jueves, 14 de abril de 2016

PROYECTO HOMERO: ILÍADA

Sala: Centro Cultural Conde Duque Autor: Guillem Clua (versión libre de la Ilíada)  Director: José Luis Arellano  Intérpretes: Javier Ariano, Cristina Bertol, Katia Borlado, Alejandro Chaparro, Juan Frendsa, Víctor de la Fuente, Cristina Gallego, Jota Haya, Carmen Ibeas, Samy Khalil, Jesús Lavi, Juan Carlos Pertusa, Álvaro Quintana, María Romero y Álex Villazánan Duración: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Foto de ensayo de Paul Rodríguez para el reportaje de El País: Alejandro Chaparro sostenido por Andoni Larrabeiti. La coreografía de los combates es de lo mejorcito de la función.
Ésta fue mi crítica en la Guía el Ocio:

Si detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen (Balzac), en la base de toda civilización hay, al menos, una masacre. Hemos contado ésta a los niños durante más de dos mil años como nuestro pecado original laico. La Joven Compañía encargó a Guillem Clua y Alberto Conejero sendos textos sobre la Ilíada y la Odisea, proyecto ambicioso saldado con dos espectáculos de los que destaca el primero.


    La épica homérica original es ya masculinidad pura en su peor acepción, iracunda y sangrienta. Las mujeres quedan relegadas al pretexto, al sufrimiento o a dar voz al sentido común. Clua y Arellano acentúan esta exaltación de virilidad y, puestos a buscar amor entre tanta violencia, otorgan centralidad a una historia sin mujeres: la de Aquiles y Patroclo. Destacan las coreografías de Larrabeiti y el monólogo de Patroclo (un excelente Javier Ariano) en una función que se sostiene bien, a pesar de alguna caída de tensión en la corte de Príamo y de cierta falta de contraste entre tanta interpretación rabiosa. Ya me había fijado con anterioridad en Lavi, Villazán y María Romero, frescos y solventes, pero hay mucho futuro repartido también entre el resto de intérpretes. Si yo fuera director de casting procuraría no perdérmelos. 

Y lo que no cabía allí:

Hemos contado ésta [historia] a los niños durante más de dos mil años como nuestro pecado original laico, decía en la Guía. No en vano somos hijos de dos madres: la judeo-cristiana y la griega. Y lo de contarlo a los niños no lo decía por decir. Durante siglos, desde los pedagogos de la antigua Roma hasta los bachilleres de la Francia del siglo XX, pasando por las escuelas medievales, los escolares han escrito redacciones sobre los episodios de la guerra de Troya. Aquí no, claro. Aquí el tiempo se va en contar a los niños de primero de la ESO las diferencias entre los saurios y los ofidios o los kilómetros de espesor de cada capa de la atmósfera.

Este mito fundacional de la historia griega se convierte en el nuestro desde el momento en que decidimos (allá por el siglo XV) que lo nuestro empieza en Grecia. Esta afirmación es una construcción cultural, antes de los griegos hubo de todo. Vayan hacia atrás y no encontrarán solución de continuidad hasta las cadenas de genes flotando en el caldo primigenio. Pero en algún sitio había que identificar a los progenitores, búsqueda consustancial a la humana necesidad de dibujarse una identidad clara (otro oxímoron), y hemos hecho de los griegos padres y madres del cordero. 

