lunes, 31 de octubre de 2016

EL PERRO DEL HORTELANO

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Lope de Vega (versión de Álvaro Tato) Directora: Helena Pimenta Intérpretes: Rafa Castejón, Joaquín Notario, Marta Poveda, Álvaro de Juan, Óscar Zafra, Nuria Gallardo, Alba Enríquez, Natalia Huarte, Paco Rojas, Egoitz Sánchez, Pedro Almagro, Alfredo Noval, Alberto Ferrero y Fernando Conde (piano: Olesya Tutova)  Duración: 1.50'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


Tiene narices que, de todas las que encuentro por ahí, la foto que más idea da de la
 escenografía sea precisamente la de los árboles horrendos y el peor vestido de la función. En fin.

No está mal. Mejor dicho: está bastante bien. Pero no a la altura esperable. Un montaje de El perro del hortelano dirigido por Helena Pimenta tiene dos términos de comparación insoslayables: la película de Pilar Miró y La vida es sueño de la propia Pimenta. Ya estará alguien pensando que las comparaciones son odiosas. Es un lugar común casi siempre malinterpretado. Son odiosas para el comparado. Si alguien me compara a mí con -pongamos por caso- García Garzón y dice que él es mucho más ponderado, a mí la cosa me puede resultar odiosa. Pero al resto de la humanidad le parece un juicio por comparación, que es como lo conocemos todo. Los seres humanos conocemos por comparación desde un bocadillo de calamares hasta el amor verdadero. La Pimenta jugaba aquí, en primer lugar, contra sí misma: es muy duro haber dirigido una Vida es sueño que, probablemente, se convertirá en la referencia canónica para una generación. La vida es así, como diría un filósofo de trece años que conozco. Si yo voy mañana a un karaoke y lo hago bien, oiré a mis amigos decir toda la vida lo bien que canto. Si va Frank Sinatra redivivo y hace lo mismo que he hecho yo, le tiran tomates. Nadie juzga con el mismo metro al Real Madrid y al Deportivo Villaconejos. Este Perro del hortelano no hace honor a Pimenta, y creo que decir esto la deja mejor que cantar sus alabanzas.

Además, está la también inevitable comparación con la peli. Una película en la que Miró dejó dejó patente que la indiferencia de nuestro cine por los textos clásicos es inexplicable, y no me hagan explayarme sobre Kenneth Branagh. Tampoco sale bien parada esta versión escénica con esa comparación.

* * *
Hay aciertos, claro está. Yo también oí el marivaudage
puesto de relieve por la ambientación dieciochesca y agradezco que Garzón lo haya mencionado, porque lo atribuí a mi tendencia excesiva a encontrar relaciones de todo con todo. Es uno de los destellos interesantes de la propuesta, como el brillo de un cristal que gira y que refleja, en un instante, una luz inesperada. Como a él, a mí también se me antojó la escenografía de Sánchez Cuerda un eco luminoso de otra caja, aquella dramática: la de La vida es sueño; otro reflejo interesante. Marta Poveda (Donde no hay agravios no hay celos, La verdad sospechosa) está magnífica (la tienen en la foto). Siempre me lo parece, tengo debilidad por ella. "Llena la escena, la ilumina con una fuerte y hermosa energía", ha dicho Villán, y estoy de acuerdo. Pero ha dicho también que "habrá de redondear una voz que no la favorece demasiado". Por Dios, que no se le ocurra redondear nada. Esa voz, a veces deliciosamente quebrada, es una de sus grandes bazas. Poveda no gusta a todo el mundo, yo creo que por algo que el mismo Villán parece rozar cuando menciona su "tendencia involuntaria a la anulación del contrario". Creo que no eso. Creo que Poveda es una de esas grandes intérpretes que se llevan siempre el agua de cualquier función al molino de su propio estilo. Y hace bien, porque lo hace bien. Castejón, sin tacha. Hay que tener mucho cuajo para estar en tu sitio al lado del volcán Poveda. Para terminar esta lista de aciertos, el que más me gustó: la escena de Tristán engañando como a un chino al Conde Ludovico. Claro, el conde es Fernando Conde (no es un juego de palabras), y eso ayuda mucho. Está muy bien planteada, muy bien encajada, muy bien dirigida, y es de lo más difícil de la pieza. Donde mejor se integra Notario, me pareció.
* * *
Pero la función tiene demasiados peros para poder decir que es una gran función. Aquí tienen una lista de lo que, a mi modesto entender, no se sostiene:

* La sobreactuación. Esto es lo peor, con diferencia. Menciona Villán "los primeros minutos un poco crispados" y yo creo que se queda muy corto. Los primeros minutos son insufribles, con todo el mundo fuera de quicio, como si comenzara una farsa. La cosa se apacigua en cuanto se quedan solos Poveda y Castejón, pero el tic reaparece por aquí y por allá. En este mismo apartado incluiría los repetidos mohínes de desaprobación de Anarda. Nuria Gallardo clava el estilo, pero -lamentablemente- es el estilo de un género distinto al que la puesta en escena parece pretender.

