jueves, 9 de abril de 2015

PASEÍLLO

Sala: Tribueñe Autor y director: Hugo Pérez de la Pica Intérpretes: Raquel Valencia, Antorrín Heredia, Carmen R. de la Pica, Rocío Osuna y Sabela Hermida (músicos: Antonio Reyes y Mikhail Studyonov) Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)



Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Las dimensciones del rito y la medida de la fiesta, eso promete Cartel de barraca, el primero de los dieciocho números. Imposible dar cuenta de qué va Paseíllo. Alguno de los títulos restantes ayudarán: Polo de España y Júpiter, Manolas en la sombra, Sastrería de Víctor Rojas… Tan fuera de este mundo (y me refiero a nuestro lugar y nuestro tiempo) que el programa de mano debe recalcar que los textos son “íntegramente” originales. Suspiros de dardo místico; la Argentinita y Sánchez Mejías; lentejuelas y oro viejo ¡ay! alamar y brillantina; reclinatorios, abanicos y sombrero cordobés; el Cristo de los Alabarderos y Jesús el Pobre; popelín, carey y celuloide; la vertical de lava quieta; Solana, Cúchares, Dominguín o Bombita; piel sobresaltada del burel. La esencia destilada de muchas formas de construir la idea de España, fundidas en lo majo, lo curro, lo manolo y lo flamenco, como dice el autor.


    Hugo Pérez es lo que en tiempos menos pudorosos hubiéramos llamado genio. Lo firma casi todo y se rodea de artistas de enorme talla en esta prodigiosa obra de arte que resucita y reinventa el pasado y lo eleva a mito. Lluévanle de una vez los premios.


Y lo que no cabía allí:

Hugo Pérez lo ha hecho de nuevo. Otra vez nos deja perplejos. Perplejos ante su audacia y perplejos ante su capacidad para dar saltos mortales y caer de pie. Si mi lector no sabe quién es Hugo Pérez de la Pica le aconsejo que eche un vistazo a mi crítica sobre Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama. A lo mejor comienza a hacerse una pálida idea.


La corrida de toros, Gutiérrez Solana.
Forma, estructura. Los creadores se ubican en un continuo que va del más apegado a una determinada tradición, a un esquema previo; al más innovador, al menos previsible en su contexto. En nuestro teatro, ese arco se extiende desde lo que llamamos teatro comercial a lo que llamamos vanguardia (digo "llamamos", porque no es que sean clasificaciones muy finas, pero de alguna manera hay que entenderse). Ojo, que esto no tiene nada que ver con la calidad: hay excelente teatro comercial y pésimo teatro de vanguardia, y viceversa. Pero sigamos. Paseíllo es, probablemente, junto con Donde mira el ruiseñor, la más excéntrica propuesta formal que nuestro entorno ha producido en los últimos años. Algunos de mis lectores estarán pensando ahora en la Liddell o en Rodrigo García (o en Juan Domínguez o Mónica Valenciano, si nos extendemos a la pura performance). Tanto el uno como la otra -ejemplos señeros del extremo vanguardista- forman parte de un contexto, de una tendencia. Cuando vamos a ver una pieza surgida de ese mundo tenemos una idea, más o menos imprecisa, del carácter de la estructura que sostendrá la obra, de cuáles serán los motores de su discurrir temporal. Paseíllo es una apuesta solitaria, una rara avis, un engendro único en su especie. De ahí lo que llamo audacia.


La Argentinita
Porque hay que tener narices para estrenar una obra constituida por dieciocho... ¿escenas? No, creo que la palabra correcta es números, como en el teatro musical de nuestros abuelos, o estampas, voz aún más liofilizada. Constituida, diremos, por dieciocho números estancos, sin más relación entre sí que el tema común a todos (la tauromaquia) y el común lenguaje estético: construcción visual a base de sofisticados vestuario, iluminación y movimiento; textos de una poesía que, a pesar de las amplias oscilaciones (algo intentaré contar), proviene de un mismo aliento. El hilo narrativo (que estaba presente en Donde mira el ruiseñor y era biográfico en Por los ojos de Raquel Meller) ha desaparecido. En esto, Paseíllo es estrecho pariente de la vanguardia. Su singularidad estriba en que su autor es, en lo que se me alcanza, el único que busca el apoyo formal (aunque no sólo formal) en la recreación del pasado. Es, por tanto, solo  ejemplo de esta mixtura de tradición y modernidad que sus obras proponen. Hablando en plata: el tipo más original de los que pueblan ahora mismo el panorama teatral en Madrid (y casi me atrevería a decir, en España). Audacia.