Resultado de imagen de Patroclo. Benjamin West
Tetis entrega la armadura a Aquiles ante
el cadáver de Patroclo. Benjamin West.
Las narices rafaelescas son de un kitsch
enternecedor.
Como todos los objetos colocados en la primera división de los que nos representan y vertebran nuestro modo de estar en el mundo (la Quinta de Beethoven, Hamlet, Las meninas, Lo que el viento se llevó, el Partenón...), la Ilíada es un cruce de caminos de la cultura y lleva sobre los hombros una sobrecarga secular de significados de toda índole: representación ideal de todas las guerras; uso primigenio (están también los de la Biblia, la otra fuente) de la coartada sentimental/moral para justificar la barbarie (la guerra para recuperar a la adúltera); oposición entre el deber conyugal (Menelao) y la pasión (Paris); oposición entre la justicia y la fuerza; oposición entre el sentido común y las pasiones; repertorio de éstas (amor, odio, celos, envidia, codicia, generosidad, lealtad, traición...); repertorio de fábulas extraíbles (de Ifigenia a Laocoonte, de la cólera de Aquiles al caballo... ¡que no sale!). Vamos, que uno encuentra todo lo que quiera encontrar. Con una pequeña salvedad, diría yo: mujeres. Haberlas, haylas, claro está, pero relegadas a un borroso segundo plano, como en todos estos poemas épicos fundacionales (El cantar del Mío Cid, La Canción de Roldán, las sagas escandinavas...). La necesidad de desarrollar esos personajes dibujados de perfil se presentó ya a los mismos griegos: Las troyanas son el ejemplo perfecto. La Ilíada es, en este sentido, un vivero inagotable de personajes en germen que todavía se aprovechan: ahí tienen a Helena defendiéndose en Juicio a una zorra de Miguel del Arco o a Casandra en la novela de Christa Wolf. Intelectualmente más compleja la operación de Robert Graves, sobre la Odisea en su caso, en La hija de Homero: es una mujer la que protagoniza todos los sucesos que se desarrollan en Ítaca y la que los convierte en poema. Visiones moderna sobre quienes -en el original- son, no únicamente, pero sí sobre todo, carne y moneda de cambio. Ojo, hay unas cuantas mujeres autónomas (y algunas peligrosas) en la Odisea, de ahí la hipótesis de Butler sobre una princesa siciliana escondida tras el nombre de Homero, que es la base de la novela de Graves.
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Clua y Arellano acentúan esta exaltación de virilidad y, puestos a buscar amor entre tanta violencia, otor­gan centralidad a una historia sin mujeres (la de Aquiles y Patroclo), decía en la crítica en papel. No son decisiones arbitrarias. Entre otras mil cosas, la Ilíada resume e idealiza el largo y sangriento enfrentamiento entre unas tribus arias de parvenus patriarcales, militarizados y bárbaros que llegaron como un elefante a la cacharrería de la cuenca oriental del Mediterráneo, donde encontraron una civilización ya antigua, con un sofisticado entramado comercial (o sea, dinero), unas estructuras sociales menos patriarcales y sistemas de creencias que culminaban en diosas-madre. Tampoco vayan a idealizarla, cualquier situación en la que uno no encuentre farmacias y juzgados de guardia es peor que la nuestra, pero frente a estos cabreros sanguinarios debía de parecer Suiza. Que se lo pregunten a Helena, que a lo mejor sólo hizo lo que hizo para ser utilizada por hombres que, al menos, se bañaran de vez en cuando. En fin, todo esto viene a subrayar que esta masculinidad desbordante del montaje no es un invento, sino que era característica esencial de estos aqueos preclásicos.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d5/Hector1-4225.jpg
Héctor, reprochando a Paris la que ha montado. Pierre Claude François Delorme.
Otra cosa es haber exaltado la historia de amor entre Aquiles y Patroclo, frente a la que da origen a todo el relato, la de Paris y Helena. A primera vista, me pareció que quizá se estaba exagerando un poco, pero puesto a pensar he caído en la cuenta de que es el único amor entre iguales que se encuentra en la historia. La autonomía de estas mujeres era tan escasa que, aún hoy, la entrada de la Wikipedia para Helena de Troya dice "fue seducida o raptada" por Paris. Seguramente, en la época la diferencia de concepto (que nos parece ahora monstruosa) no estaba bien definida. Tengan en cuenta que los raptos rituales de la novia se siguen practicando en muchos sitios y que esas ritualizaciones no hacen más que recordarnos los tiempos en los que la voluntad de la interesada no contaba en absoluto. Así que resulta que los únicos tortolitos de quien nos consta positivamente que estaban locos el uno por el otro son Aquiles y Patroclo, en una época en la que sangre, hierro y amor entre hombres no presentaban contradicción.
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¿Y que Lavi (creo que era Lavi, pero ahora no lo juraría) salga a escena como lo trajeron al mundo antes de que pase nada? ¿Hay términos medios en esto? O se pasa uno diez pueblos, como Pandur -ay, el pobre Pandur, muerto hace una semana de un infarto fulminante- y exhibe a Peris-Mencheta antes de que Inferno entre en harina o a todos antes de que arranque Hamlet... ¿o mejor ahorrárselo? Ante tanta ostentación de cuerpos jóvenes, la opción Pandur suponía desactivar la espoleta de la bomba: "hala, ya los han visto desnudos, ahora céntrense en la historia". El mismo efecto desmorbotizador de las playas nudistas. Por tanto, no enseñar (no enseñar más que el torso, quiero decir, porque en Ilíada los varones se quitan la camiseta en cuanto pueden) equivaldría a mantener esa tensión del posible (y, a veces, le parece al espectador, inminente) desnudo como un elemento más del montaje. El mejor ejemplo que conozco para sugerirles una analogía es Mundo macho, una pésima novela de Terenci Moix, en la que los musculados hombres de una civilización arcaica viven sin mujeres, atormentados por el deseo que sienten los unos por los otros y reprimidos por un tabú inmemorial y cruel que les prohíbe todo contacto. En resumen, hubiera entendido que los despelotara a todos al comienzo, pero lo de ese desnudo en último plano como de soslayo no terminé de entenderlo. Que lo luego se lo carguen desnudo en un alarde de violencia gratuita, eso sí se entiende. Acentúa su vulnerabilidad.
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Javier Ariano, encima, y Álvaro Quintana
¿Y que Aquiles y Patroclo sigan retozando en posición horizontal incluso después de su escena y mientras la siguiente se desarrolla en primer plano? Bueno, no molesta. Pero me está pasando algo mientras escribo esta entrada interminable. Me asalta la idea insistente de que cabía la posibilidad de hacer algo con las mujeres, aunque el texto les dé tan poca bola. No se me ocurre a mí, ya se le ha ocurrido a Arellano. De hecho, creo que la idea me ha rozado las neuronas al enlazar de forma inconsciente el cariño que une a los dos maromos y las inútiles súplicas de Andrómaca a un Héctor que pasa de ella bastante y que sólo piensa en ir a matarse con Aquiles y que, ya puestos, éste arrastre su cadáver alrededor de las murallas. Los dos hacen lo mismo: Patroclo y Héctor. Ir a dejarse matar. Pero qué diferencia su trato a la media naranja. Está en el montaje, pero se me antoja que podría estar más. Uso "antojar" adrede, porque esto de echar en falta cosas que al crítico le hubiera gustado ver es ridículo. Pero no es un reproche, es un simple comentario amable. Y se me está ocurriendo, también, que cabía la contraposición desnudo-a / vestido-a para simbolizar la condición de los sujetos que deseaban con libertad (ellos) y de los objetos que satisfacían los deseos ajenos (ellas). También hay algo de eso en el montaje (Héctor sin camiseta, Andrómaca cubierta), pero admitía desarrollo. Insisto: divago.
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Tanto el texto de Conejero para Odisea como el de Clua para Ilíada apenas se despegan del original, y creo que esa opción eliminaba de entrada la posibilidad de ser más que correctos. Ambos son correctos, así que han hecho todo lo que se podía. Esto de dónde termina el versionador y dónde comienza el autor es una cosa muy gaseosa en la que no hay límites trazados con tiralíneas (¿queda mucha gente que sepa lo que es un tiralíneas?), pero en mi opinión hubiera sido mejor escribir en el programa de mano "versión de" y no "de Guillem Clua" y "de Alberto Conejero". Eso rebajaría su responsabilidad y resaltaría su pericia. Tenemos muchisimos ejemplos del uso libre de las tramas y los personajes de la literatura griega (de Graves a Giraudoux, pasando por Miguel del Arco o el primer Rodrigo García), algunos muy recientes en la cartelera (Los atroces; Eterno Creón, que vuelve ahora al Galileo). El autor es íntegramente autor, pero se beneficia además del espesor que sus personajes ya traen puesto. Esto de La Joven Compañía incorpora -por supuesto; no verlo sería ceguera- la óptica de Clua y Conejero, pero no se despega de lo que llamamos Homero. En otras palabras: Hey boy hey girl es más Clua que Shakespeare, pero Ilíada es más Homero que Clua. Conejero escapa un poco más, con un cierto aire de cachondeíllo añadido. Alrededor de este párrafo revolotea Virgilio.
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Ilíada tiene un planteamiento escenográfico muy claro, simple y operativo de Silvia de Marta. Los que están fuera de escena esperan en las gradas de atrás, los que actúan se mueven sobre el giratorio circular en primer grado (es un resumen, claro). El mismo esquema de Sócrates, pero aquí se ha sabido explotar y no parece un monumento a la inmovilidad estéril. Las enormes proyecciones al fondo, con primerísimos planos de los intérpretes, ayudan a vestir la escena. La coreografía de los combates, de Andoni Larrabeiti es una maravilla. Suele ser un punto difícil de superar, con un extremo en la reconstrucción arqueológica (como hace a menudo la CNTC con el concurso de maestros de armas) y el otro en todo tipo de abstracciones. Ésta es de gran belleza plástica, con un punto de los cuadros estáticos de Matrix.



