martes, 24 de marzo de 2015

EL SEÑOR YE AMA LOS DRAGONES

Sala: Matadero (Naves del Español) Autor: Paco Bezerra Director: Luis Luque Intérpretes: Gloria Muñoz, Lola Casamayor, Huichi Chui y Chen Lu  Duración: 1.05'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Lola Casamayor y Gloria Muñoz en una escena antológica.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Los presagios eran todos favorables. Bezerra y Luque ya habían hecho juntos un encantador juguete moral titulado La escuela de la desobediencia. Los firmantes de vestuario e iluminación, Elisa Sanz y Felipe Ramos, son valores de referencia. Lola Casamayor y Gloria Muñoz sueltas en el mismo espacio producen una cantidad de energía cuya liberación sólo es medible en bombas atómicas. No hay cosa menos previsible que los resultados de un montaje teatral pero, por una vez, los presagios se confirman y, como siempre que se produce la feliz concordancia de los elementos, el resultado parece arte de magia.


    El señor Ye es, en primer lugar, una fábula moral. Sencilla y directa, como deben serlo las fábulas, y admirablemente bien dialogada. Luque la ha engarzado en la escenografía de Boromello, la ha rodeado de la música de Cobo y la ha coronado con los vídeos de Luna. Todo ello tan excelente como vestuario y luz de los ya citados. Y ha dirigido a las actrices con primor: brisas de realismo y ráfagas de sainete. Están las cuatro sembradas. Desde la discreta presencia de Chen Lu hasta las arrolladoras matronas compuestas por Casamayor y Muñoz, pasando por Huichi Chiu, que tiene el coraje de mantenerse neutra para que sus cargas de profundidad multipliquen la capacidad de choque. Lo pasé en grande. 

Y lo que no cabía allí:

La expresión "cuento chino" reviste en castellano una connotación negativa que a veces se acerca a "engaño" ("le dijo que era un buen negocio, pero todo resultó un cuento chino") o a “rodeo”, “milonga”, “bomba de humo” ("no me vengas ahora con cuentos chinos"). Parece que a nuestra mentalidad occidental -más bien cuadrada, directa, carente de sutileza- estos delicados bombones rellenos de moraleja le parecen demasiado sofisticados. Fíjense en la contundencia de lo que podría ser su equivalente en la codificación popular de las máximas morales: el refranero. Una frase, y a correr. 

SI NO ES UN NEURÓTICO, SÁLTESE ESTE PÁRRAFO

Este señor Ye es en la sabiduría popular china un señor que amaba los dragones. ¿Amaba los dragones o amaba a los dragones? Si se les ha planteado la duda, propia de los hablantes de esta
lengua en la que los objetos directos pueden ir precedidos por la preposición a, y aún más de quienes hablan, además del castellano, otra/s lengua/s romance/s, tranquilícense, no están locos. La norma es de una elasticidad tal, que yo diría que no existe norma. Vean el punto 1.2.e de esto que dice la RAE. Como creo que los dragones no son animales domésticos, normalmente (sic) no deberían llevar preposición. Aunque a mí el cuerpo me pide la a, y no soy el único. Si se les ha ocurrido pinchar el enlace a la información práctica de la Guía del Ocio, verán que el título se reproduce SIN a, pero que la dirección web es CON a. Esta misma tarde he oído un comentario en la radio, y el presentador decía "ama A los dragones". En fin, un pollo. Yo hablo aproximadamente 2'4 lenguas romances (1+0'8+0'6) y tengo el régimen preposicional hecho unos zorros, pero en ningún caso se me habría ocurrido escribir la frase sin preposición. He trasteado un poco en Google. Animal doméstico: gato. "Ama los gatos", 26.100 resultados. "Ama a los gatos", 138.000. Animal no doméstico: pez. "Ama los peces", 6.710. "Ama a los peces", 67.200. Sin embargo, "lagarto" se comporta al revés. No veo solución.

VUELTA A LA FUNCIÓN

Volvamos a la cordura. Este señor Ye amaba tanto (a) los dragones que el rey de los bichos llameantes terminó por enterarse y decidió hacerle una visita. Al encontrarse delante un enorme dragón real (en ambos sentidos del adjetivo) al señor Ye le dio tal tantarantán que enloqueció. La moraleja del asunto es que este hombre no tenía ni idea de lo que era un dragón en realidad y que su tan cacareado amor sólo se sustentaba en el desconocimiento. Es, por tanto, una historieta que avisa de los peligros de conocer la verdad. Xiaomei (Huichi Chiu) se lo advierte a Magdalena (Gloria Muñoz) antes de desvelar el pastel. Por cierto: he consultado a los dueños de mi restaurante chino de cabecera, y resulta que, en efecto, el cuento es muy popular. Vamos a desarrollar un poco algunas de las cosas que dije en la crítica en papel.