* Notario. Actor indiscutible (aquí tienen lo que dije respecto a El alcalde de Zalamea), pero error de casting, no le cuadra el papel. ¿No hay papeles pequeños? Es posible que esa frase se aproxime bastante a la verdad. Pero, ¿y si el actor es demasiado grande? Permítanme la boutade: ¿y si es hasta físicamente demasiado grande para el papel? ¿Puede un intérprete dar el tipo para Don Lope y también para Tristán? Pues tengo mis dudas. Dudas, y no certezas, porque llega a veces alguien que se ha pasado la vida en una cosa y de pronto hace otra en las antípodas y nos noquea, pero me parece que son pocas excepciones a la regla general de que o das el tipo o no lo das. Que se lo digan a los directores de casting, que viven exactamente de esto. Como decía el otro dia hablando de La mentira, nada de esto va con Notario, que no es responsable de que lo coloquen donde no le corresponde.

* El amor. No, no tengo nada contra el amor (bueno, según, todos tenemos días malos), pero deben saber que en esta función hay un personaje mudo que se pasea por el escenario en medio de la acción y que -como lleva los ojos vendados- todos identificamos con la personificación del sentimiento. Uno de los pocos símbolos que seguimos pillando al vuelo como si fuéramos público barroco. No vean lo que estorba. Además, es uno de esos añadidos que, tan frecuentemente, minusvaloran al espectador. Ya nos damos cuenta de cuándo está el amor en el aire, no hace falta verlo. He hablado de esta función con bastante gente. Les diré, en honor a la verdad, que la mayoría tiene una opinión general mejor que la mía, pero en esto del personaje mudo he cosechado un general rechazo. 

* Los árboles. Esos árboles que ven en la imagen de arriba son una foto digna de la pared de uno de esos establecimientos franquiciados que venden helado o café. Horrorosos. No entiendo cómo se han podido quedar ahí sin que nadie haya advertido el espantoso efecto plastiqué. 

* Los pétalos. No tengo nada en contra de la reutilización de un recurso visto miles de veces, las buenas ideas funcionarán en el escenario hasta el fin de los tiempos. Me refiero a la lluvia de pétalos. Pero es que está metido con calzador y subrayando lo que menos se espera uno que se subraye: un momento sin demasiado relieve de la trama secundaria. Pasmo general, me pareció.

* Último apartado para algunos elementos que no llevan mal camino pero se salen en una curva. El vestuario funciona, pero no falta alguna pieza simplemente fea (como el vestido ese ya mencionado en el pie de foto más arriba o el curioso atavío de Amor). La aparición de las máscaras, mejor olvidarla. Otro disparo en la línea de flotación de la dignidad del montaje. Resulta que salen enmascarados a la veneciana y se ponen a bailar a... ¡Piazzola! Hasta ese momento, la música (un piano en off) ayudaba, pero ahí alguien parece haber perdido el oremus.  
* * *
En fin, vuelvo al comienzo: es una bonita versión, el espectáculo se deja ver, pero yo no encuentro por ninguna parte la gran función que se podía esperar.
P.J.L. Domínguez

          

domingo, 16 de octubre de 2016

LA VILLANA DE GETAFE

Sala: Teatro de la Comedia Autor: Lope de Vega (versión de Yolanda Pallín) Director: Roberto Cerdá Intérpretes: Ariana Martínez, Mikel Aróstegui, Marçal Bayona, Raquel Varela, Paula Iwasaki, Carlos Serrano, José Fernández, Almagro San Miguel, Alejandro Pau, Migual Ángel Amor, Loreto Mauleón, Nives Soria, Marina Mulet, Alfredo Noval, Pablo Béjar, Sergio Otegui y Pepa Pedroche Pla Duración: 2.00'
La función ya no está en cartel


No encuentro foto que idea de la escenografía. Es Paula Iwasaki.

Quinta entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada (empecé con ésta que les enlazo, a veces me asalta la idea de que dedico a todo esto un esfuerzo digno de mejor causa).

