domingo, 20 de marzo de 2016

LOS DRAMÁTICOS ORÍGENES DE LAS GALAXIAS ESPIRALES

Sala: Teatro María Guerrero Autora y directora: Denise Despeyroux Intérpretes: Juan Ceacero, Cecilia Freire, Ester Bellver y Ascen López Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Ascen López, Freire, Bellver y Ceacero.

Mi crítica en la Guía del Ocio:


Denise Despeyroux ha rematado un maratón de estrenos (¡cinco en pocas semanas!) con dos notables: Iliria y estas Galaxias espirales. De la primera sólo se vieron cinco funciones en la sala Kubik. Espero que se reprograme, porque la colaboración de Despeyroux (escribía) y Ceacero (dirigía) ha sido un bombazo.

En las Galaxias, Despeyroux escribe y dirige. Escribe a la altura de todo lo que ha escrito, que es mucha altura. Y, en mi modesta opinión, es lo que mejor ha dirigido. En el conjunto de su obra, la dramaturga ha construido, y no muchos lo logran, un mundo propio y reconocible. La pieza es un nuevo planeta de ese sistema, con una veta temática central que gira alrededor de lo que somos, lo que queremos ser y lo que perciben los demás, y una ambientación –la salsa del guiso- de místicas alternativas: ritos iniciáticos, drogas sagradas, kundalini…

Además de todo eso, la comedia –familiar y sentimental- funciona como un tiro y hace reír al respetable. El carisma y el encanto de Cecilia Freire al servicio del papel protagonista, la brutal eficacia de Ceacero (estaba tremendo en El más querido), el desparpajo de Ascen López y el perfecto encaje de Bellver en un personaje que parece escrito para ella se han combinado de tal manera que este delirio alcanza la sublimación de una sorprendente verosimilitud.

Y lo que no cabía allí:

La justicia y la realidad no son conceptos que se lleven bien en casi ningún ámbito de la vida, pero su relación es prácticamente inexistente en este del teatro. Dicho más fácil, que me pierde la retórica: hay funciones excelentes que se diluyen en la nada y pestiños descomunales que se quedan años en la cartelera. Pero si la pizca de lógica que a veces se deja ver actúa en este caso, la sala pequeña del María Guerrero debería estar abarrotada hasta el 10 de abril, así que 

COMPREN ENTRADAS

Ya que hemos empezado a hablar de justicia, diré también que -si se decide a hacer acto de presencia- Iliria (que habremos visto en la Kubik unos trescientos cincuenta privilegiados) volverá a la cartelera, así que

ESTÉN ATENTOS

Y ya que he mencionado la Kubik, les comunico que vuelve (sólo para tres domingos de abril) la estrepitosa Cena del rey Baltasar, que, si no vieron, no deberían perderse. Entran doce espectadores por pase, así que como no corran...
* * *
Volvamos a las Galaxias. Las frases en negrita son los puntos de enlace con la crítica del comienzo.

Es lo que mejor ha dirigido. Faltaba, seguramente, añadir "junto con La realidad" (pieza tan estrechísimamente ligada a ésta que su historia y sus dos únicos personajes, gemela de carne y hueso y gemela en vídeo, son los mismos, presentados ahora con el entorno añadido de madre, tía y primo. Creo que otras obras suyas que he visto podían dar de sí mucho más de lo que dieron y que esto ha podido condicionar la apreciación global de la escritura de Despeyroux. Sin embargo, Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales e Iliria (ya les contaré) dan la medida del potencial escénico que esa escritura encierra, al margen -por añadidura- de su interés literario (ya saben que la calidad literaria y el rendimiento escénico son dos cosas que poco tienen que ver).

Un mundo propio y reconocible. En el que lo más fácil de percibir a primera vista es lo que he llamado "místicas alternativas". Se trata de todo tipo de saberes (o pseudosaberes) relativos al yo y a la percepción de nosotros mismos: desde la psicoterapia y los libros de autoayuda hasta el chamanismo y la ayahuasca. Esta vez hay un par de irrupciones sublimes del psicoanálisis lacaniano (el primo Oliver tiene un grupo de pop lacaniano y ha compuesto títulos como "Otredad radical") y de las constelaciones familiares ("Vamos a constelar", al nivel de descacharre del "¿Dónde está el sacacorchos?" de Sanzol). Tenía muchas ganas de preguntar a la autora si es creyente de estas... déjenme dejarlo en "cosas", o si simplemente son un recurso de escritura, y miren por dónde García Garzón nos ha hecho el favor de preguntárselo. La respuesta es la que cabía esperar: comenzó usándolas como simple material literario, pero a base de tanto roce ha terminado por verlas como una fuente más de conocimiento (o eso deduzco yo de la entrevista). 