Casi nunca les pongo material gráfico promocional,
pero éste merecía la pena.
Uno.- Al primer golpe de vista, la escenografía de Monica Boromello es una preciosidad. Pero hay más cosas que decir. Es predictiva, algo siempre arriesgado. Hay maneras de anunciar al espectador la duración y, hasta cierto punto, el recorrido de una función. La más obvia es que el programa de mano diga duración: 1 hora 5 minutos. Uno de los muchísimos estudios de percepción pendientes que podría hacer alguna universidad americana –cuentan los viajeros que allí las universidades tienen recursos- consistiría en investigar cómo cambia la apreciación si uno sabe (o no sabe) de antemano cuánto va a durar una historia. Desde luego, cambia. Saberlo permite al espectador, si tal es su intención, estar más atento al desarrollo estructural. Parecería la opción del tipo analítico. No saberlo, privilegia que los efectos narrativos se absorban con mayor espontaneidad. Para el tipo intuitivo.

Pero el director de escena puede forzarnos a todos a ser conscientes, en mayor o menor medida, de cuál es el desarrollo temporal/formal previsible. Ojo: con resultado, la mayor parte de las veces, deplorable. Eso ocurre, por ejemplo, en Los miércoles no existen, una comedieta cuyo éxito me sigue pareciendo incomprensible. Los títulos de los fragmentos que la componen están escritos en una pizarra al fondo de la escena, y los actores los van borrando según se representa la escena correspondiente. Efecto destripador. Hace un tiempo, los estupendos Rodolfo Cortizo y Eva Lasheras se atrevieron con un texto imposible (La extracción de la piedra de la locura, de Alejandra Pizarnik). La actriz largaba el monólogo rodeada por los objetos con los que iba a interactuar, uno por uno, a lo largo de la pieza. Al tercero, el espectador ya se percataba de lo que ocurría, era prácticamente como si se hubiera dispuesto un contador hacia atrás que indicara el tiempo que quedaba. Efecto destripador.


Iba todo esto a que la escenografía de Boromello es predictiva. Son tres espacios a tres alturas, rodeados por una larga pasarela. Lo primero que el espectador predice es que nadie saltará del primero al tercero (o viceversa), aunque sean adyacentes: que para esos trayectos habrá que dar una generosa vuelta al escenario recorriendo la pasarela entera (y volveremos sobre ello). Pero la predicción más relevante se la provoca la escenografía en connivencia con la proyección en la pantalla superior (proyectan la palabra “Infierno” para el primer acto) y con el estilo narrativo. Esto es lo que tiene un buen artefacto teatral: que todo está orgánicamente vinculado con todo. Nuestros mecanismos mentales, con el fondo de predilección de nuestra cultura por las cosas divididas en tres partes (Dumezil dixit), se ponen a sumar la probabilidad –vistos los precedentes desde, al menos, Dante- de que a “Infierno” le sigan “Purgatorio” y “Paraíso”; el aire de fábula que todo lo impregna (gracias, también, al vídeo y la música); la sugerencia de los tres niveles… Y ya estamos convencidos de que esto será un cuento chino –o sea, una moraleja- (género) y que estará dividido en tres partes (estructura). ¿Sufre la función por este motivo? ¿Lastra este conocimiento a priori de la estructura el disfrute de su desarrollo? Nones. ¿Por qué aquí no y en Los miércoles no existen sí? En parte, porque aquí lo que hay es apuntarse a un estereotipo preexistente, exactamente igual que cuando decimos "Érase una vez..." y seguimos después contando que los pretendientes de la princesa eran tres. Algo que al receptor siempre le encanta (lo del estereotipo, no lo de los pretendientes). Pero sólo en parte. Sobre todo, por los factores inefables que hacen que el teatro sea un arte, y no una ciencia. O sea, porque está bien hecho. 

