lunes, 4 de febrero de 2013

LOS CENCI

Sala: Teatro Español Autor: Antonin Artaud (versión de S. Sebastián) Dirección: Sonia Sebastián Intérpretes: Celia Freijeiro, Celso Bugallo, Maru Valdivielso, Daniel Holguín, Ronaldo San Martín, etc. Duración: 1.25'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)
Celso Bugallo, Maru Valdivielso y Celia Freijeiro.


Artaud tomó esta anécdota histórica de una tragedia de Shelley y de un relato de Stendhal incluido en las Crónicas italianas (1836-1839): unas historias rebosantes de violencia que convenían tanto a la necesidad de paliar el aburrimiento del funcionario Henri Beyle como, un siglo más tarde, a la poética de crueldad desatada del dramaturgo. Estrenada en 1935, Les Cenci no pasó de las diecisiete representaciones. 


Francesco Cenci, un noble brutal y despiadado del siglo XVI, maltrata sistemáticamente a su familia, hasta llegar a la violación de su propia hija. Beatrice, su hermano Giacomo, y su madrastra Lucrezia Petroni, incapaces de seguir soportando al sadico, lo asesinan, y terminan ejecutados por la justicia del Papa, que hace caso omiso de las protestas del pueblo de Roma. El caso, como tantas veces ocurre, se instaló como arquetipo, primero en la conciencia popular, y después en la literatura y el arte: pieza teatral de Moravia, ópera de Ginastera, ensayo de Dumas... Su figura ha seguido viva y bien viva a lo largo de los siglos. Aquí al lado tienen un supuesto retrato de la joven, nada menos que de Guido Reni. A poco que busquen, encontrarán muchas más referencias.

Es obvio que el texto exige un montaje tirando a lo estrepitoso. Vamos, que no admite medias tintas. La opción de Sebastián ha sido la de amontonar todo tipo de artificios. Cuando digo todo tipo quiero decir todo tipo. Sólo le falta el neperiano (para entender esta críptica referencia, consulte este enlace). A ver si soy capaz de redactar una enumeración más o menos comprensible. Uno: la madrastra (pobre Maru Valdivielso) se pasa más de media función colgada (en los dos sentidos del término) de una barra de pole dance. Dos: personaje mudo, a veces ruge, que se contorsiona durante toda la función. Tres: heterogéneo vestuario de fantasía, pero tirando en la mayoría de los trajes hacia Mad Max. Cuatro: los actores deambulan por el pasillo del patio de butacas y ocupan los palcos de proscenio.


Cinco: algunas palabras del texto son pronunciadas simultáneamente por varios actores. Seis: otras veces, de forma consecutiva, o sea, en eco. Siete: música y otros sonidos tanto en vivo como grabados. Ocho: lugar destacado para una piscina transparente; el público ve a todo el que se sumerge en ella, como en un acuario (algo que estuvo muy de moda hace unos años). Nueve: parones de la acción, para dar lugar a escenas de intención plástica, con música a todo volumen y profusión de efectos de iluminación. Diez: el criado atraviesa un par de veces el escenario de parte a parte, lentamente y encorvado sobre un escobón. Once: la criada, provista del cubo correspondiente, salpica el proscenio de agua. Doce: tres esculturas, más o menos antropormórficas y de tamaño mayor que el de una persona, son paseadas por los actores en la escena de la fiesta. Trece: éste o aquel personaje escalan de vez en cuando el enrejado que rodea tres lados de la escenografía (y que pueden entrever en la foto de más arriba). Catorce: ...uff, igual ya basta para dar una idea, ¿no? Claro que Artaud, cuyo parentesco con el Grand-Guignol es evidente, pide a gritos baterías de efectos. Él mismo dijo de Les Cenci que pretendía representarla "en un baño constante de luz, de imágenes, de movimiento y de ruidos". Pero para atreverse a apilar toda clase de extravagancias en un escenario hay que tener una mano muy firme, un sentido superlativo del conjunto y del avance de la acción dramática, hay que... Bueno, no nos liemos, hay que ser Pandur, y punto. El resultado, en la función que nos ocupa, es un guirigay sin pies ni cabeza.

Eso en cuanto a todo lo que se ha puesto adrede. Enumeremos ahora lo que ha salido así, porque ha salido así. Uno: Francesco Cenci parece un anuncio de Respibién, antes de que el actor del anuncio se aplique el nebulizador. Es posible que esté acatarrado, y lo siento, pero no se puede ocultar que el efecto es grotesco. Además, no se le ha colocado en el registro que la bestia demanda. Dos: toda la habilidad desplegada en la iluminación de las superescenas citadas desaparece durante la mayor parte de los diálogos, dejando a los personajes bañados por una luz anodina y uniforme que parece de ensayo. Extraño, tratándose de Fischtel. Tres: Camilo, el monseñor, habla con un acento que parece que acaba de bajarse del rápido de Pontevedra. Cuatro: Hay notables altibajos entre los actores. Giacomo no da la talla y, además, cecea a ratos. 

Todos estos factores -deseados y no deseados- terminan sumando lo que el lector puede imaginar. En medio de este maremágnum, se acierta a ver que Celia Freijeiro es una buena actriz (ya se veía en Homicidios, a pesar de que la serie era espantosa). Y, de forma incomprensible, Maru Valdivielso acierta a colocar algunas frases, incluso sujeta a la maldita barra. Holguín se defiende. Hurra por la percusionista (no sé si en mi función era Neus Fontestad o Esther Tortosa).

           
P.J.L. Domínguez


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