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La villana de Getafe, ni mucha pena ni mucha gloria. Un montaje correcto, pasado de rosca en algunas cosillas: la sobrexplotación del truco escenográfico (unas perforaciones en el panel frontal que, con la proyección adecuada, se convertían en automóvil); las escenas subidas de tono (perdonen la expresión trasnochada, no sé cómo decirlo) en pantomima en el segundo piso del edificio representado en escena, con un tratamiento tirando a vanguardia que desentonaba con el resto; el recurso a... ¿los porros?... ahora no recuerdo si fumaban o esnifaban, pero algo de eso hacían demasiadas veces. En fin, un abuso de los excesos energéticos que parecen obligados siempre que se quiere subrayar la juventud del montaje y que, sorprendentemente, casi siempre le quedan bien a la Joven Compañía (la otra) y casi nunca a nadie más. Todo es licito, pero la juventud puede demostrarse por muchas otras vías. La más simple de todas, la simple apariencia. ¿Algo más obscena y aparatosamente evidente que la juventud para los que nos deslizamos ya por la pendiente con cierta rapidez?


Tampoco vayan a pensar que la función fuera horrible. Pasé un  buen rato (cosa que, últimamente, no puedo decir a menudo). Estaban Pepa Pedroche y Sergio Otegui, dos de mis debilidades. Y, además, conocí tres estupendos intérpretes jóvenes. Ése es el motivo de que me haya pasado todo este tiempo acarreando el programa de mano en la mochila: no quería dejar de mencionarlos.

Muy bien Ariana Martínez como Doña Ana (la tienen en la foto, aquí a la izquierda). Creo que tuvo la mala suerte de quedar un poco desdibujada en la percepción general por tocarle una protagonista (la siguiente que mencionaré) que se llevó, muy merecidamente, las alabanzas. Pero me pareció encantadora en la impostación y el amaneramiento de la superpijorrotona, imponiéndose a un vestuario que no cualquiera sabría habitar. Un poco Kirsten Dunst en María Antonieta, pero en borde. 

Paula Iwasaki se llevó, les decía, todos los elogios como Inés, y bien estuvieron los elogios. Suelta, madura... muy cabal dijo García Garzón, creo que queriendo dar a entender lo mismo: una actriz ya hecha. Tiene papel en El perro del hortelano que se estrena esta semana, ya les contaré.


Carlos Serrano
Aunque motivo de alegría, no es extraordinario que dos jóvenes actrices demuestren su buen hacer en sendos papeles protagónicos. Más raro resulta lo de Carlos Serrano, que -me parece a mí- consiguió llamar la atención en una parte cortita. Eso es saber pisar un escenario. Siempre les digo que es muy díficil, o directamente imposible, juzgar a un actor la primera vez que uno lo ve, pero no creo equivocarme con éste. Qué aplomo, qué manera de moverse y decir las cosas como si fuera el centro de la función. ¿Exagero? Pues no lo sé, pero han pasado casi cinco meses y tengo el recuerdo bien fresco. La joven hace una Fuente Ovejuna esta temporada, pero aún no han publicado el elenco. A ver si aparece, por ahí o por donde sea. En la foto está en el papel de la función, el de Hernando. 

[Un segundo antes de colgar esta crítica, las campanillas resuenan en mi memoria, y caigo de golpe en que ya me gustaron Ariana Martínez en el Don Juan Tenorio de la Portillo y Carlos Serrano en El loco de los balcones de Tambascio, y ya era complicado gustar en aquellos dos engendros. Lo que viene a corroborar que el talento, como la inteligencia, es una de las cosas más difíciles de ocultar]

Quédense con los tres nombres.
P.J.L. Domínguez

          

sábado, 15 de octubre de 2016

RAGAZZO

Sala: Teatro del barrio Autora y directora: Lali Álvarez Garriga Intérprete: Oriol Pla Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


La foto no es del Teatro del Barrio, pero nos sirve.
Oriol Pla, un actor excelente. Y, jovencísimo, creo que tiene 23 años, así que estén atentos por si se lo cruzan. Quizá bien dirigido. ¿Por qué digo "quizá"? Porque en esto del buen resultado de la interpretación, nunca se sabe, a no ser que uno conozca bien a intérprete y director, cómo se reparten los méritos entre uno y otro. Y la pieza está tan, pero tan mal dirigida, que se hace cuesta arriba pensar que quien yerra tanto en la dirección general acierte tanto en la dirección del actor. Pero puede ser.

El texto es infumable. Cargado de buenas intenciones, pero infumable. No haría falta repetirlo, pero como siempre puede llegar algún despistado, voy a repetir una perogrullada: decir que este texto es infumable no equivale, en modo alguno, a opinar que los asesinos de Carlo Giuliani hicieron muy bien en pegarle un tiro. Sería como pensar que quien adora E.T. está convencido de la existencia de la inteligencia extraterrestre o que quien abomina de Bob Dylan (de moda estos días) aborrece a los judíos. Confundir la gimnasia con la magnesia. Así que, otra vez por si acaso -que vivimos tiempos de mucha confusión- quede claro que me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora un crimen horrendo. 

