sábado, 14 de octubre de 2017

TARTUFO

Sala: Teatro Infanta Isabel Autor: Molière (versión de Pedro Víllora) Director: José Gómez-Friha Intérpretes: Alejandro Albarracín, Lola Baldrich, Vicente León, Nüll García, Ignacio Jiménez y Esther Isla Duración: he perdido el maldito apunte (¡lo encontré! 1.40')
La función ya no está en cartel




Comienza flojo, errático. Con Vicente León, un actor excelente, desmañado, y una evidente intención de la dirección de que nos partamos la caja, sin resultado. Con el vestuario que ya promete el desastre, y no hemos hecho más que empezar. La cosa se va a arrastrando, pero un Tartufo se salva con un gran protagonista, así que esperamos. Y, por fin, sale el protagonista, vestido con una túnica de terciopelo -o similar- entre el Barón Ashler, un pope ortodoxo y la madrastra de Blancanieves, incluida una cruz pectoral digna de mejor causa. Sería muy sencillo descuartizar a este hombre, pero sería cruel e injusto, porque la culpa es de quien le ha dado este pedazo de papel endemoniado a alguien que no es actor. Y ya está todo dicho. La función cae estrepitosamente a función escolar cada vez que abre la boca o mueve -insistemente- las manos.

Sorprende todo esto en quien firmó -e interpretó en buena parte, se repiten actores- una cosa tan cucamente puesta en estilo como Los desvaríos del veraneo. También es la misma la autora del vestuario, y tampoco se entiende. Porque me había propuesto ahorrarles detalles -como la iluminación o la incompresible tablet en escena- pero esto no me lo callo. Ahí, en la foto de arriba, tienen al pobre Ignacio Jiménez con ese botón de la americana que asciende hacia el gaznate (y me salto lo de la camiseta revelada en un momento álgido) o el incomparable efecto de la falda en la rodilla con los calcetines de Nüll García. Pero la cosa llega a juzgado de guardia con Lola Baldrich, que debió de aceptar  ponerse algunas de las piezas invocando a los númenes de la profesionalidad y que es la única que sale bien parada del naufragio general. Premio Horror Venido de Otra Función Distinta para el atavío ya mencionado de Tartufo y del que les dejo foto.



Estas cosas suelen avanzar hasta algún estrepitoso momento de carcajada, y aquí también sucede. En la escena final, el protagonista sale -con la endeble excusa de que acaba de ducharse en la que ya es su casa- con una toalla en la cintura (¡y micrófono!). Apoteósico. Como me decía alguien que sabe mucho de teatro, hubiera sido más de recibo que saliera en pelota picada, una provocación. Pero esto de la toallita traslada de pronto al resto del elenco, como una panda de extraterrestres que se han equivocado en el salto cuántico, a una performance sexy en plan discoteca gay. Que me parecen muy bien, es también todo un arte, pero para eso ahorrémnos todo el Molière que está de adorno alrededor.
P.J.L. Domínguez
          

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