viernes, 16 de septiembre de 2016

INCENDIOS

Sala: Teatro de la Abadía Autor: Wajdi Mouawad Director: Mario Gas Intérpretes: Ramón Barea, Álex García, Carlota Olcina, Alberto Iglesias, Laia Marull, Edu Soto, Nuria Espert y Lucía Barrado Duración: Primera parte: 1.20' Entreacto: 25' Segunda parte: 1.30'
Información práctica (el enlace no operativo puede significar que no está en cartel)


Soto, Barrado, García, Espert, Olcina, Marull, Iglesias y Barea.

El resumen que colgué aquí el pasado 16 de septiembre tenía sólo cuatro palabras:

CORRAN A COMPRAR ENTRADAS


Pues bien, esto que me pongo a escribir ahora tiene que reproducir el mismo encabezamiento, porque ayer se anunció que Incendios se repone esta misma temporada, del 21 de junio al 16 de julio. Si se les ha pasado a la primera, espabilen para la segunda: ya están las entradas a la venta, y supongo que volarán.

Esto fue lo que publiqué en la Guía del Ocio:

Esta historia sobre la sinrazón de la violencia nos la han contado mil veces, pero pocas nos la han contado tan bien. Incendios, incorporada desde su estreno en 2003 al repertorio internacional, resalta la pequeñez de otros intentos, recibidos entre nubes de incienso, que no le llegan a la suela. Mouawad entrelaza el horror de la violencia colectiva con el horror de la violencia familiar y actualiza la tragedia griega -que tanto nos gusta imaginar como inicio de nuestro teatro- con idéntica simplicidad espeluznante. Y lo hace con un enorme talento en la construcción de los diálogos y la sucesión de escenas. El ir y venir del presente al pasado desvela gradualmente la magnitud del espantoso final que todo lo explica.

    Gas ha puesto en pie una versión que nada tiene que envidiar a la que dirigió el autor y visitó el Teatro Español en 2008. Si no me engaña la memoria, diría que incluso mejor hilada. Tres horas largas con el espectador atrapado y en vilo. La escenografía de Fillion, Ramos y Luna y las interpretaciones se ubican en esa misma simplicidad que remite a los orígenes, exceptuado el leve histrionismo –necesario- del monstruo. Es muy difícil elegir entre todo esto, pero al lado de la excelencia esperable (Espert, Barea) me quedo con la modestia de Carlota Olcina. Aunque todos están impecables. Gran función.

Ya que estamos, les voy a copiar la crítica de 2008:

Teatro convencional hecho con la inteligencia de quien sabe lo que ha ocurrido desde que el teatro de texto es sólo una opción más. Sustentado sobre un tema literario también conocido: la muerte de alguien empuja a sus descendientes a escarbar en el pasado. El relato avanza en un caos de piezas que no encajan, presentadas en flash-back a medida que las pesquisas de los vivos iluminan la horrenda peripecia de los muertos. Hasta que al final –ultimísimos minutos- el horror contingente desemboca en el puro horror arquetípico. No diremos más para no destripar nada; sólo que la crítica a la violencia se eleva al lamento cósmico propio de la tragedia griega.

    Antes, Mouawad ha construido un mosaico sin desperdicio de las actitudes humanas frente a lo inevitable. Por ejemplo, el breve parlamento con el que la protagonista convence a su amiga del alma de lo absurdo de responder a la violencia ciega con la misma moneda da sopas con honda a ese monumento a la vacuidad que Mayorga ha estrenado entre nubes de incienso (que yo sepa, sólo Savater se ha atrevido a decirlo, por más que me fastidie coincidir con él). Para caer a su vez en el remolino de la sangre que llama a la sangre, que acaba de condenar y al que se condena. Sin dosis masticables de material ideológico, el espectador ve y juzga.

    Le parece a uno que ha oído esta historia muchas veces pero que pocas se la han contado tan bien. Me recuerda en ese sentido, mutatis mutandis, a Baricco. Obviedad final: es muy difícil que quien no conoce en propia carne lo que es ser otro discurra con lucidez sobre estas cosas de identidad, violencia y sufrimiento. Mouawad es libanés (otro por antonomasia) y trabaja con quebequeses (los otros entre los norteamericanos blancos). Ninguna casualidad. 