Dicho esto, el texto del monólogo también me parece horrendo. Banal, previsible, estirado como un chicle para que un material que daría quizá para cincuenta y cinco minutos acabe durando ochenta larguísimos. Además, está dirigido con torpeza. Les dejo el enlace a la opinión de Ordóñez, que es exactamente la contraria, pero les invito a que se pasen a verla e intenten separar en su percepción la simpatía por la víctima y la admiración por el actor, de la calidad de la pieza. Ya me contarán.
P.J.L. Domínguez

          

jueves, 13 de octubre de 2016

LA MENTIRA

Sala: Teatro Maravillas Autor: Florian Zeller (versión de David Serrano) Director: Claudio Tolcachir Intérpretes: Carlos Hipólito, Natalia Millán, Armando del Río y Mapi Sagaseta Duración: 1.20' 
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Encuentro la foto en el twitter de Atención, obras
La crítica de una función que habla de la verdad y la mentira sólo puede ser encabezada por la madre de todas las citas en esta cuestión. Es de Voltaire y aparece en una carta a Thiriot del 21 de octubre de 1736. Si algo cultivaban las élites francesas del XVIII -aparte de la opresión del prójimo y el lujo sin medida- era el estilo epistolar.

Le mensonge n'est un vice que quand il fait du mal; c'est une très grande vertu, quand il fait du bien. Soyez donc plus vertuex que jamais. Il faut mentir comme un diable, non pas timidement, non pas pour un temps mais hardiment et toujours.

(no se fíen mucho, que la traducción es mía)

La mentira sólo es un vicio cuando hace el mal; es una muy gran virtud cuando hace el bien. Sed pues más virtuoso que nunca. Hay que mentir como un diablo, no tímidamente, no por un tiempo, sino osadamente y siempre.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 Florian Zeller debe de ser el autor francés vivo más representado fuera de Francia. José Carlos Plaza y Héctor Alterio traerán al Bellas Artes este mismo mes El padre, su obra más premiada. Flotats montó en 2012 La verdad, una pieza que –ya desde el título- hace juego con La mentira, como dos candelabros en la repisa de la misma chimenea. Aquélla quizá más juguetona, ésta a lo mejor un pelín más reflexiva; ambas centradas en los puntos tangenciales y las intersecciones entre la sinceridad y la hipocresía, un despliegue de esprit francés sobre un asunto –el amor y el engaño- que fascina a nuestros vecinos del norte por lo menos desde el XVIII.


    La mentira amontona réplicas ingeniosas, usa con habilidad el contraste entre lo que los personajes dicen y lo que sabemos que piensan, está escrita para funcionar con la mecánica de la risa. Sin embargo, Tolcachir no ha optado por la carcajada constante, sino por un humor más sosegado. No por ello es la función carece de ritmo; avanza con decisión y procura un buen rato. Es posible que Carlos Hipólito y Natalia Millán hubieran dominado también esa alternancia constante de frase y risotada del público que es prácticamente un subgénero –el que termina provocando dolor en las costillas- pero se desenvuelven perfectamente en un registro que ha querido escorarse hacia la alta comedia.

Y lo que no cabía allí:

1.- Voy a soltarlo cuanto antes. La crítica en papel mencionaba sólo a la pareja protagonista: Hipólito y Millán. Siempre estupendos. No pío de la otra, porque esto que voy a decir no puede condensarse en el espacio del que allí dispongo, so pena de herir injustificadamente. Mapi Sagaseta es un error de casting. La culpa no es suya, sino de quien la eligió. Me explico. Mencionemos una actriz indiscutible. La Espert, que está demostrándolo otra vez todas las tardes en la Abadía. ¿Podría interpretar a Heidi? No, no podría. Es una reducción al absurdo, ya lo saben ustedes que son muy espabilados. ¿Quién es su tenor favorito? ¿Domingo, Kraus, Carreras, Pavarotti...? Da igual, todos patinaban cuando se ponían a cantar repertorio popular. Por un motivo muy simple: la técnica del bel canto les impedía radicalmente adoptar el estilo que exige un tango o lo que fuera. En fin, no seguiré diciendo tonterías. Este papel no era para Sagaseta que, entre otras cosas, compone una pareja completamente in-ve-ro-sí-mil con Armando del Río. La entrada de ambos es estrepitosamente turbadora, saca al espectador de la ficción de golpe. Cuanto más se achuchan más salta a los ojos la ausencia de lo que suele llamarse química (estomagante metáfora, pero seguro que la entienden). Esto no quiere decir que sea una actriz buena, mala o regular, no es fácil saberlo tras verla en el Maravillas. Yo diría que las coloca bastante bien, pero no soy capaz de asegurarlo. Por cierto, vi a Armando del Río en la reposición de la versión dirigida por Mariano de Paco de Danny y Roberta en la Mirador, y estaba estupendo. No tuve tiempo de contarlo. Mayor y más peligroso que Álex García en el mismo papel. Otra visión, ambas posibles.