Me llamó la atención Javier Ariano en cuanto empezó a hablar. Esperaba menos papel para Patroclo pero, como decía en la Guía, se queda con el monólogo más hermoso. Una única interpretación es poco para juzgar, así que voy a intentar estar atento a lo que haga: esto lo borda. Se queda uno con las ganas de que siga hablando. Villazán me gusta mucho. Pensé que haría de Ulises tanto en Ilíada como en Odisea, porque da muy bien el papel de canalla simpático, una de las facetas que la tradición reconoce en el personaje, pero en la segunda lo pasan a Telémaco. Eso permite verlo en dos registros, y también rinde de muchachito (ya lo hacía en Hey boy). Las pocas frases de Lavi como Calcante delatan al buen actor de inmediato. María Romero parece estar a unos pocos centímetros de florecer como una espléndida actriz. Cristina Gallego y Katia Borlado cumplen, pero los respectivos papeles se me quedaron cortos para apreciarlas lo suficiente (Casandra es mi personaje favorito en toda la historia, hubo un tiempo en que se me llamó por ese nombre en algún lugar). Los protagonistas de la testosterona -Aquiles, Álvaro Quintana, a pesar de los arrumacos, y Agamenón, Juan Carlos Pertusa- están casi inmóviles en la ira y la bronca. Algo de contraste les hubiera sentado bien. Un poco más flexible el Menelao de Frendsa. Víctor de la Fuente -que tiene en contra un vestuario cuya intención es evidente, pero que no funciona- tiene buenos momentos, también en Odisea.
P.J.L. Domínguez
          
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