Pero hablaba de audacia y capacidad. De poco serviría la audacia si el invento no se sostuviera. Y vaya si se sostiene. La tensión dramatúrgica -que pasa por la comedia, el drama, la tragedia y la farsa- se va cargando hasta el clímax (cuando digo clímax imaginen un pedazo de clímax: bailaora poseída por las musas y público jaleando) y se resuelve en el éxtasis místico del final. Voy a copiarles los títulos y subtítulos de las números, que ya dicen bastante sobre las coordenadas mentales en las que el autor se ha colocado para parir este monumento:

    CARTEL DE BARRACA. Pasodoble / Reclama
    COPLAS DEL TORO BLANCO. Cantares de Bargas
    RAPTO DE EUROPA. Ángulo de metamorfosis
    POLO DE ESPAÑA Y JÚPITER
    CUANDO LOS MAJOS. Bosquejo asainetado
    PASEÍLLO EN EL CIELO. Evocación contundente
    EL INDULTO. Comedieta griega para títeres
    CUADRILLITA DE BANDERILLEROS. Garrotín de banderilleros.
    LA CHULA AMULETO. Chotis anestésico
    LA MADRE DEL CENTAURO. Chascarrillo
    RECUERDO Y DONAIRE. Nocturno en el ruedo vacío
    MANOLAS EN LA SOMBRA. Dialoguillo retrechero
    LA HORA DE LA VERDAD.  Intimidad  macilenta del espada
    SOY LA MUJER DEL TORERO. Testimonio
    CURRAS A PIE DE CALLE. Tango gaditano
    SASTRERÍA DE VÍCTOR ROJAS. Alegrías del imposible amor
    TALEGUILLA DE TESEO. Intuición lírica por soleares
    CUADRILLA DE LA ESPERANZA. Homenaje costalero


Texto. Me aseguran que tanto Donde mira el ruiseñor como Paseíllo se publicarán en breve. Eso espero. Es tarea imposible pillar en la escucha un minímo de lo que encierran estos textos sobresaturados de referencias, recamados con capas superpuestas de bordado en las que se amontonan los niveles del género, el estilo, el tema y el léxico... por lo menos. Género: tonadilla escénica (Cuando los majos es un modelo a escala), sainete, zarzuela... y, sobre todo, resurrección del espectáculo, como decíamos, por números. Estilo: la poesía de Paseíllo es personalísima. En Donde mira el ruiseñor el remedo del original era perfecto (al menos para mis oídos poco educados en la literatura culta y popular de los siglos de oro). Ahora, la combinación de reproducción arqueológica y aportación original es inextricable. En ese estilo propio se mezclan y remezclan tres siglos (el XVIII, el XIX y las primeras décadas del XX) de poesía y formas escénicas. Sólo un ejemplo: los fragmentos que podríamos llamar lírico-taurinos (Paseíllo en el cielo, Soy la mujer del torero, La hora de la verdad...) subsumen esos ripios andaluces que se recitan con prosopopeya y que habremos oído tantas veces en aquellos programas del Loco de la Colina. Son eso y son más que eso. Y un detalle notable: driblan con soltura a Lorca. Como si fuera fácil rehacer otra vez esas líricas populares sin darse de morros con él y quedar como un imitador de tercera mano. 


Entrada a los toros, Eugenio Lucas Villaamil
Tema: ¿Recuerdan aquello que Vázquez Montalbán decía de la gastronomía? Que hacer de la comida un arte es lo único que nos redime de la necesidad de matar para comer. Yo, que soy uno de los pocos materialistas que conozco, no puedo dejar de pensar qué opinará un pollo sobre esta refinada finta. De igual manera, podría decirse que lo único que podría redimirnos de haber convertido en espectáculo el sufrimiento de un animal es la enorme floración cultural surgida en torno a la fiesta. Ojo, he dicho "podría", porque también me pregunto si el toro estaría de acuerdo en ofrecerse elegantemente a la inmolación para propiciar este mar de música y literatura surgido del mar de su sangre. En cualquier caso, ninguna postura contraria a la tauromaquia puede dejarnos ciegos ante tanta belleza. La recapitulación de Paseíllo se suma a las pinturas de Solana, al Lorca de las cinco de la tarde o al maravilloso pasaje sobre la fiesta y su historia mítica contenido en la Rosa Krüger de Sánchez Mazas (fascista, sí, pero excelente escritor). Y también, (recuerden "lo majo, lo curro, lo manolo y lo flamenco") a los meandros de la cultura popular que Paseíllo en el cielo representa con las parejas cantante-torero: La Goya y Bombita, Chicuelo y Dora "la cordobesita", Concha Piquer y Antonio Márquez "el Belmonte rubio", la Argentinita e Ignacio Sánchez Mejías. ¿O creían que esto se lo habían inventado Paquirri y la Pantoja? Léxico: He puesto léxico por poner algo, porque no me refiero sólo a la resurrección de términos añejos que aportan su aroma de época  (añadan "afiche", "escarapela" o "quiriqui" a los citados en la crítica en papel). Sumen también expresiones estereotipadas de estilo ("tripiló y trapalá" en Cuando los majos), alusiones eruditas (el hierro, el gato, el espejo y la leche de Zarzalejo -?- citados como talismanes en La chula amuleto), un catálogo de colores en Manolas en la sombra (azúcar, blanco cotorra, verde urraca...)... En fin, mejor se esperan a la publicación, porque esto es imposible de reflejar con un mínimo de eficacia. Por incluir, se incluye hasta un fragmento en vascuence: ahoan zerua eta logela borobil. Si lo oí bien, es bastante críptico: el cielo en la boca y el dormitorio redondo. Este tipo es un poeta que necesitaría una legión de exégetas. 