Además de este rasgo evidente, y de su capacidad para instalarse en un territorio en el que el género se desdibuja (comedias de intenso fondo dramático o dramas encubiertos bajo las risas), he dado POR FIN con el tema central de todo lo que esta mujer ha escrito. Sí, me ha costao, a veces soy más simple que una avellana, y miren que estaba clarito. Clarito, clarito, desde que vi La realidad y estallando ante mis ojos en Iliria. Es eso lo que he llamado en la crítica en papel lo que somos, lo que queremos ser y lo que perciben los demás.

Allá por mi lejana y brumosa adolescencia, un catequista, (sí, ahora suena tan original que podría ser hasta trendy, pero entonces los había por doquier) nos habló de una cosa llamada ventana de Johari. A saber cuáles eran las vías por las que el conocimiento llegaba a los locales parroquiales, tiene su aquel que mi primer contacto con la psicología cognitiva fuera en una sacristía.
Como ven, postula la existencia de cuatro zonas en el individuo: la que sólo conoce uno mismo, la que conocen el interesado y los demás, la que sólo conocen los demás y la que nadie conoce. Pues bien, el teatro de Despeyroux es una ventana de Johari tridimensional convertida en prisma: la tabla del dibujo representa lo que es (la realidad) y la del extremo opuesto del prisma lo que querríamos que fuera (el deseo). Creo que lo que más le va a gustar a ella de todo esto es lo de Johari, que parece el nombre de un santón hindú. Lo siento, pero es tan prosaico como que viene de Joseph y Harry, autores de la tabla. 

Los personajes se preguntan quiénes son, lo que creen ser entra en conflicto tanto con lo quieren ser como con lo que los demás creen que son. En las Galaxias, Andrómeda decide convertirse en su hermana gemela Luz, porque le parece que todos la quieren más que a ella. Cuando, en un momento de crisis, le dice a su primo que se está inventando una personalidad, él le responderá que dónde está la diferencia entre la que se inventaba antes (la "propia") y la que se inventa ahora. Ahí me llegó la iluminación. Ahí vi que ése era el centro de la función y el centro también de Iliria, en la que todo sucede a través de una red social donde cada uno cuenta lo que cree ser y lo que querría ser, sin que eso coincida mucho con lo que realmente es. Paro ya, ¿no? Estas líneas empiezan a parecer un párrafo de Lacan tomado al dictado por un mono borracho. Pero que todo esto va del ser (el SER en mayúsculas) lo corrobora el eco del monólogo hamletiano, invocación a Shakespeare: "¿Qué es más noble para el espíritu, ser uno mismo o tratar de ser otro mejor que uno?" Preciosa manera de meter algo muy gordo en un envoltorio hilarante.

La comedia funciona como un tiro. Todo ese fondo está inserto en un envoltorio de comedia excéntrica. Ahora que lo pienso, las excentricidades (pop lacaniano, relación epistolar con el director del Corte Inglés) son bastante jardielescas. Van trenzándose alrededor del relato principal, muy bien dosificadas en sus apariciones. No era nada fácil rematar con un final adecuado: va primero hacia arriba -apoteosis de la abuela en su escapada romántica con el director del Corte Inglés- y después hacia abajo, hacia la distensión, en una resolución preparada durante toda la función con las repetidas alusiones al viaje iniciático que Oliver quiere realizar remedando el de su madre. 

Sorprendente verosimilitud. ¿Recuerdan esa escena de Entre tinieblas en la que Carmen Maura se despide llorando de su tigre? Uno se conmueve, porque a esas alturas del relato ya no le importa el pequeño detalle de que se trate de un tigre que vive en un convento de monjas del centro de Madrid. Verosimilitud, porque el espectador se traga el anzuelo hasta el fondo y se deja llevar a donde quieren llevarlo. Sorprendente, porque el propio espectador se extraña -cuando termina el viaje- de cómo ha podido dejarse absorber por semejante delirio. Llega un momento en el que esta familia que constela, se mete ayahuasca y juzga el Cumpleaños feliz una obra maestra les parecerá tan normal como la suya propia. Que, dicho sea de paso y si me permiten la impertinencia, seguro que también tiene narices.
P.J.L. Domínguez

          
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