jueves, 3 de diciembre de 2015

NADA QUE PERDER

Sala: Cuarta Pared Autores: QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe Director: Javier G. Yagüe Intérpretes: Marina Herranz, Javier Pérez-Acebrón, Pedro Ángel Roca Duración: 1.40'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)



La vi hace una semana y he estado retrasando el momento de publicar la entrada, porque estaba seguro de que saldría algo poniéndola por las nubes. Efectivamente, aquí tienen la crítica de Vallejo. Por las nubes.

¿Y por qué la he ido retrasando? Porque a mí no me gusta nada, pero lamento que no me guste nada. A veces ve uno pestiños infumables y sale fumando en pipa (mataría a mi madre por una paradoja, ya lo saben) y con ganas de asesinar al perpetrador. Pero detrás de esto hay gente muy capaz y mucho trabajo, y prefería no ser el primero en calificar. Ahora que Vallejo ya ha escrito que "no hay nada en la cartelera ni parecido a esta función" me permito con mayor tranquilidad decir que a mí me parece una cosa antigua, teatro de buenas intenciones. Suscribo de cabo a rabo todas las tesis que subyacen, otra cosa es que me guste el resultado escénico. Me parece que está estirado como el chicle hasta los cien minutos, cuando la cosa daba para una hora justita, porque la escritura es redundante. Me parece que el tercer personaje (en todas las escenas los personajes son dos, y hay un tercero que comenta desde fuera) sobra y olvida la capacidad del espectador para entender las cosas él solito; o sea, es redundante. Me parece que todas esas interpelaciones al espectador ("Y si fueras tu? ¿Y si fuera tu familia?", etc.) sobran exactamente como sobraría en Shakespeare un comentador diciendo "¿Se da cuenta de que estos caracteres le rodean en su vida diaria y que usted mismo lleva dentro el germen de todo esto?". Ya lo entendemos solos. O sea, son redundantes. Todo redunda en esta pieza.

Es uno de los grandes peligros de las propuestas con fuerte carga ideológica. ¿Quiere esto decir que son imposibles? No. Ahora mismo, mientras usted lee, hay en nuestro país docenas de personas concibiendo, escribiendo, ensayando o representando piezas relacionadas con cuestiones sociales en general o con la crisis en particular. Hemos visto docenas en los últimos años, y muchas otras que, escritas antes de la crisis, adquirían con ésta un significado más profundo. Alguna de ellas se llevará el gato al agua y terminará representando lo ocurrido durante estos años en el imaginario colectivo. Las hay malas (Eurozone, y les dieron un Premio Nacional, ya saben qué bien nos llevamos los premios y yo), regulares (pongamos Subprime) y excelentes. La mejor es, sin la menor duda, Mi relacion con la comida, (atentos, porque se repone en el Galileo), pero hay que citar Los iluminadosno sólo porque era estupenda, sino también por una casualidad: Pedro Ángel Roca actuaba allí y lo hace en Nada que perder. En Los iluminados componía un personaje estructurado y redondo. Aquí, lo que le dejan. 

En fin, volviendo al montaje: esto le va a gustar a mucha gente, ya se lo adelanto. No negaré que también por méritos propios, o dicho en otras palabras: no creo que mi opinión merezca ser grabada en las tablas de la ley. Pero estoy seguro, como siempre que las dichosas buenas intenciones están en juego, de que el fondo ideológico será lo más determinante en buen numero de esas opiniones positivas. Como en Liberto o en El triángulo azul (sí, multipremiado; sí, multialabado; un ladrillo, se pongan como se pongan). ¿Quieren una prueba del nueve? Es muy simple. Lleven al teatro a alguien que abomine de las opiniones políticas que sustentan la función y ya me dirán. Vi hace unas semanas Mi princesa roja, que tiene un tufo ideológico, una peste a maniobra de barnizado del fascismo que juzgo repugnante. Pues bien, teatralmente funciona, aunque uno no se case con el fondo. Preséntenme un neoliberal furioso que diga lo mismo de Nada que perder, y me comeré todo lo dicho.

En algunos momentos, se toca fondo: el regodeo en la feliz idea de los cobradores ataviados de Cervantes o la escena entre el concejal y su madre, en la que la representación de la anciana roza el teatro aficionado. Pero hay dos cosas que merecen la pena en la función. Una, Javier Pérez-Acebrón. La otra, la irrupción de la pantera. Es un recurso del texto de una hermosura poética que brilla como una gema en medio de un páramo de lugares comunes.

Nota final. He puesto más arriba que me parecía una cosa antigua, sin dar más detalles. No sabría explicarlo bien: una fábula ambientada en lo más pedestre de lo cotidiano, clara voluntad alegórica, cimiento ideológico, estética feísta... Se me antoja un montaje de hace treinta años sobre texto de Fo (a muchos kilómetros de Fo, claro está). Pero estas cosas son muy difíciles de expresar con palabras. Fíjense que casi todo esto que acabo de decir se puede aplicar a Mi relacion con la comida y, sin embargo... Decía el otro que, si no se puede hablar de algo es mejor callar, pero es que resulta tan divertido hablar de lo que no sabemos.
P.J.L. Domínguez
          

1 comentario:

Anónimo dijo...

Coincido totalmente con esta crítica así como la de Liberto. Decepción, eterna, aburrida, antigua a pesar de coincidir en lo que se dice

Publicar un comentario

Ánimo, comente. Soy buen encajador.