2.- La cuestión de la carcajada. Les contaba a propósito de Serlo o no que quien ha hecho La mentira en Francia es el muy popular Pierre Arditi. Por los pocos fragmentos de vídeo que encuentro, y como en el caso de Serlo o no, me parece que la versión original está más orientada hacia la risa que la de Tolcachir. Y, después de pensarlo un poco más desde que escribí la crítica en papel -y a diferencia quizá de Serlo o no- creo que iría mejor así, bien trufada de carcajada, pausa de la acción para esperar a que el respetable recupere el silencio, y adelante. Hemos visto a Hipólito hacer de todo, hasta cantar. Seguro que también lo haría bien. ¿Por qué me parece que la función puede rendir más así planteada? Simplemente, porque diría que es un texto construido con ese fin. È la morte sua, en imagen culinaria italiana. Aunque les aconsejo que dejen todo esto que digo en el cajón de las hipótesis: yo he oído el texto una vez y quienes lo han puesto en pie lo han leído mil veces. Es muy posible que me equivoque. 

3.- Es un pasatiempo inocente, sí, pero no sólo eso. Comulgo con Voltaire tanto como Voltaire mismo. Cuando el personaje de Flotats en La verdad (también fue Arditi quien lo hizo en Francia) defendía con orgullo el mérito que entraña esforzarse por mentir a quienes desean que les mientan, yo pensaba "qué gran verdad" mientras el público se partía de risa. Vamos, que no me parecía un chiste. Pues bien, a pesar -o quizá por eso- de mis convicciones en este asunto, mientras veía La mentira no hacía más que ponerme en la piel de quienes creen sinceramente no sólo que es preciso decir la verdad siempre, sino que además están honradamente convencidos de hacerlo. Supongo que la pueden ver o tronchados de risa porque todo va de broma o quizá un poco soliviantados por alguna ráfaga de indignación. En cualquier caso, en medio de un vendaval de ardides y trampas, y de giros en la argumentación de los protagonistas (llega un momento en que uno ya no sabe quién miente ni para qué), en medio de estas risas, hay una interpelación bastante seria a la moral del espectador.

4.- Excelente traducción de David Serrano. No creo que, a oído gentil, fuera posible adivinar de qué lengua proviene el texto. Está en castellano-castellano, algo que no pasa casi nunca. Hasta a Mauro Armiño (uno de mis héroes) / Flotats se les cuela alguna en Serlo o no. Los pongo con barra porque no sé si es galicismo del traductor o catalanismo-galicismo del actor.

5.- Supongo que está claro como el agua clara, pero por si acaso lo digo: la comedia está correctamente dirigida, pero NADA hace ver que detrás de esto esté Tolcachir, el de la trilogía o el de, mismamente, Emilia.
P.J.L. Domínguez

          

martes, 11 de octubre de 2016

LAS GOLONDRINAS

Sala: Teatro de la Zarzuela Autores: Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga / José María Usandizaga (y Ramón Usandizaga) Director musical: Óliver Díaz Director de escena: Giancarlo del Monaco Intérpretes: Carmen Romeu, Nancy Fabiola Herrera, Rodrigo Esteves, Jorge Rodríguez-Norton, Felipe Bou y Mario Villoria  Duración: 2.20' (primer acto 50' + entreacto 20' + dos actos finales 1.15')
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Foto: Javier del Real
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Éste ha empezado por donde muchos quisiéramos acabar. El comentario de Amadeo Vives es el mejor resumen del éxito de Las Golondrinas en 1914. María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra –probablemente, más ella que él- proporcionaron un  libreto de gran nervio narrativo sobre el que Usandizaga construyó  una partitura magistral. Ramón, el hermano del compositor, la convirtió en ópera; así se reestrenó en 1924 y se interpreta ahora en el Teatro de la Zarzuela.

