jueves, 13 de abril de 2017

OHLALA

Sala: Teatros de la Luz Philips (o sea, Teatro Gran Vía) Autores: Gregory y Rolf Knie Director: Gregorie Knie Director musical: Christophe Jambois Intérpretes: Sara Haglund, Jenny Haglund, Hamish McCann, Pedro Izquierdo, David Moya, Patrick Schuhmann, Pablo Valarcher, Yulia Rasshivikina, etcétera (pongo etcétera, porque a los demás ya no los vi) Duración: La primera parte duró cuarenta minutos y salí por piernas
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no esté en cartel)


La foto no es del Teatro Gran Vía, no encuentro ninguna.
Cinco minutos de función. JM me susurra: "Qué horror, va a ser un evento de discoteca". Quince minutos de función. JM me susurra otra vez: "Retiro lo dicho. Es una despedida de soltero". La promoción de Ohlala reza SEXY - CRAZY - ARTISTIC. JM a la salida: "Con que hubiera sido una de las tres cosas...".

Tan SEXY que, como decía el comentario de una espectadora del Follies Bergère, puede usted ir tranqulamente con su madre, no habrá ningún momento embarazoso. Con CRAZY no sé qué querrán decir, la verdad: ¿Que van todos en ropa interior? ¿Que hay tres millones de focos móviles? Qué locura, sí. En cuanto a ARTISTIC, olvídenlo. Es un puritito aburrimiento sin el menor síntoma de que alguien se haya planteado montar el espectáculo con alguna intencioncilla dramatúrgica.

Circo y cabaré, pretende ser. Como circo es mediocre, y me quedo corto. En lo que vi hasta el entreacto: número mediocre de contorsionismo, número mediocre de equilibrista de barra (pole dancer), número bochornoso de payasos, número bochornoso de trampolín y número mediocre de hula-hoop. No van a engañar a nadie que haya visitado el Price un par de veces. Como cabaré es... simplemente, no es cabaré. El cabaré es un género muy difícil: no basta poner unos cuerpos medio desnudos moviéndose con gestos de lascivia estereotipada en el escenario. Es insinuación, ironía, provocación... Tiene que atraer y provocar desazón. Nada de eso hay en Ohlala, un producto de plástico barato que daría, a lo sumo, para entretenerte un rato mientras cenas y le diriges alguna mirada distraída. Alguien dirá que los protagonistas de esos números mediocres están macizos. Ya, pero es que en el mercado hay macizos y macizas que son, además, excelentes artistas de circo. Deben de ser más caros de contratar, digo yo. Porque de carne fresca y neumática están llenas las calles y las playas, a estas alturas no vamos a cobrar entrada para verla. Un buen número de circo con todo el mundo metido en las tradicionales mallas es muchísimo más excitante que este tostón.

¿Será esto el concepto del erotismo que tienen los suizos? Después de preguntarme eso, me respondí que también ha pasado por París. ¿Será que nos han cambiado los artistas? Parece que no: tras buscar como loco he encontrado aquí mencionados algunos, y son los mismos. [No pasen esto por alto: ya es sospechoso que haya que buscar al elenco con lupa]. Conclusión: ha debido de ser el mismo pestiño allá donde se ha montado. El tipo de crítica que encuentro en red a lo de París es, en general, más de crónica rosa que teatral. Echen un vistazo a los selectos ambientes de palco, aperitivo y cena que la casa madre suiza ofrece en torno al espectáculo, y la horrenda estética de oropel se lo dirá todo.

En los últimos diez años me habré ido de una función antes del final una o dos veces. De ésta, me echó la voz que anunciaba veinte minutos de descanso después de cuarenta de espectáculo. Ahí ya me pareció que me tomaban el pelo, porque la cosa ni había arrancado.

Ni se les ocurra. Es una trampa para turistas.
P.J.L. Domínguez
          

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