sábado, 8 de julio de 2017

LA PILARCITA

Sala: Teatro Lara Autora: María Marull Director: Chema Tena Intérpretes: Mona Martínez, Anna Castillo, Fabia Castro y Álex de Lucas Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)




Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:


Hay tanto, que termina uno escudriñando la información de la cartelera para encontrar nombres con alguna garantía que pueda inclinar la elección. Me fui a ver La Pilarcita por Mona Martínez, que me ha gustado siempre: en Rinoceronte y Montenegro de Caballero y en la Yerma de Narros. Acerté: ella está superlativa, y, además, la función es una pequeña joya.

    Me trae a la memoria Luciérnagas y Como si pasara un tren: dibujo de paisaje apartado, personaje que llega de otra galaxia a desestabilizar la monotonía estancada. Tres autoras argentinas. Tanto alineamiento no puede ser coincidencia, revela alguna veta subterránea de sensibilidades compartidas. Chema Tena dirige esta preciosa historia como se dirigieron las dos citadas: con modestia, sin pretensiones, narrando sosegadamente. Y se lleva el gato al agua: si hay alguna lógica en este mundo del teatro (que no la hay), la pieza se mantendrá meses.


    La elegancia de la escritura reside en buena parte en que casi toda la procesión va por dentro, para que la adivinemos. Y la adivinamos, porque las intérpretes saben llevarla: Fabia Castro aplastada por el pueblo y tanto sentido común, Anna Castillo componiendo un personaje adorable y Mona Martínez con mucho lastre a rastras. Álex de Lucas ayuda. Es para no perdérsela. 

Creo que lo he contado alguna vez. Hace muchos, muchos años, en una galaxia muy lejana (un par de miles de kilómetros) tenía yo un jefe adorable que me trataba más como un tío materno que como un jefe. Domingo por la tarde, sopor. Suena el teléfono, y es él que me dice "me ha salido en la tele una película que me tiene hipnotizado, y no tengo ni idea de los que es" (casi nadie tenía todavía internet en casa). "Pues, a ver, cuénteme". "Es una señora un poco gordita que llega a un bar en medio del desierto y... bueno, no pasa nada, pero se va viendo cómo se relaciona con la gente que vivía allí...". Era Bagdad café, claro. De la que también les hablé a propósito de Luciérnagas. La Pilarcita responde al mismo esquema: se va viendo cómo [la forastera] se relaciona con la gente que vivía allí. Ahí es nada. Teatro-análisis de lo que nos mueve por dentro y lo que dejamos traslucir. Nada más alejado de la comedieta estándar de la sala pequeña del Lara. Bastante más. 

Escribí la crítica el 20 de junio y la publiqué el 23. Se me han esfumado dos semanas con la intención de pasarla al blog y ampliarla un poco martilleándome la conciencia. Acabo de comprobar -con satisfacción, porque la función se lo merece- que Vallejo publicó anteayer, 5 de julio. Están por lo menos hasta septiembre, así que tienen ustedes todo el verano para verla. 

Vallejo habla de sainete y de Tennessee Williams. A primera lectura me chocó un poco, porque el humor de La Pilarcita -hay mucho humor- es otra cosa. Si lo piensa uno despacio, es cierto que si hacemos a los Álvarez Quintero una transfusión de sangre del drama sureño podría salir algo parecido a esto. Pero creo que hay que subrayar que el aspecto final se parece mucho más a Tennessee que a los andaluces. Puestos a buscar parentescos-tripi, a mí me resuenan los Veraneantes rusos, con esos diálogos proverbialmente chejovianos en los que nadie dice ni Pamplona (estoy escribiendo el 7 de julio, alguna mención tenía que haber) sobre sus motivaciones de fondo: la mayoría de las veces, no porque no las quieran decir, sino porque ni siquiera son conscientes. Así salen esas escenas en las que la espumilla del suave oleaje -sólo se habla de minucias- esconde unas corrientes submarinas de no te menees. Talento de dramaturga. Y talento, más concretamente, de dramaturga argentina. No hace falta recordar que el sicoanálisis y este tipo de teatro-análisis de las relaciones humanas son primos hermanos, y que los argentinos hilan en estas cuestiones mucho más fino que nosotros. 