    Con Las golondrinas arranca como un cohete la programación de Daniel Bianco, el nuevo director del teatro. El simple regreso de este título fundamental sería ya noticia; la calidad de su puesta en escena lo convierte en acontecimiento. Giancarlo del Monaco ha dibujado un espectáculo redondo de principio a fin, salpicado de momentos en los que brilla la sabiduría teatral: Cecilia en el borde del proscenio, la aparición al fondo de Puck cuando Lina se descubre enamorada, el remate de la pantomima, el regreso de Cecilia y la caída de bolso y pitillera (un fogonazo verista), la entrada de Lina triunfante y su colocación de espaldas al público, la subida lenta de telón en el tercer acto… El exquisito vestuario de Jesús Ruiz y la iluminación de Vinicio Cheli arropan a dos intérpretes que son tan actrices como cantantes: Carmen Romeu y Nancy Fabiola Herrera. Hay que exportar esta gema.



Si quiere ampliar información sobre Usandizaga, pinche en la imagen. A ver si estos días encuentro un rato para desarrollar un poco la crítica.

P.J.L. Domínguez

          

ESCUADRA HACIA LA MUERTE

Sala: Teatro María Guerrero Autor: Alfonso Sastre Director: Paco Azorín Intérpretes: Jan Cornet, Iván Hermes, Carlos Martos, Agus Ruiz, Unax Ugalde y Julián Villagrán  Duración: 1.35'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Ahí se desarrolla casi toda la acción. Entran y salen por arriba (hay otra escala y otra trampilla en el espacio superior), y ahí arriba reciben lo que parece una ducha desinfectante cada vez que vuelven del exterior. Los muertos se van instalando a la derecha (fuera de cuadro), donde  les esperan los instrumentos musicales.


Escuadra hacia la muerte casi no se ha representado en contexto profesional. Digo "en contexto profesional", porque fue muy representada por grupos de aficionados. Las pruebas en contrario son siempre sospechosas, pero cabe hacerse una pregunta: ¿Hay algún motivo para que un texto de uno de nuestros dramaturgos más relevantes del siglo XX -texto, además, que todo el mundo ha leído o del que ha oído hablar- prácticamente no se represente? Sí, lo hay: es un ladrillo imposible. ¿No me creen? Léanlo. Una cosa deshilachada, sin sentido dramatúrgico, con diálogos hinchados de significados explícitos o sobrentendidos acerca de  la existencia, la muerte, la libertad, la soledad... no falta nada.



Quizá se estén haciendo la pregunta contraria. ¿Por qué, entonces, tuvo tanto éxito en el teatro aficionado o universitario? Yo diría que por el mismo motivo que llevó a su prohibición tras tres representaciones: porque se estrenó bajo una dictadura. Si alguno de ustedes tiene el arrojo de pasarse por el María Guerrero, le animo a que se pregunte el porqué de la prohibición. Vista hoy, Escuadra hacia la muerte no parece antinada, apenas si un pelín antimilitarista, el drama existencial se come a todo lo demás, incluida la ambientación bélica. Pero bajo un régimen autoritario, las connotaciones antiautoritarias borraron cualquier otra cosa. Vista en 1953 -y muchísimo después-, era fundamentalmente una historia en la que los soldados oprimidos por el cabo, se lo cargan. O sea, una historia de rebelión frente al poder injusto. De ahí la prohibición, de ahí el éxito entre los grupos de jóvenes aficionados. Me temo que hoy en día sólo quienes recuerden la dictadura con sus propias tripas serán capaces de percibir la relevancia de este factor. Desvanecido el efecto, no queda nada. Recordemos eso que tantas veces se dice en este blog: el teatro no es mejor o peor por la tesis que defienda.


La versión de Raúl Hernández Garrido en Estudio 1 (2006). Críspulo Cabezas y Peris-Mencheta jovencísimos.
No entiendo cómo ha podido caer en esta trampa Azorín, un hombre de teatro que sabe bien lo que hace (aquí tienen el enlace a las menciones en el blog). ¿Habrá sido un encargo? Si la intención era programar a Sastre, había infinidad de títulos donde escoger. En cualquier caso, Azorín ha entendido que el texto no se sostenía solito y le ha puesto un par de muletas. Lo más invasor, unos poemas de Brecht encajados entre cuadro y cuadro. Horrible, no hacen más que confundir. Por si no hubiera suficiente significado desparramado, vagando huérfano por el escenario, toma más palabras - palabras - palabras noqueando al respetable. El segundo invento consiste en ir acumulando los muertos a la derecha (del espectador) del proscenio, haciendo cositas con unos instrumentos musicales que allí les esperaban. Horroroso.


