lunes, 16 de mayo de 2016

LA ROSA TATUADA

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Tennessee Williams (version de Vicente Molina Foix) Directora: Carme Portaceli Intérpretes: Jordi Collet, Roberto Enríquez, David Fernández "Fabu", Alba Flores, Gabriela Flores, Ignacio Jiménez, Aitana Sánchez-Gijon, Paloma Tabasco y Ana Vélez Duración: 1.45'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Aitana, perdida ahí en medio de un espacio descomunal y mal iluminado. Es un buen resumen de la función. Foto de David Ruano.
"No está mal, pero el texto es un poco aburrido". Comentario de un conocido que, dada su juventud, no ha visto aún mucho teatro. ¿Se imaginan el esfuerzo que hay que hacer para que un Tennessee Williams parezca "un poco aburrido"? De acuerdo, es posible que -frente al Tranvía, la Gata o la Noche de la iguana- sea una obra menor, pero un Williams menor es como un Velázquez menor o un Mozart menor. Miles de dramaturgos de todos los tiempos hubieran dado uno o dos dedos por firmar este texto "menor". Cualquiera con un poco más de experiencia que el joven citado les dirá lo que ocurre en el María Guerrero: una pieza estupenda demolida a conciencia por una dirección de escena que no da ni una en su sitio.

El error es de partida, y todo lo impregna. Enfrentado a este relato, uno debe decidir qué quiere hacer. En ese momento, como siempre les digo, todo es lícito. Habría pocas dudas respecto a que Williams pretendió escribir un drama realista, pero si el director de escena (directora en este caso) ve cualquier otra posibilidad, pues como si le da por montar un espectáculo de natación sincronizada: sólo la juzgaremos por los resultados (dejados aparte los militantes de purismos que ellos mismos inventan, indignados si Cervantes deja de ser Cervantes). Hay funciones a las que uno no les pilla el género hasta que pasa un bueeen rato, y eso es estupendo: es una especie de metasuspense. Estoy pensando en La omisión de la familia Coleman. Las hay incluso que repelen la etiqueta hasta después de vistas y bien rumiadas. Estoy pensando en Paseíllo (atentos, porque Hugo Pérez de la Pica está a punto de publicar los textos de ésa y de Donde mira el ruiseñor cuando cruje una rama). El director de escena juega en esos casos con un elemento más de sorpresa frente a los habituales (trama, etc.). El problema es que el batiburrillo no cuaje. Es la mayonesa que se corta: no hay emulsión, el huevo por aquí, el aceite por allá, el limón -cuyo cometido era añadir un puntito de alegría- se ha salido con la suya. Es como el escorpión del cuento de la rana, está en su naturaleza comportarse como un ácido, y los ácidos descomponen.

Es lo que le ha ocurrido a Portaceli con las gotas (bueno, chorros) de ácido chusco que ha querido verter en el drama realista. Los detalles "puntuales", como se dice ahora, son bastante horrorosos: el tipo cantando micrófono en mano (¡Aaaarrrgggh! ¡Micrófonos! ¡La peste de la temporada 2015-2016!); la caracterización y enfoque interpretativo del travestón... Pero es aún peor que ese deslizamiento aceitoso hacia la comedia (e incluso hacia la farsa) esté más insidiosa y pertinazmente presente en, por ejemplo, las vecinas, que lejos de torcidas y entrometidas casi terminan por parecer malos entrañables de Disney (¿los buitres de El libro de la selva? ¿había buitres en El libro de la selva? ¿o me estoy confundiendo con Las urracas parlanchinas?). Los mecanismos de causa y efecto en este tipo de desajustes son difíciles de establecer, pero yo diría que el jaleo de género es lo que subyace incluso en errores tan puramente visuales, y aparentemente inocentes en su torpeza, como el botellero que baja y sube desde el peine justo cuando hace falta (y que provoca que los espectadores intercambien miradas de estupor, porque es casi La mansión de los Plaff) o el desastre de iluminación que firma alguien habitualmente tan competente como Yagüe

Aquí viene al pelo lo de "aparentemente inocentes en su torpeza", porque Yagüe no es ni torpe ni inocente y, sin embargo, el efecto combinado del escenario mantenido durante minutos y más minutos completamente iluminado (casi parece luz de ensayo, "sólo faltan los fluorescentes" me decía un amigo) y la escenografía desparramada es mortal de necesidad. Me explico. La escenografía lo sacrifica todo a una feliz idea: la función se abre con una casita plantada en medio. La acción se desarrolla ante la casa de Rosa. Cuando hay que pasar al interior, las tres fachadas (frontal y laterales) se abaten sobre el escenario. Como llevaban el mobiliario fijado en su interior, encontramos ya todo dispuesto en su sitio. Cómo cargarse cualquier posibilidad de funcionalidad escenográfica por mantener un único efecto inicial (que será más o menos espectacular, pero que dramatúrgicamente no aporta nada, porque se malgasta demasiado pronto). 