María Marull
De María Marull sólo encuentro, además de éste, otro título: Hidalgo. Sin embargo, La Pilarcita no muestra ninguno de los defectos típicos de las obras primeras, relacionados con el amontonamiento de las mil cosas que el autor tiene en la cabeza y no es capaz de podar. Logra, bien al contrario, depositar en la memoria del espectador un concentrado en el que elementos en principio heterogéneos (el costumbrismo de la tradición religioso-folklórica local que venera a la niña muerta y el retrato sicológico; costumbrismo + Williams, como ha dicho Vallejo) producen una emulsión bien ligada. Miren que era fácil irse por las ramas de la risa -fiesta popular, surrealismo estepario- o los meandros del drama, y no: seguramente lo mejor de este texto es lo que no está. Me pregunto si saldría así de primeras o es resultado de la sabiduría podadora de su autora. Curiosidad puntillosa, no tiene la menor importancia a la hora de juzgar el magnífico resultado.

[¿Por qué el párrafo anterior sale con interlineado doble? Misterio. Maquetar con blogger es morir]

Cuatro aciertos más, que no quiero dejar de mencionar, al menos de pasada. El primero, el leve toque de melodrama -que es difícil que falte en un texto argentino, y ya me perdonarán el tópico- asociado al personaje de Mona Martínez, enamorada perdida de su jefe (Secretaria, secretaria / la que escucha, escribe y calla, sólo que ésta cambió de estatus y pasó a mantenida. Pobre. La de Mocedades se arruina la vida, pero conserva la dignidad. Ésta, ni eso). El segundo, el personaje ausente, algo que funciona casi siempre. Selva ha llegado para pedir a la niña santa, en un acto desesperado, la recuperación de su exjefe y amante, que está en las últimas. Por eso se han hospedado en esta pensión, más que hotel, familiar. El hombre no sale de la habitación, así que no lo vemos, pero está ahí dentro, teatralmente presente. Si se cayera el decorado, el vacío nos sorprendería. Vi el otro día (en un tren) un ejemplo redondo de esta técnica del personaje que no sale, pero está: Frantz, de François Ozon. El tercero, las irrupciones cantadas de Álex de Lucas, que en un estilo simple de romance popular va resumiendo la parte de narración que no conviene amontonar en escena. Sobre todo el epílogo: le da a la historia un aire de conseja antigua, de leyenda local. Nos la hace imaginar en el futuro integrada en el ciclo mitológico de la niña santa, como un fleco del relato principal.

El cuarto es un

SPOILER.

Selva desaparece. No es que se vaya, no es que se nos hurte el final de su historia. Es que se desvanece en la carretera sin que nadie sepa cómo. Un remate de estilo perfectamente coherente con el aire suavemente mítico que va impregnando la función y que se acentúa hacia el final.

No menos sorprendente que los aciertos de una autora casi novel, es la homogeneidad interpretativa que un director novel (no encuentro rastro de actividad precedente de Chema Tena, más que como actor) ha conseguido. Sin desmerecimiento para Álex de Lucas (que apenas actúa, más allá de las canciones) o Fabia Castro (que estaba en Comedia fallida de Carlos Be, otro motivo para lamentar no haber podido ir), la función se sostiene sobre Anna Castillo y Mona Martínez. Me dan unas ganas locas de verlas en un dramón. El personaje de Castillo está construido para producir una ingenuidad desarmante, es el candor y el encanto hechos persona. Esto es, por supuesto, muy difícil de hacer, pero si el resultado es bueno el éxito está cantado: ¿a quién no vence una jovencita así dibujada? Lo de Mona Martínez es doblemente complicado, porque una mujer derribada por la vida carece de ese atractivo -digamos natural- a priori. Pero le ha bastado un gesto de cansancio aquí, un mohín de enfado leve allá, para que le saliera una Selva honda que atrae como un abismo triste.

Miguel Ángel Gaitán,"el angelito
milagroso".
Como dice Vallejo, la adaptación es magnífica. No era fácil, porque en Argentina -como en otros países latinoamericanos- hay una fuerte tradición de culto popular, al margen de cualquier iglesia, de niños muertos. Les he puesto ahí la foto de uno de ellos, venerado como milagroso, pero también vengativo. Hay por allá (permítanme que ventile con un "por allá" a todo un continente) un abanico fascinante de fenómenos de este tipo. Mi favorito es el Gauchito Gil (que no era niño), pero me encontré ayer con un canonizado muy reciente (canonizado con todas las bendiciones de Roma, quiero decir) que no tiene desperdicio: San José Luis Sánchez del Río. No me resisto a ponerles una imagen.
Los cristeros mexicanos llevaban vaqueros. No es broma.
Aquí resultaba más difícil que colara la historia, pero el ambiente de los actos festivos, cuyos ecos se cuelan en los diálogos, está descrito con tal verosimilitud, la veneración a la niña muerta a la que hay que regalar muñecas está tan interiorizado por los personajes, que nada choca. Vayan a verla.
P.J.L. Domínguez
          

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