Fíjense en lo que he encontrado por ahí: una lectura de Escuadra hacia la muerte en una emisora local a finales de los cincuenta. Durante mi infancia, todavía había lugares (lugares que ahora no existen: locales parroquiales, asociaciones culturales...) en los que abundaban los cuadros de esos estilos.
Los actores están, en general, mejor de lo que todo lo anterior podría hacer pensar. Esforzados en la tarea -imposible- de transmitirnos algún conflicto interesante. Hay momentos en que consiguen que el artefacto parezca a punto de despegar. Con la notable excepción de  Villagrán, que con idéntico gesto podría componer un oficinista y que deambula con aspecto de no creerse nada de lo que ocurre. No me extraña. Se salva el aspecto visual: la escenografía, del propio Azorín, las proyecciones de Pedro Chamio y el vestuario de Juan Sebastián Domínguez.
P.J.L. Domínguez

          

lunes, 10 de octubre de 2016

SERLO O NO

Sala: Teatro Español Autor: Jean-Claude Grumberg (versión de Mauro Armiño) Director: Josep Maria Flotats Intérpretes: Josep Maria Flotats y Arnau Puig  Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)



¿Saben cuál es mi primer recuerdo de Josep Maria Flotats? Agárrense. Los visitantes, una serie francesa de extraterrestres de 1980. Me entero aquí de que la emitió TVE en 1981, los lunes de cuatro a cinco. ¿Qué hacía yo frente el televisor? ¿Quizá sólo vi unos minutos y mi memoria, ese mecanismo traidor, ha agigantado el recuerdo? Además, creo ver gente vestida de negro con pollos de cuello alto, típicos de la ciencia ficción de la época, que corre de un lado para otro. Incluso veo a Flotats así vestido y huyendo de algo, y me parece que el recuerdo no se corresponde con la realidad. ¿Lo mezclo con otra cosa más antigua? ¿Fahrenheit 451 de Truffaut? Quién sabe. PArece que cuanto mayor se hace uno, más le va preocupando la dichosa búsqueda del tiempo perdido. Aquí les dejo una madalena para invocar a Proust, a ver si nos echa una mano.

El caso es que cuando Proust y yo nos despertamos, Flotats ya estaba allí. Es su prehistoria en Francia. Después llegaría el regreso a Barcelona -envuelto en una merecida aura de éxito extrafronterizo, algo mucho más relevante entonces que ahora- y, entre otras muchas cosas, la creación del Teatre Nacional de Catalunya. Es un actor formidable, sin fisuras, una máquina implacable de interpretar. 

Sus elecciones como director son claras: tiende a los textos sutiles, de grano fino, a la elucubración intelectual y/o el humor: La cena, La conversación de Descartes con Pascal joven, El juego del amor y del azar, La verdad... Esta vez, yo diría que el grano es tan fino que se escurre entre los dedos para no dejar, a fin de cuentas, casi nada. Serlo o no - Para acabar con la cuestión judía es apenas una sucesión de chistes largos que ponen de manifiesto lo absurdo de los prejuicios raciales. Sí, una cosilla agradable, pero nada más. Jean-Claude Grumberg es un indiscutible, pero esto está muy lejos de ser su obra más brillante.


Arnau Puig, estuvo en Stockmann
pero me tocó otro elenco.
No creo que se pueda plantear mejor que como lo  ha hecho Flotats, una puesta en escena limpia en la que sólo cuenta el texto. Aunque siempre caben matices, claro está. Veo por ahí algún vídeo de la versión original, y Arditi (un tipo que lo hace todo en Francia) le da al protagonista un aire más bonachón y, sobre todo, más implicado en lo que está ocurriendo, a diferencia de la elegante distancia que pone Flotats. Eso da más carcajada, la especialidad de Arditi (creo que lo mencionaremos otra vez en la crítica de La mentira a cuenta de más o menos carcajadas). Flotats es más de la sonrisa por dentro (me refiero tanto a la sonrisa por dentro del personaje como a la que va por dentro del espectador). Arnau Puig le aguanta perfectamente el tirón (y es mucho tirón). Pero el texto no hay quien lo estire más allá de lo que da, se queda en poco. Alguien ha percibido esa pequeñez y le ha añadido una propina. Por más que busco, no encuentro rastro de que existiera también en el original, así que supongo que ha sido Flotats.

