viernes, 13 de marzo de 2015

FANTOCHINES

Sala: Fundación Juan March Autores: Tomás Borrás y Conrado del Campo Director musical: José Antonio Montaño Director de escena: Tomás Muñoz  Intérpretes: Sonia de Munck, Borja Quiza y Fabio Barrutia Duración: 1.00'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


¿Han visto qué preciosidad escenográfica de bolsillo? De Tomás Muñoz. Es Silvia
de Munk, con Doña Tía al fondo.
Resulta que la que va a ser una de las funciones de la temporada se ha representado medio escondida en el auditorio de la Fundación Juan March, con funciones escolares por las mañanas y unas poquitas representaciones de tarde para público general. Evitémonos la ristra de injustas recriminaciones que suelen leerse en tal circunstancia: la producción se ha realizado en el marco de un proyecto pedagógico, y con ese condicionante se programa. Otra cosa es que el resultado y su materia prima rebosen con creces el objetivo inicial.

Llevaba yo unos veinticinco años esperando esto. Verán. Conrado del Campo es una figura fundamental de la música en España. Formó desde el Real Conservatorio de Madrid a una legión de músicos, de manera que es difícil encontrar al alguien que haya ejercido la composición en la segunda mitad del siglo XX y que no tenga, en algún lugar de su árbol geneálogico formativo, a este hombre. Pero el país da para lo que da, y ya me dirán quién lo conoce. Ni el Tato. Pues bien, si se ponen a estudiar el teatro musical español del XX, Fantochines les saldrá por todas partes. "Ah, entonces se hará constantemente en Lugo y Albacete, en Jerez y Tarragona", pensarán ustedes. Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja / La razón perdido ha (Muñoz Seca). Nada, ni flowers. Aunque no es estrictamente cierto, como se ha dicho, que ésta sea la primera versión desde el estreno (la Orquesta Martín y Soler la ha representado con cierta asiduidad) esta exquisita joya de cámara debería ser parte del repertorio. ¿Qué repertorio?, me responderán. Efectivamente, qué repertorio, diré yo, agachando la cabeza.


Fabio Barrutia
La historiografía de la música del siglo XX ha cometido durante decenios un pecado mortal: ceñir la definición de modernidad, si no exclusivamente, sí fundamentalmente a la cuestión armónica. Música tonal: antigualla. Música atonal: vanguardia. Perdiendo de vista que las vías de acceso a lo nuevo eran múltiples y que en todas hubo grandes logros. Fantochines es armónicamente bastante convencional, exceptuada alguna vaguedad tonal por aquí y por allá. Pero era, en todo lo demás, de una rabiosa actualidad en 1923: el libreto echa chispas (es casi más inmoral ahora que entonces, en una década que todo lo perdonaba); la construcción dramática calca la de la ópera bufa, y no olviden que la revisitación del XVIII era pura vanguardia en ese momento (no en vano el programa de la noche de su estreno incluía La serva padrona); los títeres eran pura vanguardia (vid. Falla, mismamente); el flujo sonoro ininterrumpido y el contraste con los pasajes de construcción formal tradicional (esto es, a base de repeticiones, como en la exquisita romanza de Rosalía, que -llámenme loco si quieren- establece un diálogo con la Romanza del Ruiseñor de Doña Francisquita, estrenada UN MES antes) es un auténtico sopapo al 99% del teatro musical contemporáneo; la instrumentación, que añade percusión y piano al conjunto de cuerda, está en la línea de los numerosos experimentos del período de entreguerras. 

Desde la música de salón hasta Richard Strauss, la amalgama que Del Campo liga en la partitura es hermosísima y de gran eficacia escénica. Tienen la interesantísima -aunque más bien adversa- crítica del gran Adolfo Salazar en el primoroso dossier que la March ha colgado. En resumen, si es usted músico, no se le escapará (no se le escaparía, porque mucho me temo que, al menos por ahora, no va a pillar representaciones) la modernidad y la calidad de esta música. Si no lo es, le va a encantar.


Borja Quiza, perfectamente en  mímica del personaje durante toda la función, ayudado por el maquillaje de Ana Martínez.
Ya hemos citado el libreto. Léanse la introducción del titiritero: "En este siglo diabólico / nada está mal / todo es natural". Y p'alante. La protagonista empieza explicándo que no quiere casarse, porque prefiere acostarse con muchos. No dice "acostar", claro, pero todos lo entendemos (y su vieja tia reconoce sus enseñanzas en esta doctrina). La trama la obliga a considerar un matrimonio que la haría rica. El presunto novio pasa total. Ella se enmascara y consigue trasladar la situación al campo de la seducción física. Obnubilado por lo que se le pone delante, el vanidosísimo protagonista (una suerte de Cristiano Ronaldo del XVIII), cae rendido ante la atracción de una futura esposa dispuesta a entregarse enmascarada. Por si no nos hubiera quedado claro, ella se lo explica: 


LINDÍSIMO
¿Cómo no me gustabais, y ahora 
me seduce vuestra travesura 
y me cautiva vuestra risa?
DONETA
Porque antes fui para vos amor sin sal,
bobo,inocente,
y ahora soy el amor picardía. 

Todo el texto está atravesado por consideraciones sorprendentemente modernas, de actualidad todavia, sobre el amor. En amor, ¿es mejor ciencia, inocencia o experiencia? Comparen, comparen el suave y sabio cinismo con el teatro musical de la época. Este Borrás no daba punto sin puntada. 

Tomás Muñoz ha hecho maravillas con el espacio disponible y cuatro focos. The Root Puppets ha hecho maravillas con los títeres. Rafael Rivero ha hecho maravillas moviendo a los intérpretes. Y los cantantes...

Bien Fabio Barrutia como cantante, aunque un poco más de dirección en las partes habladas no le iría mal. Son los dos protagonistas los que brillan rutilantes. En primer lugar, ¡son guapos los dos, ella y él! Disculpen la obviedad, pero esto ayuda siempre bastante a la verosimilitud de las tramas. Ya saben cuántas veces hay que hacer de tripas corazón con virginales doncellas y apuestos donceles de cincuenta tacos y noventa kilos a la canal. Nada que ver. Lindísimo es lindísimo. Doneta es seductora. El texto no miente. Además, SON ACTORES. Albricias. Hay que ver a Borja Quiza dando brincos con soltura en postura dieciochesca en un plano inclinado: p'habernos matao. Y a Sonia de Munk revolcándose por el mismo plano con envidiable frescura. Sin que todo esto sea obstáculo para que  canten de miedo (digamos de paso que la parte de ella es endiablada). ¿Ven?, se puede ser cantante y actor.

Dos consideraciones finales:

POR FAVOR, hagan como el Centro Dramático Nacional con La piedra oscura y reprogramen esto la próxima temporada.

POR FAVOR, consideren la posibilidad de repetir operación con El pájaro de dos colores, la otra ópera de cámara de Borrás y Del Campo.

Ah, y gracias.
P.J.L. Domínguez


Empecé a escribir esto anoche y he tenido esta mañana la gran sorpresa de encontrarme la extensa crítica de Luis Gago en El País. Menos mal, temía que este pedazo de función pasara desapercibida. Respecto a las opciones que da Gago, me apunto a los que consideran Fantochines "uno de los eslabones perdidos de la tradición operística nacional."
          

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