[He dudado mucho, pero al final he decidido no ponerles la única foto que encuentro rodando por ahí en la que se aprecia la escenografía completa. Es evidentemente robada, y cualquiera sabe si a los interesados les haría gracia verla dar más vueltas. A ver si en los próximos días aparece algo que pueda reproducir]

Gloria Muñoz es mucha Gloria
Muñoz. ¿Han visto el peinado?
No hay créditos de caracterización
en el programa.

Dos.- Decíamos que también los garbeos por la pasarela eran previsibles al primer vistazo. Alguien recordará aquel espantoso inicio (presagio de todos los males) del Tito Andrónico de Lima, en el que uno de los intérpretes daba una interminable y previsible vuelta a la escenografía. Esto es parecido. Sólo que aquí la iluminación de Ramos (Ramos, como me señala amablemente Boromello, y no Yagüe, como escribí inicialmente), la música de Luis Miguel Cobo y la simpar Gloria Muñoz consiguen uno de los arranques más espectaculares vistos en Madrid en los últimos tiempos. Es tan redondo que temí intensamente -sin motivo- que lo que siguiera no estuviera a la altura. Podría estudiarse como ejemplo en la asignatura Arranques de Espectáculo en la licenciatura de Dirección de Escena. Ah, que no existe la asignatura, perdonen. El avance, ora vacilante ora decidido, de Magdalena es subrayado por la luz, que la sigue, y por una música cinematográfica que no se sabe bien si es dramática o paródica. No se sabe bien, porque no debe saberse: toda la función está entre el drama de verdad y la parodia del drama. Es otra de sus virtudes: que nos hace oscilar entre la participación de la piedad y el distanciamiento de la risa. Todo esto, sin dejar de lado que -probablemente- el efecto es inalcanzable si uno no cuenta con Gloria Muñoz.

Tres.- Un apartadillo para algo que no se puede explicar. Cómo nos gusta a los críticos hablar de lo que no se puede hablar, y que Wittgenstein se meta donde lo llamen. Escenografía, utilería, vestuario, vídeo, iluminación, música (y caracterización, que no está firmada en el programa de mano, pero que brilla por todo lo alto en el cardado de Magdalena). Todo eso conforma lo que suelo llamar envoltorio (ustedes me dirán si se les ocurre mejor término). Aún hay que añadir otro elemento externo: la imagen gráfica (programa de mano, cartel) que, muy frecuentemente, nada tiene que ver con el resto. En El señor Ye la coherencia (y eso es lo opinable, pero no explicable) de todos estos elementos es tal que podría estudiarse como ejemplo en la asignatura Envoltorios Coherentes de la licenciatura de Dirección de... huy, perdón. Esto sólo quiere decir una cosa: que Luis Luque es un tipo con un gusto exquisito. Desengáñense si creen posible otra explicación: los esfuerzos sumados de tanto creador jamás dan un resultado convergente si no hay alguien con una idea muy clara para orientarlos. 


Cuatro.- A Huichi Chiu la vi en un desastre que se tituló El banquete. Algo me pareció apreciar, pero el papel era muy breve y el contexto no ayudaba nada. En esta historia es fundamental que no sepamos qué palo juega hasta los ultimísimos minutos. No debe dejar traslucir si quiere ayudar, si quiere vengarse o si, simplemente, va a liarla. No deja traslucir nada. Pone unas estupendas caras de piedra, contrapunto a la nerviosa gesticulación de las dos matronas. No hay que perderla de vista.

Cinco.- Creo que termino con esto. Hablaba en la crítica en papel de realismo, de sainete y de fábula. Sumen al campo semántico fábula algunas dosis de ominoso simbolismo (la crisis y la niebla que se abaten sobre el mundo y de los que da cuenta el televisor de Amparo) y tendrán las piezas del rompecabezas que Bezerra y Luque han armado. Es admirable que casen.

Si tuviera un rato me explayaría un poco sobre Lola Casamayor y Gloria Muñoz, pero en nada tengo que ver a Charo López (vaya tres nombres en el mismo párrafo) y luego tengo obligaciones familiares. Otra vez será. Vayan a verlas, y saquen rápido las entradas que deben de estar volando.
P.J.L. Domínguez
          

1 comentario:

mo dijo...

Muchas gracias por la crítica! Solo una cosa: el diseño de luces es de Felipe Ramos, uno de los mejores iluminadores de este país. Buenas noches, Monica Boromello

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Ánimo, comente. Soy buen encajador.