Y algunas cosillas de propina:

1.- A distancia de ocho años, escribí otra vez eso de que la historia nos la han contado muchas veces, pero pocas así de bien. Eso prueba, en primer lugar, que el cerebro almacena mucho más de lo que imaginamos, pero se debe también a que, en ambos, casos, Incendios había ido precedida por funciones ubicadas en terrenos próximos que no son dignas de atarle los cordones de los zapatos. En 2008, por La paz perpetua de Mayorga. Una banalidad. En 2016, por Tierra del fuego de Mario Diament. Resulta -ya ni me acordaba- que en la crítica de esta última saltaba Incendios: "Salí con la intensa sensación de que alguien había intentado escribir Incendies explicada a los niños. Incendies más corta, más fácil, más sosa." Y no tenía ni idea de que estuviera programada (o no era consciente, absorbo todos los días toneladas de información sobre estrenos y programaciones, críticas de espectáculos, entrevistas a todo Blas, noticias sobre política cultural... y se me acaba formando un magma del que a veces emergen datos aislados, como esas burbujas que hacen plop en las sopas de lava o los pantanos tenebrosos de las pelis de serie B).

Circula aún La mirada del otro, que se ha exhibido en Colombia coincidiendo con el referéndum. Ya saben: los colombianos aceptan comentarios sobre la violencia, siempre y cuando sea la nuestra y no la suya. Nosotros los aceptamos siempre y cuando sea la de Oriente Próximo y no la nuestra. Etcétera. Bienvenidas sean las reflexiones, aunque sea por la vía del reflejo en el espejo ajeno (¿han pillado el juego de palabras?). La mirada del otro tiene la valentía de hablar aquí de nuestra violencia, aunque no puedo decirles nada, porque no pude verla. Ahora mismo hay otra violencia ajena -Masked, en los Luchana- que aún no he podido ver.

En resumen, Incendios es una magna obra sobre la violencia política, a la altura -lo ha dicho todo el mundo desde su estreno- de los modelos griegos. El monólogo citado en mi crítica de 2008 (aquí es Laia Marull la que explica a Lucía Barrado que la venganza sólo llevará a la perpetuación de la espiral del horror) está a la altura de los grandes trágicos. Tuve una superposición momentánea de Katharine Hepburn en Las troyanas, versión Cacoyannis. Como en (casi) todas las grandes obras, no hace falta que nadie nos explique las cosas como si fuéramos tontos. Lo que ocurre lo explica todo. 

2.- Usé la palabra "caos" en 2008. Es cierto que una gran parte de la función es un rompecabezas que sólo se resuelve al final, pero mi sensación es muchísimo más ordenada en la versión de Gas, que avanza paso a paso sin que uno tenga la menor sensación de avanzar por terreno incomprensible. Pero no se fíen en exceso de la memoria, ni de la mía ni de la de nadie.

3.- Sorprendente coincidencia de duración. La versión del autor en 2008 duraba tres horas diez, con veinte minutos de entreacto. Esta de Gas, tres horas quince con veinticinco minutos de entreacto. Datos, obviamente, de las funciones a las que asistí. O sea: dos horas cincuenta clavadas en ambos casos. Es rarísimo que haya semejante coincidencia en una duración tan larga. Quiere decir, nada menos, que la percepción temporal de Gas ha sido idéntica a la de Mouawad, algo muy infrecuente.

4.- Ocurre a veces que todo va tan bien que los miembros del elenco se transmiten una especie de fluido vital que recorre la escena y que los coloca a todos en un nirvana interpretativo. Son esas raras ocasiones en las que nadie desentona en un grupo numeroso. El aura ha cubierto hasta a quien tenía, probablemente, el cometido más ingrato de todos: sacar adelante seis papeles, a cual más corto. Alberto Iglesias sale del paso con nota. Tiene, afortunadamente, un papel en el que resarcirse de tanto salto de la rana; breve, pero intenso y fundamental, porque es el que revela el gran dato oculto. No era fácil hacerlo creíble (y más difícil si ya te has cambiado seis veces de ropa y personalidad. Creí, cuando Sócrates, que quizá tenía con él uno de esas incompatibilidades de sensibilidad que de repente te descubres frente a un intérprete, incomprensibles e irremediables, pero no es así. Está aquí estupendo.

