ni exista ni sea operativa. Es como si uno dijera, “me encantan los huevos fritos” y le respondieran “bueno, pero donde esté una morcilla deconstruida al azafrán sobre base nitrogenada de coral sublimado…”. Trampa. El término de comparación de la música de Black es, pongamos por caso, La blanca doble. Y conste que me encanta La blanca doble. Pero la partitura de Sorozábal es mucha partitura para una opereta. Salten de Dos besos míos -música sincopada, debe de ser un fox-trot- al dúo de Black y Sofía. Pura opereta y pura ópera. En lo puramente técnico, demuestra que el compositor dominaba lo que le viniera en gana. En lo estético, que es lo que nos importa, que entre él y el libretista parieron un artefacto muy complejo para los estándares al uso.

ESCENOGRAFÍA. Juan Sanz y Miguel Ángel Coso firman una de las más hermosas de la temporada en Madrid. El realismo hubiera sido complicado (del circo a la corte), estaba también la posibilidad de la escenografía de opereta, como la preciosidad de El rey que rabió de 2007 de… ¡anda la osa! ¡Les juro que me he ido a mirar de quién era, y también era de Sanz y Coso! Muy buenos estos señores. Todo lo que era allí explícito y naif está aquí velado, ubicado en un espacio colgado de la nada. Los intérpretes salen de la negrura circundante como quien se materializa. Unos pequeños elementos móviles, un círculo suspendido en el centro y, sobre todo, el exquisito uso de la  luz (Paco Ariza), construyen un no lugar en el que todo puede ocurrir. También el vestuario de Pepe Corzo, con algunas piezas de antología, y la caracterización de fantasía contribuyen lo suyo.

Además de coordinar y supervisar todo esto, Ignacio García ha sumado al gran Emilio Gavira como narrador / jefe de pista. Estas operaciones salen mal a menudo, pero aquí está perfecta, con un buen texto que guía al espectador y... ¿qué vamos a decir de Gavira? Que todo lo hace bien. Siempre. Un gran espectáculo.

Me quedan algunas correcciones que hacer y algunos enlaces que agregar, pero si sigo retrasando esto me darán las uvas. Lo cuelgo ya, ea.
P.J.L. Domínguez
           

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