Vicente Pastor
Puesta en escena. Verán, me he puesto radical y he decidido no extenderme. Vayan a verla. Me voy a limitar a repetir que el vestuario (que también es de de Hugo Pérez) es maravilloso (y variopinto, y compuesto por una enorme cantidad de trajes, de las señoritas que parecen salidas de un salón de la dictadura de Primo de Rivera al traje escénico de época, pasando por lo popular). Que la iluminación (que Hugo Pérez firma con Miguel Pérez-Muñoz), además de bellísima, es -como siempre en las piezas de su autor- elemento fundamental de la construcción dramatúrgica. Que el movimiento de los intérpretes (desde el mismo arranque, que figura un grupo de espectadores reaccionando a cámara lenta ante los lances de una corrida -me hubiera encantado ver cómo se ha ensayado esto- hasta el último recorrido de la Virgen por el escenario) no tiene un solo gesto gratuito: cada numero incorpora el repertorio gestual que el estilo demanda.


Intérpretes. Dos flamencos: la bailaora Raquel Valencia y el cantaor Antorrín Heredia. Yo no sé de flamenco más que lo que todos absorbemos por ósmosis en este país, pero puedo decirles que me han dejado hipnotizado en las dos funciones que he visto. Ella lo mismo marca el clímax -ya lo hemos mencionado- en Sastrería de Víctor Rojas con un zapateado que parece que no va a terminar nunca en medio del paroxismo del público, que se marca un delicioso número de estilo en Cuadrillita de banderilleros, donde es, con el sombrero cordobés en la mano, estampa viva de las artistas de caracolillo, como en un cartel de 1930. Por cierto, no se pierdan el estribillo del garrotín: "cuadrillita de un peón sentimental". En cuanto a Heredia, me pregunto cuántos cantaores habrá por ahí que tengan su talla de actor. O puedo preguntarlo al revés: cuántos actores habrá con su talla de cantaor. A lo mejor es el único.


Cante hondo, Julio Romero de
Torres
Hemos dicho que la poesía esquiva el peligro de empantanarse en Lorca. Otro peligro evitado: que el flamenco se comiera a todo lo demás, como suele. El equilibrio es impecable. Tampoco fagocita al resto de intérpretes, que brillan cada una en su sitio. Rocío Osuna es una soberbia Chula amuleto. Con Sabela Hermida compone los formidables cuadros de Cuando los majos, Manolas en la sombra o las Curras a pie de calle. Las dos derrochan salero, doble intención, estilo. ¿Cuántas veces ha salido esta palabra en la crítica? Seguramente "estilo" es el concepto clave de la función.

Párrafo aparte para Carmen R. de la Pica. Salí de allí pensando que Pastora Imperio había sobrevolado la sala, y por más que hice no conseguí recordar ninguna mención (es posible que la haya, esta función es un mundo). Caí en la cuenta a los días. Carmen era Pastora en Por los ojos de Raquel Meller de una manera tan rematadamente orgánica, tan carnal, que al verla otra vez en escena las confundí a ambas. ¿Cabe mayor elogio? Su voz esculpe Paseíllo en el cielo y Soy la mujer del torero ("...pero viuda no!"). Y si van a ver la función tras leer esto, estén bien atentos al final de La hora de la verdad: la estampa la cierra ella, tirando al suelo el peine con el que está peinando al torero. En eso, en esa riqueza de detalles, está todo el valor de Paseíllo.


* * *
Terminemos ya. No he dicho nada de la música de Studyonov (¿cómo es posible que un ruso se haya empapado de españolidad hasta este punto?) ni de Antonio Reyes ni de tantas cosas. Pero si sigo, la crítica será más extensa que el texto de la función. ¿Saben cómo termina? La función, no la crítica. Termina con el único personaje con el que esta progresión taurino-lírico-mística podía terminar. Piensen un poco. La Virgen. Lo piensa uno y se da cuenta de que no había otra. Con un canto a los costaleros: Treinta y seis delicadezas de hombre / treinta y seis bestialidades que amagan / treinta y seis costaleros sin darse cuenta de que son treinta y seis suspiros de dardo místico. Y ella: la Virgen. Los dioses me libren de enmendar la plana a este genio, pero el bullicio de música de Semana Santa (clarines y tambores, banda) me pedía a gritos un remate musical a la misma altura, siguiendo esa extraña y españolísima costumbre, ese trallazo psicoestético que tanto nos asombra en tales contextos a los que provenimos de la periferia levantisca: el himno nacional. Los toros, la Virgen, el himno. ¿No molaría? 
P.J.L. Domínguez
          

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