Afortunadamente, encuentro en la red un par de fotos ilustrativas (que deben de corresponder a los ensayos), porque me temo que todo esto no es fácil de entender. En la primera, tienen la casita montada: no es el aspecto final, que incluye la proyección de las palmeras que pueden entrever en la foto de arriba del todo (y que también aportan más o menos nada; inefables los pajarracos mal animados). La segunda, reproduce la fachada izquierda (cuando es el espectador el que mira) a medio bajar. Por una feliz circunstancia, sale hasta el botellero mencionado.

Cuando los tres frentes caen, el efecto final es el de un escenario abierto a todos los vientos, con las paredes laterales a la vista. Ya que estamos, y que tenemos esta especie de enorme solar con los muebles plantados aquí y allá sin concierto, abonemos el desorden haciendo que todo el mundo entre y salga por cualquier parte: laterales, foro y pasillo de platea. Dicen los créditos del programa de mano que había una asesora de movimiento.


Ah, una cosa más. ¿Han visto lo que han hecho los del fútbol ahora que los datos están siempre a mano? Nos machacan con datos estadísticos del tipo "es la tercera vez desde 1972 que el Albacete mete un segundo gol antes del minuto diecisiete jugando con un equipo que no empiece por A". Estomagante. Si nos pusiéramos en ese plan y analizáramos estadísticamente las ubicaciones de los intérpretes en los teatros, comprobaríamos que, trazada una línea imaginaria paralela a la corbata y que dividiera en dos el escenario, es mucho mayor el tiempo que pasan en la parte delantera (la más cercana al espectador) que en la parte trasera. En La rosa tatuada, no. En La rosa tatuada hay muchas cosas que ocurren allá lejos, hacia Cuenca.

Recapitulemos. Un enorme espacio desordenado que se extiende de pared a pared del escenario del María Guerrero; entradas y salidas desde todas partes; mucha luz durante mucho tiempo; acción desplazada a menudo al segundo o tercer término. Resultado: actores y actrices perdidos en el hiperespacio. Si suman botellero, micrófono, travestón vociferante, vecinas desubicadas... comenzarán a pensar que la función es un desastre. Digamos que se queda a un centímetro.
* * *
Gracias a los protagonistas. En primer lugar, como todo el mundo ha dicho, gracias a Roberto Enríquez (les dejo los enlaces a Málaga y Fausto). Su personaje es la carnalidad, la vida, el oxígeno que penetra en el ambiente enrarecido de esa casa donde se veneran las cenizas del macho muerto. Con sus lastres a cuestas, claro está, no esperen encontrar un personaje unidimensional en Williams. Enríquez está coherente y entregado en todo el arco de la bronca, el abatimiento, la ilusión... Cada vez que abre la boca eleva el tono de la función y apuntala el trabajo de Aitana Sánchez-Gijón.

También ella contribuye a evitar el desastre, aunque en distinta medida, porque lo suyo era más difícil. Me explico. Toda la función pasa por dentro del personaje de Rosa. No ocurre prácticamente nada más que lo que ocurre en su fuero interno. La rosa tatuada es la historia de la evolución de Rosa. Este trabajo de sostén de la función tiene que realizarlo la actriz desvalida en medio de esos espacios desolados descritos más arriba. Tiene que mostrar las tripas fuera sin que la arrope el mínimo recogimiento escenográfico o de iluminación. Pocas veces encuentra uno una foto que ilustra a la perfección lo que quiere decir, pero el blog de EINA me ha dado varias alegrías. Aquí tienen una:



Un detalle que puede parecer nimio, pero que considero ilustrativo: la camiseta de Enríquez está atrezada para simular el sudor del camionero. Sin embargo, el camisón de ella, que se supone no se quita desde hace dias, está inmaculado y parece recién planchado. Vamos, que no parece que nadie haya ayudado mucho a la actriz. Me remito, para disculpar cierta frialdad, cierta escasez de llamas en este personaje todo fuego, a la Medea que Lima supo recientemente hacer bramar en el barro o -incluso- al minuto de oro que logra aquí, cuando grita fuera de sí a su rival en el pasillo del patio de butacas (digamos entre paréntesis que esa ubicación funciona raramente, pero que esta vez deja al público hipnotizado). En resumen, rinde lo suficiente, sobre todo en las escenas con Enríquez -y con su hija-, como para salvar la representación, pero Portaceli no ha sabido ponerla en el lugar adecuado para aprovecharla a fondo.

Muy bien Ignacio Jiménez. Lleva camino de convertirse en un actor fenomenal, estaría bien verlo en algún papel que trascienda ese fisico de muchacho formalito. Alba Flores tiene momentos convincentes y otros más planos. Los demás están demasiado absorbidos por el desbarajuste como para juzgarlos.
P.J.L. Domínguez
          
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