Pasada la horita justa que dura este sainete chic, y una vez que el público ya ha aplaudido, Flotats se aproxima al proscenio para encarnar a Grumberg y contarnos algunas cosas sobre su vida. Si alguien podía considerar que lo recibido a cambio del precio de la entrada se quedaba un poco corto, aquí sus argumentos decaen. Los veinte minutos de monólogo que Flotats se casca como si pasara por allí no tienen precio. Es, con diferencia, lo mejor de la noche: una lección de interpretación que, si no viviera como vivo, iría a ver otra vez.
P.J.L. Domínguez

          

miércoles, 5 de octubre de 2016

LA VIUDA ALEGRE

Sala: Teatros del Canal Autores: Victor Léon y Leo Stein / Franz Lehár (versión de Enrique Viana) Director de escena: Emilio Sagi Director musical: Jordi López Intérpretes: Natalia Millán, Antonio Torres, Silvia Luchetti, Guido Balzaretti, Iñaki Maruri y David Rubiera Duración: 1.20'
La función ya no está en cartel


Foto: José Mari Martíne
Segunda entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada. Ahí va la crítica publicada en la Guía del Ocio:

    Lehár estrenó esta musiquilla pegadiza en 1905 y, aunque fuera el canto de cisne de un mundo al que le quedaba un suspiro, se nos ha quedado bien pegada. Tiene, además, la suerte de que la opereta vienesa se ha cargado de glamur con el tiempo. Al contrario que la zarzuela, que no se sacude la muy injusta acusación de casposa. Cientos de zarzuelas hay con más libreto y más música que La viuda alegre, dicho sea sin restar mérito a la viuda: la combinación de frivolidad, fantasía no se sabe si balcánica o centroeuropea y uniformes austrohungáros funcionará siempre.

    Da de sobra para más chisporroteo, pero el montaje de Sagi se deja ver: lo ha desplazado hacia el musical, alejándolo de la ópera. Se nota en la elección de intérpretes y estilos vocales, y quizá también en el ritmo escénico. La escenografía de Bianco es atractiva, la pareja de la subtrama (Silvia Luchetti, más suelta que en Sonrisas y lágrimas, y Guido Balzaretti, preciosa voz de bonitos quiebros) funciona y, sobre todo, hay una estrella. Nuestra industria del espectáculo produce pocas de ésas que unen al talento una indefinible aura de encanto: Natalia Millán es, una vez más, alma y centro de la función.

Déjenme que les cuente algo, ahora que empieza ya a invadirme la melancolía del otoño. Era yo muy joven, vivía en un estudio de dos plantas con piano de cola y vistas al jardín. No, no he sido millonario, fueron azares de la existencia. Cuando la señora de la limpieza me encontraba sentado ante el teclado, me decía "Dai Francé, suonami La vedova allegra", y yo tocaba el celebérrimo vals mientras Giovanna ponía expresión de arrobo apoyada en la fregona. Sí, estaba viviendo dentro de una ficción, una película al estilo de Gene Kelly o cualquier otra fantasía de -pongamos- americanos en París. Pero era demasiado joven hasta para darme cuenta. ¿Qué será de Giovanna? Benditos recuerdos.

P.J.L. Domínguez

          

NO TENGAS MIEDO

Sala: Teatro Infanta Isabel Autor y director: Eduardo Aldán Intérpretes: José Lifante, Patricia Delgado, Ricardo Mata y Raúl Escudero  Duración: 
La función ya no está en cartel


Ricardo Mata
Cuarta entrega de las funciones perdidas de la temporada pasada. Ahí va la crítica publicada en la Guía del Ocio:


Pensé durante mucho tiempo que las dificultades para provocar miedo al espectador en un teatro eran prácticamente insuperables, ahora que el cine nos tiene vacunados contra cualquier barbaridad. Verónica y Un hombre con gafas de pasta, cada una en su género, me convencieron de que aún era posible. También el Drácula de Ignacio García May, que pasó sin mucha gloria.

     De los innumerables caminos del miedo, este invento de Aldán escoge el que proviene de las atracciones de feria y de los viejos capítulos de La zona oscura poblados por muñecas de porcelana. Con algún toque de leyenda urbana, forma moderna de muchos terrores inmemoriales. Puro teatro de entretenimiento, las tres historias narradas reproducen tópicos que funcionarán hasta el fin de los tiempos y se engarzan hábilmente con un supuesto pasado tétrico del Infanta Isabel que contribuye a aumentar la inquietud del respetable y prepara el final.

    Entre otros aciertos –el uso de proyecciones o la estructura narrativa- es fundamental el concurso de José Lifante, un tipo que, además de aportar imagen y voz que ya tienen medio camino recorrido, clava este registro entre el terror y la guasa. Los sustos –hay unos cuantos bien tramados- hacen las delicias de un público que sabe a lo que va y se muere de risa (nerviosa) después del sobresalto. Niños incluidos.

Escribí eso en abril. Cinco meses más tarde aparece en Madrid un espacio dedicado al terror que presume de ser teatro (y no pasaje). Ya les contaré.
P.J.L. Domínguez