jueves, 8 de diciembre de 2016

PREMIOS Y CASTIGOS

Sala: Teatro de la Abadía Autor y director: Ciro Zorzoli Intérpretes: Mamen Duch, Carolina Morro, Jordi Oriol, Marta Pérez, Carme Pla, Albert Ribalta, Jordi Rico, Ágata Roca y Marc Rodríguez Duración: 1.20' 
(la función ya no está en cartel)


La foto de David Ruano no es del escenario de La Abadía, pero nos sirve. Son Mamen Duch, Carme Pla, Jordi Rico, Ágata Roca, Jordi Oriol (detrás), Albert Ribalta (delante), Marc Rodríguez y Marta Pérez. Falta Carolina Morro.
Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

 T de Teatre no es una compañía que se quede parada mucho tiempo en el mismo sitio. Por mencionar lo más reciente, después de Jet-lag, una sit-com televisiva que duró seis temporadas, atravesaron las regiones de Sanzol (Delicadas, Aventura) y Pau Miró (Dones com jo). El salto al planeta Zorzoli da la medida de sus ganas de aventura.

    Zorzoli cosechó un éxito estrepitoso en 2011 con Estado de ira, desternillante retrato de una compañía que debe adiestrar a la sustituta de la primera actriz en un montaje de Hedda Gabler. Premios y castigos es otro ejercicio metateatral que bucea en las relaciones entre la verdad y la verosimilitud, la realidad y la ficción, mostrando los ejercicios de interpretación de un grupo de actores. No hay un relato completo que preste una estructura de soporte, como era el caso del Ibsen mencionado. Sólo hacia el final, en el momento oportuno para ofrecer al espectador un hilo narrativo al que agarrarse, aparece un dramón rural uruguayo (Barranca abajo) cuyo texto se larga entre innumerables trompicones. Quizá por eso el aspecto general es más conceptual y menos amable. Pero la formidable pericia de los intérpretes y la sutilísima trama de interrelaciones entre los personajes consiguen armar un espectáculo excelente partiendo de una idea que haría temblar a cualquiera.  

Y lo que no cabía allí:

Como sucede a menudo, mi recuerdo de Premios y castigos ha ido variando a medida que pasaba el tiempo. A mejor. Lo decía en la crítica reproducida más arriba, pero no sé si la idea central quedaba suficientemente resaltada. La repito. El procedimiento es, en lo esencial, el mismo que en Estado de ira. Pero sin armadura narrativa. Allí, a trompicones y entre carcajadas, se reproducia la peripecia de Hedda Gabler. Aquí no hay tal apoyo. Se trata de un grupo de actores que salta de uno a otro ejercicio de interpretación, y esa ausencia de dramaturgia macro acaba pesando un poco. Así que, aunque mi consideración global por la pieza era buena y ahora es mejor, me parece -es sólo es una conjetura- que habrá gustado más a todo el que tenga que ver con el teatro que al público en general. Yo, que soy un cobarde, habría metido Barranca abajo antes.

¿Por qué habrá gustado más a "la profesión"? Primero, porque va precisamente de eso, y a todos nos engancha más lo que nos toca. Segundo -y en esto es posible que esté yo minusvalorando al público general- porque el aprecio de la dramarturgia micro apuntalando una función sin narración exige un metagusto de cierta sofisticación. Tercero, sobre todo, porque toda la pieza es un merodear constante alrededor de lo que la interpretación es o no es, con todos los personajes buscando -y reclamándose unos a otros- más verdad en las actuaciones. Nada más y nada menos que la cuestión central del teatro.

Pocas cosas más difíciles para un actor que encarnar a un actor que está actuando. Casi siempre, el remedo de actuación es la caricatura de una mala actuación. ¿Cómo hacer una buena interpretación de un actor haciendo una buena interpretación? ¿Cómo distinguirá el espectador el trabajo real del actor real del trabajo fingido del actor representado? Es una paradoja sin fin, un juego de espejos. Lo pensaba ayer viendo a Manuela Paso en La noche de las tríbadas, sin sospechar que hoy me pondría - por fin- a escribir sobre Premios y castigos, que, de principio a fin, no es otra cosa. Sólo se podía sostener sobre nueve estupendos intérpretes. Mencionaré primero a Carolina Morro para hacer un poco de justicia poética: tiene un papel mudo y lo borda. Es el último mono, entre regidora y asistente, y ya coloca la función en atmósfera antes de que comience, con su presencia fastidiada y rebotada en el escenario. Andújar ha acertado con la escenografía y el vestuario, pero me quedo con lo que le ha puesto a Muleta (así llaman todos al personaje): una cosilla vaporosa con mucha pierna vista que contrasta con la rigidez del resto del vestuario y subraya que a esta pobre la tienen con rancho aparte y sugiere una sensualidad espontánea frente a la gestualidad actuada y compuesta del resto. Me he vuelto loco buscándola en red, y nada hasta dar con Karolina Morro (con ka). Me temo que este curriculum está obsoleto, pero algo es algo. Es también la asistente de dirección. A ver si la vemos hacer otras cosas.

Ordóñez ha glosado mejor de lo que yo lo haría por dónde van los demás. A Ágata Roca la vi estupenda en Barcelona en Els veïns de dalt , en el papel que luego hizo en Madrid Candela Peña en Los vecinos de arriba. Allá donde Peña apenas pudo contra una dirección morosa, ella quedaba bastante más airosa. Con esas caras de mirada transparente que pone se cree uno cualquier cosa que diga. No sabría con quién quedarme del resto, todos están para comérselos en más de un momento. Citaré sólo a Jordi Oriol (otro del que apenas encuentro rastro en internet), que no estaba en la versión comentada por Ordóñez. También para comérselo.
P.J.L. Domínguez
          

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