Soy admirador de Edu Soto (aquí tienen las entradas del blog que le mencionan). Sólo una cosa, para los directores de escena que me leen. De acuerdo, borda este registro pasado de rosca, histriónico, el del monstruo. Pero no olviden que tiene otros igualmente excelentes. 

Por lo que veo aquí, Carlota Olcina ha hecho teatro en catalán. No la he visto, pero me encantará verla otra vez. Barea... Barea for president. Lo que Álex García puede hacer se apreció en el Dani y Roberta de Gual. Luego estuvo en Los hijos de Kennedy de Pou, una función fallida, y más tarde en aquel inefable El burlador de Sevilla de Facal. Ahora repite oportunidad de lucimiento y la aprovecha. Un tipo joven y guapo, boxeador, el duro que se opone a las intenciones de su hermana de investigar el pasado familiar y que muestra su resentimiento contra la madre muerta... terreno abonado para una actuación extra-energética como la que les pidió Facal. Afortunadamente, no es el caso. Está exactamente en su lugar insolente y retador, y también cuando le llega el turno de destrozarse por dentro.

Espert. Les voy a decir algo. No a todo el mundo le gusta la Espert en la profesión. Para gustos se hicieron los colores, claro está, y hasta San Francisco de Asís y Graham Bell tienen detractores. Le suelen reprochar un leve soniquete que a veces se percibe en su prosodia. A mí (y a otros varios millones más) no me ha molestado nunca, me parece que lo dosifica perfectamente. Estaba en La loba -donde el personaje podía hablar así sin la menor duda-, no había ni rastro en La violación de Lucrecia -donde hubiera sido absurdo-. Por hablar de lo último que le he visto, que me perdí Lear. En fin, que pasen por La Abadía todos los que alguna vez han encontrado excesiva esa pronunciación cantarina, que a la salida se van a apuntar en masa al club de fans más cercano. Sólo voy a señalar un momento. Espert tiene que oír algo horrendo. Si aún no la han visto, estén atentos cuando asiste a la deposición del criminal de guerra ante el tribunal. Lo que Gas y ella han urdido tiene la grandeza de la sublimación trágica. Y no afloja ni un solo segundo de los que pasa en el escenario. Espert, que nos dure.


5.- Los amontoné en la crítica en papel, pero Carl Fillion es el escenógrafo, Felipe Ramos el iluminador y Álvaro Luna el autor del vídeo. La escenografía se limita a una superficie vertical situada en el centro del escenario y a dos suelos de arena a uno y otro lado. Ven ese paramento vertical, con su puerta, en la foto. El vídeo se proyecta exclusivamente ahí, y no puedo explicar el rendimiento obtenido con esa operación. El escenario es mil lugares distintos. Hay escenas que se producen simultáneamente, éstos en el presente y aquéllos en el pasado, y -como ven también en la foto- necesidades de iluminación que coexisten con las proyecciones. O sea, que Fillion, Ramos y Luna se han tenido que comportar como un monstruo de tres cabezas para parir entre los tres un único objeto multiforme. Bingo. Auguro premios.

Estaba convencido de haber escrito en la crítica en papel "gran versión en la que casi no sobra nada", pero resulta que esa frase no sale. A veces tengo que andar recortando, y desapareció ese "casi". Se refería a la música. Aunque uno de los grandes momentos de la función es musical -Soto cantando Mother- en general, despista. No quise concentrarme en recordar los cortes que se iban sucediendo, pero la sucesión de estilos es incoherente y hace exactamente lo que la música no debe hacer: distraer la atención del espectador hacia el "¿qué es eso que suena?".

Saquen entradas para junio.
P.J.L. Domínguez

          

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