jueves, 5 de febrero de 2015

HÉROES

Sala: La Pensión de las Pulgas Autor y director: Antonio Hernández Centeno Intérpretes: Miguel Diosdado, Diana Palazón y Raúl Tejón Duración: 1.15' 
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que ya no está en cartel)

Tejón, Palazón y Diosdado
Héroes es, ante todo, un experimento. Mejor dicho, dos experimentos: uno de escritura y otro de dirección. Como el autor y el director son una sola persona -Antonio Hernández Centeno- podemos suponer que la plasmación escénica estaba ya en su intención cuando escribía. Este señor lo hace -escribir, digo- de miedo. La pieza me pareció tan hábil que me fui corriendo a ver mis archivos (o sea, la memoria de JM) y... ¡eureka! No había caído, pero resulta que le vi en 2011 El día que nació Isaac. Les voy a copiar lo que dije entonces (todavía no he volcado mis críticas antiguas, me da una pereza horrorosa):
"Antonio Hernández Centeno es guionista, pero no le conocía creación teatral. Esta función me ha supuesto una sorpresa mayúscula. Empieza modesta, entre comedia de costumbres y drama psicológico, con un conflicto inicial: pareja joven y conservadora que desea un hijo que no llega. Sin estridencias, sin más desviación respecto al teatro de texto tradicional que algunas escenas paralelas y simultáneas de carácter cinematográfico resueltas airosamente, se van amontonando los conflictos personales y compartidos hasta formar una madeja de la que uno se pregunta si el autor sabrá salir. Y vaya si sabe. Realismo del mejor, personajes creíbles, rabiosamente actuales, espejo de las contradicciones que todos arrastramos. Emoción palpable entre el público. En buenas manos, esta función dará dinero. Es perfectamente exportable a otros idiomas".
El día que nació Isaac
No sé si dio dinero, eso depende de muchos azares encadenados, pero sigo viendo con facilidad una producción americana con, pongamos, Tom Cruise.


Hernández Centeno
Héroes no es ese tipo de realismo cotidiano. Es un realismo un poco más forzado, en cuanto a su trama, y está muy alejado del realismo convencional, en cuanto a su estructura. Veamos si sé explicarlo. Una psicóloga tiene dos pacientes, cada uno con lo suyo (por eso son pacientes). También ella tiene lo suyo: concretamente, una relación de pareja al borde de la defunción. Las vidas, y los problemas, de los dos pacientes se cruzan, y ella es testigo privilegiado, porque cada uno se lo cuenta por su lado. Ni qué decir tiene que estaría obligada a renunciar de inmediato a tratar a uno de los dos, pero no lo hace (es, creo, la única pega del texto: el personaje debería hacer alguna mención a este escollo, del que sin ninguna duda sería consciente en la realidad, aunque fuera para saltárselo a la torera). La forma de contarnos la historia es brincar constantemente -de una frase a la siguiente- del diálogo entre los dos hombres a la narración de uno u otro de ellos a la psicóloga, y cambiar constantemente también el interlocutor gestual, por así decir (hablo con ella pero estoy abrazándolo a él, ahora giro la cabeza y hablo con él, etc.). Además, ella habla por teléfono con su pareja, un hombre cada vez más ausente. Espero que hayan entendido algo.

Es complicado de explicar incluso puestos a explicarlo, imaginen hacerlo masticable a base de diálogos. Lo realmente difícil no es que el espectador llegue a entender lo que ocurre, sino que no acabe harto de tanto artificio. Ahí está la pericia de la escritura: al poco rato de comenzar, el artificio pasa desapercibido, y la historia transcurre perfectamente engrasada. Como decíamos, quien lo escribió lo dirige, y me extrañaría que no tuviera en mente la orientación de la dirección (sobre todo eso que he denominado cambios de interlocutor gestual) mientras escribía. Si no, no sé si el experimento hubiera salido como ha salido. La combinación de texto y gesto resulta tan natural (ojo, he dicho resulta, de natural no tiene nada) que no se me ocurre opción mejor que la planteada.

* * *
Respecto a Palazón, me basta recurrir otra vez a lo que dije cuando El día que nació Isaac: "Diana Palazón me ha gustado siempre: lo expresa todo sin elevar la voz ni descomponerse". Es una de esas actrices naturales que merecerían ser argentinas, ya me entienden. Es aquí el centro de la pieza, tomando pieza tanto en sentido de "obra" como de "habitación", ya que hablamos de argentinos: no abandona el centro del reducido espacio de La Pensión ni por un solo segundo. Le toca ser el sostén de todo lo que ocurre, de todo lo que se dice: interlocutora constante, espectadora constante. Hacía falta alguien como ella, capaz de mantener un rostro neutro sin -aparentemente- el menor esfuerzo, para traspasar a veces con la mirada lo que se supone que no está viendo.

Muy bien también Miguel Diosdado. Si es que es él. Me explico: no consigo relacionar al chico que vi actuar con las fotos de Diosdado, pero no se sorprendan. Mi mecanismo de reconocimiento facial vino con una tara de fábrica, y me pasa con frecuencia. Pero me he puesto a ver fotos, fotos y fotos, y creo que este desconcierto mío es, al menos esta vez, mérito del actor. Lo encontrarán en casi todas las imágenes que hay por ahí con aspecto formalito, tirando a pijo. El de Héroes es otra cosa. En cualquier caso, el actor que hace Héroes está en un equilibrio acertado entre la economía de medios que los tres practican y el punto de ingenuidad propio del enamoramiento de un muchacho joven. Y resiste con personalidad el voltaje -vean más abajo- de Tejón.


DRaúl Tejón no sé qué decirles. No porque lo haga mal, sino todo lo contrario. Este hombre tiene carisma. Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar (RAE). No lo conozco personalmente, así que no sé si esa capacidad está presente en su ser propio o es algo que logra cuando interpreta. ¿Les pongo un ejemplo? Creo que les he contado más de una vez el impacto que me produjo comprobar que Críspulo Cabezas es una persona normal, quince minutos después de haberlo visto transfigurado en superhombre en Los persas. El carisma era interpretativo, no propio. A Tejón sólo lo he visto dos veces, así que no puedo opinar con mucho conocimiento, pero me parece más bien uno de esos de actores que nunca dejan de ser lo que son. Como les digo siempre, eso no quiere decir nada: hay grandísimos actores camaleónicos y grandísimos actores que son cada vez el mismo tipo de siempre. Atrae, concentra la atención del espectador, desprende comunicación de alto voltaje. ¿Han entendido algo? Ni yo mismo me entiendo muy bien, pero sé que me gustaría verlo en algún papel radicalmente distinto para corroborar esta sensación de potencia interpretativa.

Mañana tendrán mi crítica del programa doble de la Zarzuela: Gershwin y el maestro Alonso. Una extraña pareja que casa admirablemente. 
P.J.L. Domínguez
          

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